
Las panelistas de La Vida de febrero respondieron a la pregunta: ¿Cómo se facilita o se da la sanación y el perdón en su comunidad? (Foto: Unsplash/Towfiqu Barbhuiya)

La reconciliación siempre ha sido un aspecto central del discipulado cristiano. La vida religiosa ha dado testimonio de sanación y unidad durante mucho tiempo, pero el mundo dividido en el que vivimos hoy nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo podemos ser verdaderos agentes de reconciliación? ¿Cómo hacemos vida el llamado del Evangelio a la sanación y la paz?
Este mes pedimos a nuestro panel de La Vida que reflexionara sobre la siguiente pregunta:
¿Cómo se facilita o se da la sanación y el perdón en su comunidad?
La Vida, testimonios de la vida consagrada
Amaya Hernández
Originaria de Madrid, España, forma parte de la Orden de San Agustín desde 1988, sirviendo en diversas comunidades en su país natal y también en Perú y EE. UU., donde reside actualmente. Durante algún tiempo, en su comunidad en España, estuvo dedicada a la acogida de peregrinos en el Camino de Santiago y a realizar actividades artísticas como pintar y trabajar la madera.
El nombre de mi comunidad implica ya para cada hermana una identidad y una llamada muy concreta. Nacimos hace 25 años, después de un camino de discernimiento, como el Monasterio de la Conversión, un brote del siglo XXI dentro de la Orden de San Agustín. Nuestra vida pretende responder, al igual que Agustín, a esta llamada: vivir en permanente vuelta hacia Dios, volver la mirada y el corazón, y transformar todo aquello que no sea signo del Dios Trinidad en quien creemos.
Esto significa, por un lado, reconocernos limitadas, pecadoras, siempre en camino y, por tanto, necesitadas de su gracia, de su perdón y misericordia hasta el encuentro definitivo con Él. Por otro lado, nos sentimos llamadas a ser, personal y comunitariamente, un espacio de acogida para todos. Queremos ser un lugar de escucha y diálogo donde sea posible que otros se encuentren con Dios y vuelvan su mirada hacia Él, cualquiera que sea su vocación, camino de fe o trayectoria en la vida.
En el 'hacia dentro' esto se facilita fortaleciendo y priorizando los tiempos y espacios para enraizar la vida en el amor trinitario, que nos habla de la comunión verdadera como modelo a encarnar, de la necesidad de exponer nuestras propias oscuridades a la luz de la Palabra y de experimentar un nuevo nacimiento cuando el polvo del camino se nos adhiere. Este espacio interior de silencio y soledad nos permite identificar toda debilidad que desfigura la llamada recibida y, con su gracia, convertirla en una oportunidad para fortalecernos en el amor.
Iglesia de la Reconciliación en Sotillo de la Adrada, España. (Foto: cortesía Amaya Hernández)
La comunidad, a través de su horario y estructura, facilita espacios comunes de trabajo, estudio, reflexión, diálogo, discernimiento y encuentro, donde las hermanas restauran relaciones, fortalecen vínculos, contrastan diferencias y caminan juntas en respeto, aceptación y caridad. La sabiduría expresada en nuestra regla ordena todas las cosas en la armonía que conduce a la unidad de almas y corazones.
Es esencial vivir 'hacia dentro' de la comunidad porque, en muchos momentos, surgen situaciones difíciles de resolver, problemas que atascan las relaciones o la vida misma y ponen en cuestión la propia vocación o la permanencia en ella. Nuestro principal objetivo es vivir esta llamada 'hacia dentro' para luego ofrecer 'hacia fuera' un espacio de encuentro con la misericordia de Dios. A través de diversos modos de acogida o acompañamiento que la comunidad despliega como llamada carismática, deseamos 'dar lo contemplado' a los otros y, así, atraer a muchos a aquella fuente de la que nosotras bebemos y nos alimentamos.
Estos espacios abiertos 'hacia fuera' incluyen retiros, encuentros, catequesis, oraciones y la liturgia eucarística y de la Palabra, embellecida con el canto y la música en nuestra iglesia de la Reconciliación.
Todo esto responde a la misma llamada común: caminar de la conversión a la comunión y, a través de la misericordia y el perdón, a la reconciliación.
"La comunidad, a través de su horario y estructura, facilita espacios comunes de trabajo, estudio, reflexión, diálogo, discernimiento y encuentro, donde las hermanas restauran relaciones, fortalecen vínculos": Hna. Amaya Hernández
María Etelvina González
Es miembro de las Religiosas de San José de Argentina. Actualmente es apoderada legal de un colegio y presidenta de la Asociación Civil CRSJ en Uruguay. Se desempeña como coordinadora pastoral en el Colegio Perpetuo Socorro y acompaña talleres de mujeres mediante la escucha y el arteterapia. También integra el Equipo Latinoamericano y Caribeño de la Familia de San José como delegada de la región sur, y colabora en espacios de contención para adolescentes y en espacios de oración. Anteriormente vivió en la Patagonia, donde acompañó comunidades rurales y fue directora y apoderada de una residencia estudiantil para la población mapuche. Ha formado parte del equipo de animación de las líderes; además, fue ecónoma de la congregación, coordinadora del equipo de la Familia Josefina-Laical, administró una casa de acogida y fue tesorera del Instituto San José de Cultura y Beneficencia.
Mil historias personales hacen de nosotras un conjunto de encuentros, relaciones, vínculos, tareas compartidas, sueños y anhelos por cumplir… historias que se van transformando en vidas sanadas, perdonadas y reconciliadas.
Los vínculos y las relaciones en las comunidades, las familias y la sociedad son un gran desafío hoy. Es necesario caminar conscientemente para reconocernos frágiles, vulnerables y limitadas; así nos comprendemos y comprendemos a los demás. Muchas veces cargamos heridas no sanadas ni trabajadas, que nos frenan en la vida cotidiana.
El reconocernos sanadas y perdonadas nos permite mirar la vida de otra manera. Cuando experimentamos el ser quienes somos, cuando aprendemos a estar bien con nosotras mismas y con los demás, podemos descubrir y construir vidas con otros. Podemos ayudar a sanar, cicatrizar y reconciliar.
La comunidad religiosa, junto con la comunidad-pueblo, va descubriendo en su misión que es urgente y fundamental estar atentas, abiertas y ser audaces para crear espacios de escucha, acompañamiento, contención y sanación.

Taller de arteterapia para laicas y consagradas en Villa Ángela, Chaco, Argentina, facilitado por María Etelvina González en octubre de 2024. (Foto: cortesía María Etelvina González)
Acompañar a quienes buscan salir de la depresión, el resentimiento, la mirada negativa, la violencia intrafamiliar, los abusos y las adicciones; y ver y palpar la esperanza de tantas mujeres que desean salir adelante nos alienta a ofrecer en nuestras casas-comunidades espacios de oración, contemplación y reflexión; escucha- contención y acompañamiento psicológico; yoga, chi kung y tai chi; y arteterapia y ejercicios terapéuticos.
Estos espacios sanadores devuelven vidas, sueños y, sobre todo, ganas de vivir, de sentirse amadas y de amar. En ellos aprendemos a ayudarnos unas a otras sin perdernos en la historia de las demás, sin invadir ni manipular y sin generar dependencia entre nosotras. Valoramos el respeto y el no forzar en ningún momento a que la otra hable o cambie. Saber esperar el tiempo de cada una es fundamental porque la sanación y el perdón es siempre camino de aprendizaje.
La sanación y el perdón implican un largo proceso de transformación de sensibilización, de ponernos al lado de los demás, de estar y amar para que podamos hacer vida el llamado de que "todos seamos uno" (Jn 17).
"Las relaciones en las comunidades son un gran desafío hoy. Es necesario caminar conscientemente para reconocernos frágiles, vulnerables y limitadas; así nos comprendemos y comprendemos a los demás": Hna. María Etelvina González
Nubia Celis Olaya
Miembro de la Fraternidad Misionera Verbum Dei, es originaria de Colombia y reside en México. Hace 34 años ingresó a su comunidad, donde se ha formado en Filosofía y Teología en Guadalajara, México, y obtuvo una licenciatura en Teología Dogmática en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma en 2002. Ha enseñado teología en universidades de Guadalajara, México, el Instituto San Pablo Apóstol en Madrid, y el Seminario Mayor de Bucaramanga, Colombia. Desde hace 12 años evangeliza a través de redes sociales, música y pastoral universitaria, y coordina escuelas de oración junto a la familia carismática de Verbum Dei.
A mis 19 años, cuando descubrí la llamada de Jesús y empecé mi formación misionera, estaba completamente segura de que ese era el camino que Dios había trazado para mí; me sentía felizmente atraída por el carisma y el estilo de vida de mi comunidad. Con los ojos cerrados y el corazón más que abierto me entregué del todo, con la certeza de que era la familia que Jesús quería para mí.
Nunca imaginé que, años después, viviríamos la amarga experiencia de la división. De un momento a otro, aquel ideal de unidad que tanto predicamos se vino abajo; de ser una sola familia, con un solo corazón, pasamos a ser como extraños y tomamos caminos distintos. Mi primera reacción fue buscar culpables y señalar a los que, según yo, estaban en el error. ¿Por qué será que casi siempre señalamos a los otros, en vez de mirarnos a nosotros mismos? ¿Será que, en la práctica, es más fácil condenar que aceptar y acoger al otro en su diferencia?
Esta situación fue para mí como un gran espejo que me ayudó a ver mi propia realidad, mis intenciones y motivaciones más profundas. Jesús me tenía preparada una gran lección, el inicio de una necesaria experiencia de purificación.
El otro es, en realidad, ese hermano que a su modo y desde su riqueza nos revela algo de la verdad y está ahí para recordarnos que el mundo es mucho más ancho y diverso de lo que proyectamos; el Espíritu Santo actúa, incluso, en los acontecimientos más contradictorios y retorcidos; la escucha profunda es el primer paso para comprender y valorar al hermano, sin pretender hacerlo a mi imagen y semejanza, porque Dios también habla y se manifiesta en él.

Comunidad Del Verbum Dei en Lebrija, Santander, Colombia, durante un encuentro de oración el 24 de noviembre del 2024. (Foto: cortesía Nubia Celis)
Se dice rápido, pero la verdad es que es un aprendizaje consciente, que toma su tiempo, y que, como una fragua, va moldeándonos, purificándonos y dándonos una nueva mirada sobre nosotros mismos y los hermanos, lo que nos permite hacer una lectura serena y esperanzadora de los acontecimientos, ya no desde nuestros ojos sino desde los ojos de Dios. Solo así es posible vivir el perdón tal como Jesús nos lo enseña: "Les doy un mandamiento nuevo. Que se amen unos a otros; como yo los he amado… En esto conocerán todos que son mis discípulos, si tienen amor los unos con los otros" (Jn 13, 34-35).
La apertura, los diálogos en comunidad, la revisión de vida y la oración fueron claves para reemprender el camino, con un corazón libre y reconciliado, agradecido por el pasado y abierto generosamente a lo que estaría por venir. Hoy, Jesús me sigue llamando en esta mi comunidad y familia, siendo uno con los hermanos que están y con los que ahora, desde otro terruño del mismo Reino, seguimos siendo enviados a vivir y anunciar su Palabra, para ser testigos de su perdón.
"¿Por qué será que casi siempre señalamos a los otros, en vez de mirarnos a nosotros mismos? ¿Será que, en la práctica, es más fácil condenar que aceptar y acoger al otro en su diferencia?": Hna. Nubia Celis
Susana Pasqualini
Es animadora general de su congregación, las Hermanas Misioneras Redentoristas, y ha sido formadora en varias ocasiones. Actualmente vive en una comunidad misionera en la provincia de Catamarca, Argentina, una de las más pobres del país. Su misión se centra en el trabajo pastoral en barrios periféricos y en la formación de laicos misioneros.
En la formación inicial le damos mucho tiempo y espacio a la sanación de la propia historia y a los procesos de perdón que posibilitan liberarse de enfoques de vida que paralizan los crecimientos y en muchos casos obstaculizan la acción de la gracia de Dios.
Después de los votos perpetuos se anima a cada hermana a proseguir su camino de autoconocimiento, de acompañamiento espiritual, y a no tener miedo a acudir a la ayuda de terapias necesarias para destrabar procesos y/o desatar dinámicas de un mayor despliegue en la consagración.
A nivel comunitario hemos tenido hermosas experiencias de sanación y perdón que por supuesto han llevado tiempo y dedicación. Siempre nos ayuda acudir a algún hermano o hermana religioso/a que, siendo de otra congregación, puede escucharnos y guiarnos en esos procesos de liberación, haciendo de 'ojo exterior'. En estas experiencias es clave que todas las hermanas, o la mayoría al menos, sean dóciles a las propuestas que se nos presentan para dejarnos modelar por el Espíritu.
En medio de las actividades apostólicas y el entusiasmo misionero, a veces nos cuesta hacer una pausa y darnos tiempo para este tipo de procesos de sanación y perdón, pero luego de hacerlos, experimentamos los buenos frutos en una mejor convivencia y una mayor alegría en la entrega.

El perdón es la base de la vida en comunidad. (Foto: Pexels/Gustavo Fring)
Un aspecto pendiente es el poder facilitar caminos de sanación a las chicas que han estado en nuestra congregación y se han alejado sin poder digerir adecuadamente su salida.
El perdón es la base de la vida en comunidad. En el ejercicio cotidiano de darnos otra oportunidad unas a otras, basada en la certeza de la oportunidad que el Señor nos da a cada una cada día, se cimenta la profecía de la hermandad en un mundo tan quebrado y violento.
Como misioneras anunciadoras de la 'abundante redención', deseamos seguir exponiéndonos a la mirada misericordiosa del Padre, para continuar viviendo a pleno la libertad que Él nos ha regalado en el bautismo.
"En la formación inicial le damos mucho tiempo y espacio a la sanación de la propia historia y a los procesos de perdón que posibilitan liberarse de enfoques de vida que paralizan los crecimientos": Hna. Susana Pasqualini