Dos fotografías en el altar del Día de los Difuntos en el Monasterio de Mount St. Scholastica en Atchison, Kansas, conmemoran a personas cercanas a la Hna. Helga Leija. La fotografía de la izquierda la muestra con sus dos abuelas; la foto de la derecha es de ella, a la izquierda, y su directora vocacional y amiga, la Hermana Rose Miriam. (Foto: cortesía de Helga Leija)
Al caminar por nuestro monasterio benedictino en Atchison, Kansas, y ver nuestros árboles cambiando lentamente sus colores para el otoño, mi corazón me regresa a los mercados mexicanos de mi juventud, donde se venden las flores de cempasúchil y los suministros para preparar los altares para el Día de los Muertos. Esta celebración comienza en México el 28 de octubre y culmina con los festejos del 2 de noviembre.
Celebrar y honrar a los que han muerto es una parte básica de mi ADN mexicano. Aunque no estoy en México, cada año hago todo lo posible por honrar esta parte de mi cultura y tradición religiosa que nos ha sido transmitida desde la época prehispánica.
El altar del Día de Los Muertos de 2022 en el Monasterio de Mount St. Scholastica en Atchison, Kansas, exhibe fotografías de los seres queridos de las hermanas que han fallecido, así como otros objetos para recordarlos. (Foto: cortesía de Helga Leija)
La antigua sociedad azteca creía que la vida continuaba más allá de la muerte, por lo que cuando las personas morían, eran envueltas y enterradas, y sus familiares organizaban una elaborada celebración para guiarlas en su camino hacia el Mictlán, el reino de los muertos. La jornada hasta allí era larga, oscura, difícil y llena de muchos obstáculos y peligros.
Las almas solo podían llegar al Mictlán con la ayuda de un Xoloitzcuintle, una raza de perro sin pelo que se creía que era un guardián sagrado, que solo les ayudaba a aquellos que habían sido amables con los animales durante su vida. La familia también colocaba en sus altares en casa, los alimentos que les gustaban a sus amados difuntos para que les sirvieran de sustento durante el viaje.
Cuando los españoles llegaron a México, trayendo consigo el catolicismo, las celebraciones no desaparecieron, sino que se adaptaron a lo que se ha convertido hoy en un bello ejemplo de sincretismo durante el Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos. Hoy en día, en México, la observancia contemporánea del Día de los Muertos incluye misas y oraciones devocionales como novenas y rosarios, así como visitas a las tumbas de familiares y amigos los días 1 y 2 de noviembre.
Estos días de noviembre coinciden con la llegada de las mariposas monarca a México. Para muchas personas en México, especialmente en el estado sureño de Michoacán, la mariposa monarca es una señal que anuncia que el Día de los Muertos se aproxima.
Cuando los que crecimos en el norte del país vemos la migración de las mariposas a principios de octubre, tenemos más tiempo para prepararnos para la visita de nuestros seres queridos. Los antiguos purépechas, un grupo indígena de Michoacán, creían que las mariposas monarca contenían las almas de los muertos y que los días 1 y 2 de noviembre, las almas de los difuntos viajaban en las alas de las mariposas monarca para visitar los altares que sus familias preparaban para ellos.
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La Hna. Helga Leija posa con las calaveras de azúcar para la celebración del Día de los Muertos en el Monasterio del Monte Santa Escolástica en Atchison, Kansas. (Foto: cortesía de Helga Leija)
Lo que se ofrece en el altar es tradicional, cultural y profundamente personal para cada familia. Con cada ofrenda, honramos la memoria de nuestros seres queridos. Decoramos los altares con flores brillantes y cocinamos los alimentos que les gustaban. Sacamos sus objetos favoritos y también colocamos en el altar su foto, velas, flores y otros objetos religiosos. Nos reunimos en familia después de la misa para rezar el rosario, cantar y celebrar la vida todos juntos. Seguimos creyendo, al igual que nuestros antepasados, que durante estos días la fuerza de nuestro amor y nuestro recuerdo concede a las almas de nuestros seres queridos un regreso temporal al mundo de los vivos. Al volver a casa, celebran con sus familias y se nutren de la esencia de los alimentos que se les ofrecen, así como de estar con sus seres queridos y celebrar tanto la vida como la muerte. En estos momentos, les honramos y les agradecemos su vida y por habérsenos adelantado para poder allanarnos el camino.
Estos días son ocasiones felices, celebraciones de la vida, llenas de historias y de compartir la vida con el resto de la familia. Uno imaginaría tristeza al recordar que los que amamos ya no están aquí, pero hay oración, comida, música y risas. ¿Por qué habríamos de estar tristes? Después de todo, como dijo George Eliot: "Nuestros muertos nunca están muertos para nosotros hasta que los hayamos olvidado". Si seguimos honrando su memoria, encendiendo velas por sus almas y celebrando cada año con ellos, su memoria triunfará sobre el olvido.