
(Foto: Vuelo en V)
En las Sagradas Escrituras leemos: "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos" (Juan 15, 13), texto que nos hace un llamado profundo a reflexionar sobre el verdadero significado del amor y la entrega incondicional en la vida cotidiana. Este amor se manifiesta a través de gestos concretos que, aunque a veces parezcan insignificantes, otorgan a la vida un sentido de plenitud.
Jesús, con su comunidad de amigos y amigas, nos regala enseñanzas específicas sobre cómo amó y se entregó, día a día, para crear espacios y experiencias de vida que rescataron a sus seguidores del sinsentido y la opresión en la que vivían. Sus muestras de cariño, acogida, valoración y sanación devolvieron la vida y la dignidad a quienes se le acercaban y anhelaban un cambio. En varios momentos, su entrega lo llevó a renunciar a su propio bienestar. A aquellos a quienes llamó amigos y amigas les entregó su vida con gratitud y esmero, aun en medio de las dificultades de su tiempo.
Cuando la misión de ser cristianos nos impulsa a compartir la vida en lugares de conflicto e inestabilidad, cada día se vive con intensidad, pero también con incertidumbre. Nunca se sabe cuándo habrá que abandonar el lugar de la misión, salir para proteger la vida, enfrentar la cárcel o incluso la muerte. Así hemos vivido en Nicaragua durante varios años, sin saber en qué momento la persecución y el destierro nos alcanzarán. En estos contextos, nos toca construir nuestra comunidad de amigos y amigas al estilo de Jesús.
"Damos testimonio del amor y de la entrega cuando elegimos amar en medio de la persecución, cuando desafiamos estructuras injustas y construimos espacios de humanidad y sanación" Hna. Vuelo en V
Uno de los aspectos más dolorosos de vivir bajo dictadura es la amenaza constante contra la vida, la plenitud y la libertad, valores que Jesús siempre procuró para todos. La opresión constante, la inseguridad, los silencios impuestos y la creciente desconfianza entre las personas impiden la estabilidad.
Frente a este panorama, entregar la vida significa encontrar un sentido profundo en cada acontecimiento. El acompañamiento personalizado, la escucha atenta y empática de los gritos, sueños y esperanzas de tantas personas son parte de esta entrega cotidiana. De una u otra manera, estos encuentros se convierten en salmos pronunciados en voz baja para darnos ánimo mutuamente y mantener viva la esperanza de un cambio que a veces parece lejano.
Dar la vida no es solo pensar en perderla físicamente, sino encontrar razones para permanecer junto a quienes necesitan compañía, escucha, solidaridad, empatía, cercanía, afecto y soporte. A través de gestos recíprocos, nos vamos apoyando y sintiendo parte de una familia ampliada, una comunidad de amigos y amigas que se fortalece en la dureza del camino, donde la clandestinidad se convierte en una forma de protección.
Dar la vida cotidianamente en la misión es descubrir que podemos recorrer juntos y juntas un camino donde se comparten penas, luchas, alegrías y esperanzas. En las comunidades de fe y vida encontramos personas que actúan con la certeza de que el Dios de la vida no abandona y suscita entre el pueblo los medios y las fuerzas para seguir alzando la voz. Nos atrevemos a denunciar las injusticias y la cultura de opresión y muerte, pero también a recordar que en la fuerza de la comunidad y la unidad como pueblo podemos encontrar salidas esperanzadoras.
Desde la dimensión espiritual, aprendemos a orar, reflexionar y contemplar el paso de Dios en las diversas historias de vida. Cada persona que abre su corazón para expresar su calvario y el dolor de la separación familiar debido al destierro, el encarcelamiento, la muerte o la obligación de emigrar ilegalmente, enfrenta peligros, crueldad e inhumanidad en fronteras controladas por el crimen organizado y la corrupción gubernamental.
Hoy, vivir un día a la vez se convierte en una consigna para sobrevivir. Aprender a saborear los acontecimientos que ensanchan el corazón y potencian la vida es la savia que alimenta el árido y arduo camino cuando nos sentimos prisioneros en nuestras propias comunidades y país. Nos repetimos: "Vivir un día a la vez", como forma de resistencia, cuando la falta de libertad para expresarnos y compartir se vuelve parte del diario vivir y solo podemos convertirla en oración, aunque nuestras entrañas clamen por transformarla en acción.
Cada encuentro con amigos, amigas, compañeros y compañeras de camino y misión es fuente de análisis de la realidad y de catarsis para no sucumbir al desequilibrio emocional. Nos preguntamos: ¿Cómo seguir hablando de resurrección y esperanza cuando los dictadores se creen dueños de todo? Encontramos respuestas en quienes, aun pudiendo irse, permanecen para servir en escuelas, hospitales, mercados, iglesias y otros espacios. Nos duele ver a quienes están obligados a trabajar bajo amenazas y a aquellos que, por fanatismo, apoyan al régimen con corazones encogidos y miradas enceguecidas.
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Entregar la vida en un país con dictadura totalitaria es aprender a vivir en resistencia activa, desafiando creativamente las medidas impuestas. Aprendemos a responder con prudencia ante el control y la presión de los agentes del 'orden'. Con el tiempo, entendemos que vivir bajo un profetismo distinto significa no responder con el mal recibido, sino permanecer con sabiduría y fortaleza.
El silencio como sacrificio es otra manera de entrega. Nos duele cuando disuelven nuestras asociaciones, apoderándose arbitrariamente de nuestros espacios y bienes. Nos toca callar y soportar insultos, conscientes de la violencia que implica el despojo. Decidir permanecer aun en medio del conflicto es signo de amor, de ayudar a vendar y sanar heridas, construir puentes y luchar por un país mejor.
En medio del control y el espionaje, entregar la vida es resistir y gestar cambios a través de la educación y la reflexión del Evangelio. Sobrevivir con dignidad también es una forma de entrega. Esta entrega se manifiesta en estar presentes en esos lugares como signos del amor de Dios, acompañando a los que sufren, promoviendo la paz, la reconciliación y la dignidad humana. Implica un testimonio de fe y valentía, a menudo con riesgo personal. La entrega también consiste en mantenerse íntegro ante la corrupción y no ceder a las fuerzas oscuras; es un compromiso con la vida y con el seguimiento fiel de Jesús.
La vida compartida con amigos y amigas en tiempos de misión difíciles es una manera de amar que hace que nuestra vida sea cada vez más fecunda. Significa vivir con un compromiso profundo de servicio, amor y justicia.
Como seguidores de Jesús, nos sentimos desafiados a mostrar el rostro del Dios de la misericordia, a trascender en el dolor y a no dejar que el discurso de odio nos quite la paz interior ni nos sumerja en la desesperanza. Ante esto, nos preguntamos: ¿Cómo dar testimonio del amor y la entrega frente a quienes promueven estructuras injustas?
Damos testimonio del amor y de la entrega cuando elegimos amar en medio de la persecución, cuando desafiamos estructuras injustas y construimos espacios de humanidad y sanación. Lo hacemos al aprender a perdonar, reconciliarnos y servir incluso en medio del sufrimiento. En medio de la persecución y la incertidumbre, elegir dar la vida por los demás es un acto de amor que no puede ser silenciado. Como expresó tan poderosamente el mártir jesuita Luis Espinal:
Señor Jesucristo, nos da miedo gastar la vida. Pero la vida Tú nos la has dado para gastarla; no se la puede economizar en un estéril egoísmo... La vida se da sencillamente, sin publicidad, como el agua de la vertiente, como la madre que da el pecho a su hijito, como el sudor humilde del sembrador.
Nota: Este artículom, escrito originalmente en español, fue publicado en inglés el 4 de abril de 2025.