
Las panelistas de La Vida de marzo respondieron a la pregunta: ¿Qué han aprendido en su vida religiosa que les hubiera gustado aprender antes? (Foto: Unsplash/Jiyeon Park)

La vida religiosa está llena de aprendizajes que nos van moldeando y transformando con el tiempo. Algunas lecciones las asimilamos fácilmente, mientras que otras toman su tiempo en revelarse. Al mirar atrás, siempre hay cosas que nos hubiera gustado saber antes.
Este mes les preguntamos a nuestras panelistas de La Vida: ¿Qué han aprendido en su vida religiosa que les hubiera gustado aprender antes?
Sus reflexiones nos dejan ver esas enseñanzas que han marcado su vocación y que siguen guiando su camino.
La Vida, testimonios de la vida consagrada
Carolina Lizárraga nació en Tucumán, Argentina, y es miembro de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo (SSpS). Realizó su noviciado en Paraguay, donde profesó sus primeros votos. Durante su etapa de juniorado se formó como docente en Ciencias Sagradas. Después de un periodo de preparación en México, hizo sus votos perpetuos en Argentina. Actualmente ha sido enviada en misión a Mozambique, África. Le apasionan la lectura, el mate, el silencio, la música y el encuentro con los demás.
Tenía el concepto, incluso la vivencia, de que los votos religiosos eran algo muy limitado; la pobreza, la veía solo como no poseer bienes materiales; la castidad, como no tener pareja, y la obediencia, como hacer lo que alguien superior indicara. Todo eso generaba en mi interior resistencia para dar pasos en la vida religiosa misionera.
Desde hace unos años, gracias a la formación y al acompañamiento, fui adentrándome en la vivencia de los consejos evangélicos. Y, desde la figura de Jesús, el pobre, casto y obediente por excelencia, pude redireccionar el sentido profundo que estos aspectos de la consagración tienen para cada persona que abraza este estilo de vida como camino para ser plenamente feliz y libre.
Considero que la opción de la vida consagrada supone un movimiento interno de aceptación de la llamada de Dios y un movimiento externo de acción correspondiente a esta llamada. Descubro en los consejos evangélicos medios para ser más libre y más plena en el sentido de mi existencia humana.
Los votos religiosos no suponen un límite en mi entrega cotidiana, sino que me permiten vivir un estilo de vida particular en relación con el seguimiento de Jesús.
Reconozco en el voto de castidad un medio para relacionarme con los demás, dando mi ternura y cariño desde el respeto. Trato de forjar un corazón indiviso, poniendo a Dios en el centro, y desde Él hago que otros lo conozcan y lo amen más.
Mediante el voto de pobreza reconozco a Dios en su providencia constante, cuando soy capaz de desprenderme afectivamente de lo material y de lo emocional. Soy consciente de que nada me pertenece y de que todo lo que poseo, ya sean bienes materiales o espirituales, me lo ha dado gratuitamente para mi bien personal y/o comunitario, pero sobre todo para el bien de su Reino.

Religiosos y religiosas de la arquidiócesis de Maputo durante la peregrinación para abrir la Puerta Santa en este año jubilar en la parroquia de San Antonio, en Maputo, Mozambique, en febrero del 2025.. (Foto: Pbro. Mario Bere, SVD)
En el voto de obediencia vislumbro un camino de liberación, una búsqueda que me lleva a experimentar la paz de Dios, que se da a través de las órdenes que me dan; sobre todo, cuando en clima de oración puedo percibir la voluntad de Dios.
Reflexiono que mi vida religiosa y misionera solo tiene sentido y realización en el seguimiento de Jesús, que me conduce a la plenitud personalmente a través de la vida comunitaria.
Jesús me muestra la realidad de los consejos evangélicos a través de su propia persona: castidad, para amar más; pobreza, para ser más solidaria, y obediencia, para confiar más.
Agradezco a Dios por llamarme a seguirlo mediante este estilo de vida, como consagrada religiosa y misionera. Lo percibo como un regalo y una gracia de su bondad para conmigo. Oro para que me conceda el don de la fidelidad, la caridad y la profecía para seguir construyendo su Reino. En las palabras de nuestra cofundadora la beata María Elena Stolenwerk: "Que mi vida no sea otra cosa más que amor y gratitud".
"Tenía el concepto, incluso la vivencia, de que los votos religiosos eran algo muy limitado (…). Todo eso generaba en mi interior resistencia para dar pasos en la vida religiosa misionera": Hna. Carolina Lizárraga
Carolina Rivera, originaria de Honduras y la menor de trece hermanos, es miembro de las Hermanas Misioneras de Marilam (María de las Américas), fundadas en 1985 por monseñor Marcelo Gerin en la diócesis de Choluteca. Su apostolado se centra en la actividad y animación misionera, y fomenta la conciencia del compromiso misional del pueblo de Dios. Actualmente lidera la animación vocacional y es miembro activo en la comunicación digital en su congregación. Inquieta y creativa, le apasionan el reciclaje, la escritura, la creación de contenido digital y la repostería, así como la cocina en general.
En la vida religiosa se aprende mucho poco a poco, ya que es el recorrido y el proceso de formación lo que nos va enseñando. Como seres humanos desearíamos haber aprendido antes muchas de las cosas que vamos aprendiendo, pues eso nos hubiese hecho el camino más fácil, pero como esta vida tan bonita es un aprendizaje, nos va moldeando en el camino.
Hoy quiero compartir cinco aspectos de mi experiencia sobre lo que siento que debí descubrir antes, pero que Dios me ha permitido irlos conociendo paso a paso.
1. El proceso espiritual no es una carrera de autos, sino que hay que tener paciencia, porque el crecimiento en la vida espiritual es un proceso de búsqueda y de dejarse transformar por Dios. A veces esperamos que Dios nos transforme de la noche a la mañana, confiando en nuestros propios medios, sin pedir la gracia del Espíritu Santo.
2. Cuando oramos, nuestra oración debe ser un diálogo profundo con Dios, donde debemos dejar que Él hable y escuchar lo que nos dice. Muchas veces nuestra oración se vuelve rutinaria y caemos en desolación y fracaso porque no dejamos que Dios hable al haber convertido nuestra oración en puras peticiones.
3. El valor de la vida fraterna es fundamental para el desarrollo personal. En la fraternidad aprendemos a convivir como familia; recordemos las primeras comunidades: "Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común" (Hch 2, 44). En la fraternidad encontramos un pilar muy importante para la vida religiosa que nos ayuda a crecer en nuestras relaciones interpersonales y nos muestra signos de esperanza.

Carolina Rivera en un encuentro con agentes de pastoral durante una misión en Amarateca, Francisco Morazán, Honduras. (Foto: Glenda Suray Oviedo Urquía)
4. Al integrar nuestra vida espiritual y la ecología, descubrimos que Dios está presente en todo y aprendemos a amarlo hasta en los pequeños detalles de la naturaleza. Muchas veces, con tanto ajetreo, nos cuesta descubrir su presencia y su amor hasta en las cosas más insignificantes: el canto de las aves o el murmullo de la brisa. Cuando no centramos nuestra vida espiritual por el cansancio, los quehaceres, los estudios, etc., descuidamos ese bonito regalo que Dios nos ofrece cada día y hasta se nos olvida agradecerle incluso por nuestra propia vida.
5. La misión no se mide por grandes hazañas ni por grandes logros, sino por el amor y la entrega con que se hace, incluso en los detalles más pequeños. El verdadero impacto de la misión se encuentra en la dedicación y la perseverancia. Nuestro fundador decía que todo lo que hacemos es misión cuando se realiza sin esperar aplausos.
Agradezco a Dios por todo lo que me ha permitido descubrir y por seguir modelando mi vida consagrada, con la certeza de que siempre hay más por aprender en este hermoso camino de entrega.
"La misión no se mide por grandes logros, sino por el amor y la entrega con que se hace, incluso en los detalles más pequeños. El verdadero impacto se encuentra en la dedicación y la perseverancia": Hna. Carolina Rivera
Liliana Graciela Andrada es religiosa de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas. Su vocación comenzó a los nueve años, cuando se preparaba para la primera comunión con los libros religiosos de su abuelo, que era predicador adventista. Es profesora de enseñanza primaria y de Religión y Moral, graduada en la Universidad Metropolitana de Santiago de Chile. Se graduó como maestra en San Juan y trabajó en escuelas rurales antes de ingresar a la congregación. Ha desempeñado diferentes ministerios, incluido el de directora en los colegios, y ha pasado tres años en una residencia misionera en Salta. Actualmente trabaja en un colegio que pronto cumplirá 100 años, donde disfruta interactuando con los más pequeños, cantando, rezando y compartiendo la Palabra.
Muchas veces, en distintas circunstancias, escuché esta frase: "La vida te enseña; todos los días se aprende algo nuevo". Y en efecto, aprender no es solo adquirir conocimientos, sino comprender lo que nos acontece y verlo con ojos de fe.
El otro día, visitando a un enfermo que llevaba varios días en la unidad de cuidados intensivos, un hombre relativamente joven, militar retirado, me decía: "Ahora que estoy aquí, me doy cuenta de que yo sabía cosas de Dios, pero no lo había experimentado. Cuando estaba sano, era fácil decir a los demás: 'Tienen que tener paciencia, pero ahora veo que necesitaba ejercitar esa virtud'".
No sabemos a ciencia cierta de quién o cuándo aprenderemos algo o cuándo se nos abrirá el corazón a una realidad nueva.
En mis primeros años de formación religiosa, buscaba afanosamente lograr la virtud de la humildad, ya que me reconocía muy soberbia y me parecía que era una tarea que debía lograr por mis medios: nada tan ambicioso y lejos del corazón de Dios. En una ocasión, la madre formadora de novicias, conociendo mi deseo, me dio a leer la vida de santa Margarita de Cortona, una santa franciscana que llevó una vida ejemplar, llena de sufrimiento y sacrificios, pero yo estaba muy lejos de poder imitarla.

Jardín de la casa generalicia de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas en San Vicente, Córdoba, Argentina. (Foto: Mónica Correa)
Muchos años después, siendo profesa de votos perpetuos, en unos ejercicios espirituales, el sacerdote dijo: "Dios no te dará aquella virtud que pides, pero sí te dará la oportunidad de ejercitarte en ella". ¡Ahí está!, dije. Eso era lo que necesitaba escuchar. Y a partir de ahí no he dejado pasar ninguna oportunidad que Dios me ha dado para crecer en virtud. Lo que digo es que cada ocasión es motivo para darnos cuenta de la respuesta que Nuestro Señor espera de nosotros.
Cuando pensaba en esta reflexión, se me vino a la mente una frase de nuestra madre fundadora: "Todo lo comprendo, esposo mío". La pronunció en un momento de gran sufrimiento: enferma, sin poder tolerar el alimento que le ofrecían, humillada tantas veces. Aun así, aceptó que le negaran hasta un huevo, porque estaba destinado a la vicaría general. Había soportado la destitución con la fortaleza y humildad, así como las más penosas injusticias de quienes estaban cerca. Al decir esas palabras no se trataba de resignación, sino de una entrega confiada, como quien descarga su peso en 'alguien' más fuerte y poderoso, capaz de sostenerla y aligerar su alma.
Comprender es discernir el alcance de lo que está pasando y poder decir: "Ah, si esto lo hubiese sabido antes, cómo me hubiera ayudado". Cada día tenemos la oportunidad de aprender. Basta con estar atentas a lo que Nuestro Señor nos muestra y nos invita a ver.
"En mis primeros años de formación, buscaba afanosamente la virtud de la humildad, ya que me reconocía muy soberbia y me parecía que era una tarea que debía lograr por mis medios: nada tan ambicioso y lejos de Dios": Hna. Liliana Andrada
Rosa María del Valle, religiosa de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, nació en España y ha vivido en América durante 20 años. Ha residido en Uruguay, Ecuador y Cuba, y actualmente vive en Asunción, Paraguay. A lo largo de su misión ha trabajado en comunidades sencillas, acompañando catecumenados de adultos y jóvenes. En Cuba integró el equipo del Sínodo en La Habana y colaboró con artículos para Vida Cristiana, reflexionando sobre la vida cotidiana y de la Iglesia a la luz de la Palabra. También ha acompañado ejercicios espirituales y apoyado a religiosos jóvenes.
La vida religiosa ha configurado toda mi existencia; no me imagino de otro modo. Hoy quisiera hablar de tres aprendizajes: diversidad, vulnerabilidad y signos de vida.
Diversidad. He aprendido con dificultad a incluir al diferente y relativizar la diversidad en los distintos países donde he vivido. Sigue siendo un reto para nuestra aldea global.
Jesús vivió varios años en Egipto, en una cultura con un idioma y una religión distintos. Aun así, cuando comienza su vida itinerante en Israel, le costó desprenderse de la idea del "pueblo elegido". A la sirofenicia le respondió de una manera muy fuerte. Sin embargo, esta mujer lo hizo reaccionar y asumir que el Abba es para "todos, todos, todos".
Jesús vivió inmerso en el Padre. Cuando nosotros tenemos esa misma experiencia, dejando que Jesús sea el Señor, nos reconcilia, permitiéndonos enterrar el 'hacha de guerra'. La otra persona, el diferente, deja de ser una amenaza, como el hermanito recién nacido, o el migrante. Soy consciente de la complejidad de este tema en nuestro mundo, pero desde la experiencia personal he podido pasar a reconocer que su diferencia es riqueza, y se puede hacer camino juntas. Por ejemplo, cuando llego a una comunidad nueva o recibo hermanas nuevas, todas experimentamos cambios. El espacio se moldea sin imponer. Ojalá aprendiéramos a vivir así con el flujo migratorio.

La Edad de Oro, el cotolengo de las Hijas de la Caridad en Cuba, es una institución para personas con discapacidades. (Foto: cortesía de las Hijas de la Caridad)
Vulnerabilidad. Tras convivir amigablemente con la bacteria con la que me contaminé y sentir cómo mermaba mi condición física, aprendí que la vulnerabilidad se convierte 'en condición de posibilidad' porque nos libera, nos permite gozar, reír y llorar. Ya no hay que mantener una imagen, un estatus, expectativas ni corazas. Las tentaciones de Jesús pueden interpretarse desde el 'no tener, no poder, no valer'. Esta actitud nos posibilita vivir con apertura, reconciliadas con la realidad y atentas a los signos de vida que nos rodean.
Signos de vida. Algunos signos de vida son visibles, como el trabajo de los religiosos y voluntarios en Valencia, España. Otros, en cambio, pasan desapercibidos como el grupo que alza la voz en Cuba, asumiendo la persecución o el riesgo de sufrir 'un accidente'.
Hay gestos sencillos como el cardenal que va al cotolengo [institución para personas con discapacidades] a afeitar a los 'niños', un acto simple que devuelve dignidad. O aquí, en Paraguay, los religiosos que trabajan con los indígenas expropiados y lograron movilizar recursos, en medio de una desigualdad social abrumadora, para comprarles tierras. Todos estos son signos cotidianos que siguen haciendo exultar y gritar de alegría a Jesús: "Bendito seas, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las revelas a los sencillos".
"Aprendí que la vulnerabilidad se convierte 'en condición de posibilidad' porque nos libera, nos permite gozar, reír y llorar. Ya no hay que mantener una imagen, un estatus, expectativas ni corazas": Hna. Rosa del Valle