Tus lágrimas son mis lágrimas; tu dolor es mi dolor

Un grupo de mujeres supervivientes en una terapia de grupo en el Centro Tulizeni de Goma, República Democrática del Congo. (Foto: cortesía de María de Lourdes López Munguía)

Un grupo de mujeres supervivientes en una terapia de grupo en el Centro Tulizeni de Goma, República Democrática del Congo. (Foto: cortesía de María de Lourdes López Munguía)

María de Lourdes López Munguía

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Traducido por Carmen Notario

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Nota de la editora: La serie de Global Sisters Report Esperanza en medio del caos: Hermanas en zonas de conflicto ofrece una mirada a las vidas y ministerios de las religiosas que sirven en lugares peligrosos de todo el mundo. Las noticias, columnas y entrevistas de esta serie incluyen a hermanas de Ucrania, Nigeria, Kenia, Sri Lanka, Nicaragua y más, a lo largo de 2023. 

La vida misionera es un proceso continuo de encarnación en el que parte de mí permanece con las personas a las que soy enviada y parte de las personas permanece en mí. Hay experiencias que me marcan profundamente y llenan mi corazón de nombres e historias. Para citar a Pedro Casaldáliga:

"Al final del camino me dirán: 
'¿Has vivido? ¿Has amado?'.
Y yo, sin decir nada, 
abriré el corazón lleno de nombres".

En diciembre de 2019 llegué a Goma, República Democrática del Congo, en el este del país. Allí la gente ha vivido en constante tensión desde el desplazamiento de la población ruandesa por el genocidio. Goma ha sido un lugar de acogida de refugiados de conflictos que terminan y comienzan de nuevo.

Es en esta realidad donde Dios me acompaña, y por ellos me consagro (Juan 17, 19).

Una de nuestras hermanas había comenzado a acompañar a mujeres supervivientes de la violencia sexual propia de los conflictos armados, y se dio cuenta del número de niños y niñas vulnerables, huérfanos, abandonados en las calles, niñas abusadas sexualmente y exsoldados. Por eso fundó el Centro Tulizeni, que acoge a niños y mujeres que sobreviven a estas realidades.

Una misa el 6 de enero celebra la fundación del Centro Tulizeni en Goma, República Democrática del Congo. (Foto: cortesía de María de Lourdes López Munguía)

Una misa el 6 de enero de 2023 celebra la fundación del Centro Tulizeni en Goma, República Democrática del Congo. (Foto: cortesía de María de Lourdes López Munguía)

Aquí he tenido la gracia de acompañar a algunas mujeres que han vivido experiencias terribles —violencia sexual vinculada a la situación de inestabilidad, a la guerra fratricida— y a mujeres que son victimizadas, por partida doble, por sus propias familias. Hemos llorado con ellas; hemos gritado de rabia e impotencia.

Me he quedado con ellas en su Sábado Santo, abriendo mis oídos y mi corazón para permitirles contar sus historias una y otra vez hasta que comienzan a reconocerse y recrearse a sí mismas. Hemos bailado porque es en la danza donde estas mujeres intentan expresar su dolor, sus muertes y finalmente comienzan a vivir de nuevo.

Como psicóloga y acompañante espiritual, me siento profundamente llamada a acompañar a las personas en sus viajes personales, normalmente, en mi caso, mujeres que han sufrido violencia sexual. Lo hago por mi formación como psicóloga, pero mucho más por una llamada de Dios.

Es cierto que cada persona a la que acompaño me hace percibir una nueva sabiduría, me hace conocerme a mí misma una vez más, a partir del dolor compartido y de la resiliencia que se genera en el amor que se requiere para escuchar profundamente.

Hermana María de Lourdes López Munguía, misionera franciscana de María, con niños en edad preescolar en el Centro Tulizeni de Goma, República Democrática del Congo. (Foto: cortesía de María de Lourdes López Munguía)

Hermana María de Lourdes López Munguía, misionera franciscana de María, con niños en edad preescolar en el Centro Tulizeni de Goma, República Democrática del Congo. (Foto: cortesía de María de Lourdes López Munguía)

En otro sentido, los niños y niñas que Dios ha confiado a nuestro cuidado en el Centro Tulizeni han despertado en mí un sentido de maternidad que no había experimentado antes, al saber que era responsable no solo de alimentarlos y vestirlos, sino sobre todo de ejercer un papel tan esencial como el vínculo emocional, y abrir un espacio para escuchar y acoger para que ellos también puedan volver a contar sus historias y sanar. Ciertamente, los pequeños tienen una capacidad increíble para reconstruirse.

El pasado mes de octubre, la guerra cobró impulso una vez más en vista de las elecciones presidenciales de este año y de los intereses político-económicos en la región. Al principio, me enfrenté al miedo, un miedo diferente porque no es el miedo a perder la vida, sino el miedo por la seguridad de los niños. He descubierto en ellos esta gran confianza en Dios que les permite rezar con todo su ser.

En resumen, en medio de esta ciudad a la que estamos llamadas, vivimos juntas con nuestra gente, con inseguridad y esperanza.

Mientras escribo esto, los rebeldes aún no han llegado a nuestra ciudad de Goma, pero cada vez que se acercan, la población tiene miedo. Sin embargo, como la gente necesita vivir, siguen luchando por sobrevivir por sus familias. Al final del día, somos testigos de cómo la vida y la esperanza los sostienen un día tras otro.

Hace unas semanas, como comunidad, fuimos a visitar un campo de refugiados que se encuentra a menos de un kilómetro de nuestra comunidad. Las condiciones de vida son impactantes: hay más de 7000 familias que viven en pequeñas chozas hechas de lona y palos, sin acceso a electricidad y con poca agua potable entregada cada día.

Un campo de refugiados en Rutshuru, República Democrática del Congo. (Foto: cortesía de María de Lourdes López Munguía)

Un campo de refugiados en Rutshuru, República Democrática del Congo. (Foto: cortesía de María de Lourdes López Munguía)

Estoy convencida de que Dios contempla a través de nuestros ojos el dolor de su pueblo, el hambre de sus hijos e hijas. Son imágenes que permanecen grabadas en mi retina y en mi corazón, y estas imágenes no me dejan indiferente. Me duele profundamente ver a bebés y niños llorando por falta de comida, y ya en diferentes etapas de desnutrición.

Aquí estoy.

Sí, aquí estoy, y no lo digo como una afirmación, sino porque cada día me doy cuenta de la profundidad de la encarnación de Dios en esta ciudad y en mí.

Aquí estoy con mi historia, con mis fracasos y con todas las formas en que Dios me está llamando.

Aquí estoy, en un profundo momento de autorreflexión, permitiéndome contemplar esta realidad a través de varios prismas y descubriendo que es nuestra humanidad herida la que nos impide encontrar el amor y la reconciliación.

Algunos de los niños que vivían con las Misioneras Franciscanas de María en su antigua residencia en Goma, República Democrática del Congo. (Foto: cortesía de María de Lourdes López Munguía)

Algunos de los niños que vivían con las Misioneras Franciscanas de María en su antigua residencia en Goma, República Democrática del Congo. (Foto: cortesía de María de Lourdes López Munguía)

Aquí estoy, en silencio, porque mi garganta se ha quedado sin voz, porque es hora de que los supervivientes vuelvan a alzar la voz para buscar y encontrar la justicia.

Aquí estoy, tratando de escuchar: escuchar a Dios en el silencio de cada mañana para descubrir lo que nos pide; escuchar al pueblo de Dios, sus gritos, su angustia, sus esperanzas; escuchar a los niños y niñas que están en el centro y que ya han sufrido bastante.

Aquí estoy, redescubriendo la invitación de Dios a 'maternar' en este movimiento para dar vida y cuidar la vida en medio de la muerte.

Así que vivir en esta tierra sagrada y presenciar la visita del papa Francisco ha sido un momento de kairós. Escuchar sus palabras: "Vuestras lágrimas son mis lágrimas; vuestro dolor es mi dolor", da un nuevo impulso a nuestra presencia en medio de este pueblo, y hemos sentido que el mundo ha escuchado lo que tantas veces se ha silenciado.

Si hoy me preguntara, ¿cómo me ha transformado esta experiencia en el Congo?, mi primera respuesta sería el silencio, un silencio lleno de vidas, nombres e historias; un silencio que encuentro al amanecer y que es una esperanza obstinada que no permite que la muerte y la guerra ganen en el corazón.

Es ese mismo silencio el que está engendrando una nueva forma en mi oración: ese dejarme 'maternar' por Dios, dejar que Dios me abrace, permitirme llorar en sus brazos para poder consolar a su pueblo más tarde.

Antes dije que hay imágenes que se graban en mi retina. También hay imágenes de esperanza, de amor incondicional y de gratitud que en este tiempo tengo la capacidad de ver, acoger y abrazar desde mi propia y profunda experiencia de depender de Dios.

Ciertamente, sabemos que por el momento nuestras vidas no están en peligro, pero las vidas de las personas que Dios nos ha dado sí lo están. Es la misericordia de Dios la que nos mueve a ser signos de esperanza en el tejido de esta humanidad.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 7 de marzo de 2023. 

This story appears in the Hope Amid Turmoil: Sisters in Conflict Areas feature series. View the full series.
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