Las tres Marías en el santo sepulcro, óleo de Frans Francken, 1620. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)
«El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos» (Juan 20, 1-9).
El Evangelio de la Vigilia Pascual nos coloca en el fundamento de nuestra fe: la resurrección de Jesús. Pero el texto de hoy solo nos relata la primera experiencia de los discípulos: ir a la tumba y ver que allí no está Jesús. Más adelante será cuando el Evangelio nos hable de las apariciones con el correspondiente diálogo de Jesús con aquellos a quienes se les aparece, comenzando con María Magdalena, primera testigo de la resurrección y a la primera a quien le confía el anuncio de esa Buena Noticia.
"Los discípulos nos han dado testimonio de la resurrección de Jesús y depende de cada uno de nosotros creer y mostrarlo con nuestras palabras y obras": teóloga Consuelo Vélez

Los discípulos Pedro y Juan corriendo hacia el sepulcro la mañana de la resurrección, óleo de Eugène Burnand, 1898. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)
La intención de este texto es mostrar la primacía de Pedro, ya que María Magdalena ve la piedra corrida, pero corre a contárselo a Pedro; el discípulo amado llega de primeras, pero no entra, hasta que es Pedro quien ve las vendas y el sudario sin encontrar allí a Jesús. Sin embargo, el evangelista también subraya la figura del discípulo amado cómo aquel que "vio y creyó".
Con estos datos ya nos encontramos con la llamada para los que hoy celebramos la vigilia pascual. Los discípulos nos han dado testimonio de la resurrección de Jesús y depende de cada uno de nosotros creer y mostrarlo con nuestras palabras y obras. La misión evangelizadora consiste en convertirnos en testigos de la resurrección, anunciando la buena noticia de Jesús resucitado.
Comienza, entonces, el tiempo pascual, oportunidad de vivir como resucitados. Creamos y trabajemos por la justicia social, por la paz, por el cuidado de la casa común, por la conversión de la institución eclesial hacia una Iglesia sinodal que acoge a todos y permite la participación de todos en igualdad de condiciones. Creamos y trabajemos por cultivar una espiritualidad misionera, capaz de salir de sí para responder a los desafíos presentes, mostrando que la fe no es algo intimista, individualista, ajena a la realidad, sino que, por el contrario, nos mete en el corazón del mundo para transformarlo desde dentro.
Eso sí, necesitamos la misma audacia y profetismo que tuvieron los primeros para anunciar que Jesús vive en una sociedad que lo había asesinado y, hoy también, no es fácil anunciar la vida cuando tantos aprueban la muerte, anunciar la paz cuando se financia la guerra, anunciar la inclusión cuando se expulsa a los migrantes, pedir la justicia cuando se avalan leyes que apoyan la ley del más fuerte. No olvidemos: ¡Jesús ha resucitado! Y Él es nuestra fuerza para empeñarnos en todos esos cambios necesarios.