Bienvenidos a nuestro segundo año de La Vida, un panel de 12 hermanas que reflexionarán sobre temas que afectan a las vidas de las religiosas católicas de todo el mundo.
Hemos elegido un panel integrado por muchas candidatas de todo el mundo que reflejan una diversidad de edades, nacionalidades, congregaciones religiosas, ministerios y carismas. Estas hermanas se turnarán para responder a preguntas sobre espiritualidad, vida religiosa y otros temas.
Nuestros panelistas de este año tienen vínculos con o han trabajado en España, Perú, Chile, Argentina, Honduras, Brasil, México, Estados Unidos, Colombia, Paraguay, y Estados Unidos.
Los panelistas desempeñan diversas funciones en ministerios educativos, pastorales, administrativos y comunitarios. Escucharemos a una monja contemplativa, una misionera en el África, una formadora, una creadora de contenido digital, una profesora, una estudiante en Roma, y una evangelizadora digital, entre otras. Conozca a nuestras panelistas en este enlace.
Un panel tan diverso como este seguramente enriquecerá nuestra comprensión de 'la vida' a la que Dios les ha llamado.
Lea las respuestas de las panelistas de este mes al siguiente planteamiento:
Reflexionando sobre la realidad de nuestro mundo —a partir de de sus experiencias— escriba una reflexión personal, un comentario o una meditación sobre el tema del Adviento.
¡Bienvenidos a nuestro segundo año de La Vida!
La Vida, testimonios de la vida consagrada
Claudia Navarro
Miembro de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas, es docente y dedicada acompañante de jóvenes en discernimiento y en las primeras etapas de formación (aspirantado y postulantado). Integra los equipos de Comunicación y Redes y de Pastoral Vocacional de su congregación. Reside en una casa de oración y formación entre las pintorescas sierras de Córdoba, Argentina. Su camino de consagración ha estado profundamente vinculado al arte, primero a través del dibujo y la pintura, luego la música, y actualmente la poesía y la escritura, dones que enriquecen su vocación y ministerio.
Muchos esperábamos que el fuego cesara, que la lluvia viniera, que no hubiera tantas pérdidas por los incendios que acechaban nuestras tierras. Le pregunté muchas veces al Señor qué hacer para que su mano misericordiosa actuara y pusiera fin a tanto desastre. Rezaba: "¿Qué esperas, Señor, de nosotros? Ven, no tardes". Como si una acción o actitud mía, o nuestra, pudiera obligar a Dios a salvarnos. Todo se iluminó cuando comprendí que Él esperaba más que yo (y más que todos) que los incendios cesaran, que no hubiera tantas pérdidas por el mal ocasionado.
Los incendios cesaron; la lluvia no tardó en llegar. Bomberos y brigadistas tuvieron un rol clave en lo que se llama la 'guardia de las cenizas', mediante la cual realizan turnos para asegurarse de que el fuego no vuelva a arder en lo que ya está quemado.
Se puede vivir el Adviento a la inversa de los incendios forestales. Es decir, como un tiempo de vigilancia y espera, aguardando que el fuego vuelva a encenderse si se ha apagado; y si está activo, que no merme la intensidad de sus llamas. Quizás se trate de dejar que Él vuelva a encendernos y poder decir "ven, Señor Jesús" con toda el alma, aceptando y recibiendo todas las consecuencias de purificación y bendición que estas palabras tienen para nuestras vidas.
La liturgia nos dispone a recibir a Cristo todo entero: desde su nacimiento hasta su última venida. Posiblemente Él espera este encuentro más que nosotros: "Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!" (Lc 12, 49).
Los incendios nos enfrentaron a la posibilidad de tener que dejarlo todo, y entonces surgieron las preguntas: ¿qué llevamos? y ¿qué dejamos? Quizás este Adviento —con el fuego que Jesús viene a traer—nos impulse a desprendernos de todo lo superfluo, de todo adorno; tal vez viene a examinar nuestras motivaciones más hondas para centrarnos en lo que realmente nos hace falta.
Un bombero es silueteado por las llamas de un incendio forestal en las afueras de Villa Carlos Paz, Argentina, martes 10 de octubre de 2023. (Foto: AP/Nicolás Aguilera)
Existen tantas posibilidades que nos 'entretienen' pero no encienden nuestro espíritu. Es preciso estar alertas, prevenidos, aguardando y velando por lo que realmente enciende nuestra alma:
¿Qué enciende tu alma, que la despierta?
¿Qué la enamora y la anima a lo nuevo?
¿Qué la conmueve y le susurra en silencio?
¿Qué enciende tu alma? ...para que hagas tuyo su fuego.¿Qué apaga tu alma, que la adormece?
¿Qué la entristece y la llena de miedo?
¿Qué la aturde y le esconde su centro?
¿Qué apaga tu alma?... para que olvides su fuego.
(Los incendios fueron provocados intencionalmente en varios puntos de las sierras de Córdoba, Argentina, y fueron combatidos durante el mes de septiembre de 2024).
"Quizás este Adviento —con el fuego que Jesús trae—nos impulse a desprendernos de todo lo superfluo, de todo adorno; tal vez viene a examinar nuestras motivaciones más hondas para centrarnos en lo que nos hace falta": Hna. Claudia Navarro
Carolina Rivera Madariaga
Originaria de Honduras y la menor de 13 hermanos, es miembro de las Hermanas Misioneras de Marilam (María de las Américas), fundada en 1985 por monseñor Marcelo Gérin en la diócesis de Choluteca. Su apostolado se centra en la actividad y animación misionera, impulsando la conciencia del compromiso misional del pueblo de Dios. Actualmente, lidera la animación vocacional y es miembro activo en la comunicación digital en su congregación. Inquieta y creativa, le apasionan el reciclaje, la escritura, la creación de contenido digital y la repostería, así como la cocina en general.
La espera no solo se trata de la llegada de alguien especial, sino de abrir el corazón a la transformación interior, para recibir al que llega. En el transcurso de mi historia personal, he caminado entre luces y sombras, y he aprendido a reconocer el paso de Dios en mi vida.
Al principio de mi historia, no podía contemplar la llegada de Dios a mi persona, ya que había mucho resentimiento hacia personas e incluso hacia Dios. Sin embargo, me he esforzado trabajando en mi historia personal, descubriendo que en este mundo no solo yo llevo heridas, sino que hay muchas personas que, al igual que yo, son vulnerables.
La comprensión de nuestra fragilidad compartida me ha llevado a una nueva visión del Adviento como una invitación a la conversión radical, centrada en la generosidad, la compasión y el amor hacia los demás. Esta invitación es un llamado a ser luz para quienes me rodean.
San Pablo, en su carta a los Romanos, habla de la paciencia que fortalece la prueba de nuestra fe y de cómo la prueba produce esperanza (Rm 5, 4). Estas palabras me han guiado a través de procesos que nunca imaginé. Al recordar el pasado y mirar mi presente, veo la manifestación de la misericordia de Dios, que me ha ayudado a madurar al enfrentar retos como cuando dejé a mi familia para entrar a mi comunidad religiosa, una decisión que inició un camino de profecía. El pasado está lleno de sorpresas, de dolor y de esperanza, y en él encuentro un testimonio que no puedo callar.
Participantes del taller de comunicaciones en el Centro de Retiros Las Tres Rosas, Valle de Ángeles, Francisco Morazán, Honduras, en 2024, durante un momento de oración y práctica de la comunicación a través de signos. (Foto: cortesía Fátima Guadalupe Meraz Pineda)
La esperanza, en ese sentido, ha transformado esquemas humanos muy cerrados en mí, permitiéndome sentir la intervención de quien me ama en lo más profundo. Abrirme a la esperanza, significa dejar que Dios me regale un mañana mejor dentro de las opciones de vida que he elegido.
También, en mi caminar como consagrada, he contemplado la misericordia de Dios con una claridad transformadora, recordándome la visión poderosa del profeta Ezequiel, donde los huesos secos cobran vida (Ez 3, 4-6). Esta misericordia me impulsa a ver a la humanidad con ojos nuevos y a promover valores como la dignidad, el amor y la justicia, en oposición a todo aquello que deshumaniza y destruye.
El Adviento también me recuerda que es un tiempo para soñar, para dejar atrás el pasado con todo lo bueno y lo malo, y abrirme a un mañana lleno de promesas pues bien se dice que "lo que no se sueña no se cumple". Por eso, en Adviento soñamos con construir grandes proyectos que miren más allá de lo inmediato pues este no solo es un tiempo fuerte sino también un tiempo para los fuertes.
"La comprensión de nuestra fragilidad compartida me ha llevado a una nueva visión del Adviento como una invitación a la conversión radical, centrada en la generosidad, la compasión y el amor hacia los demás": Hna. Carolina Rivera
María Etelvina González
Es miembro de las Religiosas de San José de Argentina. Actualmente, es apoderada legal de un colegio y presidenta de la Asociación Civil CRSJ en Uruguay. Se desempeña como coordinadora pastoral en el Colegio Perpetuo Socorro y acompaña talleres de mujeres mediante la escucha y el arteterapia. También integra el Equipo Latinoamericano y Caribeño de la Familia de San José como delegada de la región sur, y colabora en espacios de contención para adolescentes y en espacios de oración. Anteriormente vivió en la Patagonia, donde acompañó comunidades rurales y fue directora y apoderada de una residencia estudiantil para la población mapuche. Además, ha formado parte del equipo de animación de las líderes, fue ecónoma de la congregación, coordinadora del equipo de la Familia Josefina-Laical, administró una casa de acogida y fue tesorera del Instituto San José de Cultura y Beneficencia.
Este tiempo de Adviento nos motiva desde lo más hondo del corazón a abrazar la esperanza, en medio de esta realidad tan compleja que vivimos los países latinoamericanos.
El Adviento es un período de preparación, un tiempo para mirarnos en el espejo de la vida. Nuestras familias latinoamericanas y caribeñas, marcadas por una rica diversidad cultural y religiosa, encuentran en la historia de san José y la Sagrada Familia un espejo donde reflejarse y una inspiración para comprometerse con el prójimo querido; un prójimo que está presente en las calles, en los basurales, entre los migrantes, entre la gente sin trabajo, en las mujeres golpeadas y en los jóvenes atrapados por las drogas.
Es un tiempo para descubrir y valorar los testimonios de esperanza presentes en el trabajo cotidiano de hermanas y laicos, trabajando juntos.
Encuentro de religiosas y laicos del Centro Compromiso con la Vida y Misión en Santa Fe, Argentina, en abril del 2024. (Foto: cortesía María E. González)
Abrazamos la esperanza en medio de la crisis, en un contexto donde la justicia, ausente en la mayoría de los Gobiernos, no se visibiliza. Adviento nos invita a compartir, a entregar solidariamente nuestros bienes con los más necesitados y a trabajar por una sociedad más justa, igualitaria e inclusiva.
Abrazamos la esperanza para que todos, desde el espíritu de la sinodalidad, podamos hacer vida la comunión y construir comunidades solidarias.
Abrazamos la esperanza en tiempo de Adviento, ahora y siempre, para cultivar la interioridad, encontrar la felicidad en las pequeñas cosas, valorar lo esencial y vivir con humildad.
Abrazamos la esperanza a la luz del carisma de San José, para que "todos seamos uno" entre nosotros, los hermanos y la creación.
¡Confiemos! ¡No tengamos miedo de abrazar la esperanza hoy!
"Adviento nos motiva a abrazar la esperanza; nos invita a compartir, a entregar solidariamente nuestros bienes con los más necesitados y a trabajar por una sociedad más justa, igualitaria e inclusiva": Hna. María E. González
Rosa María del Valle Rodríguez
Religiosa de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, nació en España y ha vivido en América durante 20 años. Ha residido en Uruguay, Ecuador y Cuba, y actualmente vive en Asunción, Paraguay. A lo largo de su misión ha trabajado en comunidades sencillas, acompañando catecumenados de adultos y jóvenes. En Cuba, integró el equipo del Sínodo en La Habana y colaboró con artículos para Vida Cristiana, reflexionando sobre la vida cotidiana y de la Iglesia a la luz de la Palabra. También ha acompañado ejercicios espirituales y apoyado a religiosos jóvenes.
"Contamíname, mézclate conmigo
que bajo mi rama
tendrás abrigo"
Cuando era religiosa joven, cantábamos este estribillo, soñando con una vida religiosa así, 'contaminadas', sin ser muy conscientes de lo que eso significaba.
En los últimos años, en Cuba, me contaminé con el agua, me enfermé de hepatitis y, después, parecía un zoológico de bacterias. Me contaminé con parte de ese daño antropológico que no voy a enumerar. Pero también me contaminé de la lucha por la vida, de valorar lo pequeño y simple, y de hacer fiesta y disfrutar en medio del dolor, la escasez y la represión. No puedo enumerar la cantidad de contaminación de dolor y alegría compartida en los diversos países de América en los que he vivido.
"Contamíname" ya no es un canto poético: es dolor por la impotencia ante un pueblo torturado y reprimido, es dolor cuando nos quieren robar la esperanza. Es dolor ante una isla destrozada, expoliada; y ante tantos pueblos del mundo que también sufren miserias, guerras y desangramiento por la migración y por Gobiernos que solo buscan el poder.
También es dolor ante parte de nuestra Iglesia en diversos países que no quiere contaminarse, mezclarse, caminar junto a su pueblo, fomentar la hermandad, la sororidad y la sinodalidad, sino que mira desde arriba, como esos Gobiernos a los que parece que no les afecta la realidad sufriente.
La hermana Kelly camina después de trabajar como voluntaria limpiando casas afectadas por las inundaciones en Paiporta, Valencia, España, el martes 5 de noviembre de 2024. (Foto: AP /Emilio Morenatti)
Por eso miramos a Jesús, quien sí se dejó contaminar, y nos brota con fuerza ese grito: "Ven, Señor Jesús". En medio de este mundo, contamínate, sigue contaminándote de humanidad, mezclándote con nosotros para hacernos un poco más humanos, un poco más como Tú. Ven, Señor Jesús, contamíname, mézclate conmigo; bajo tu rama, tendremos abrigo. Viviremos por Ti, contigo, en Ti, como decimos en la Eucaristía, en ofrenda al Padre, en su abrazo, que es el Reino ya aquí.
El Apocalipsis, ese libro de esperanza en tiempos de persecución, nos muestra la realidad dura y a la vez la promesa: junto a los jinetes de guerra, hambre y muerte, cabalga Jesús, "viste un manto blanco empapado en sangre", "de su boca sale una espada afilada". Él también se implica con la realidad, se contamina, mancha, comparte el dolor hasta el extremo, y denuncia con su Palabra incisiva. El Cordero degollado, pero en pie, nos promete "un cielo nuevo y una tierra nueva", donde enjugará las lágrimas, y no habrá ya muerte, ni llanto ni dolor, porque el mundo viejo habrá pasado. Así, "el Espíritu y la Iglesia claman: '¡Ven, Señor Jesús!'. Que el que escucha diga también: '¡Ven!'. El que tenga sed, que se acerque, y reciba gratuitamente el agua de la vida".
"Ven, Señor Jesús. En medio de este mundo, contamínate, sigue contaminándote de humanidad, mezclándote con nosotros para hacernos un poco más humanos, un poco más como Tú": Hna. Rosa M. del Valle Rodríguez