Hermanas mexicanas dignifican a mujeres en situación de prostitución

Dos trabajadoras sexuales recostadas a una parada de autobús; una de ellas usa un paraguas y minifalda.

A lo largo de Circunvalación, una de las principales vías que atraviesan La Merced, es habitual ver a trabajadoras sexuales con vestidos ceñidos y tacones altos apoyadas en las barreras verdes de las aceras. (Foto: GSR/Tracy Barnett)

Tracy L. Barnett

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Traducido por Helga Leija

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La vida de Manuela* fue una historia de terror intergeneracional. Nacida de una madre que se ganaba la vida ejerciendo la prostitución, y con dos hermanas mayores que hacían lo mismo, parecía casi inevitable que siguiera el mismo camino. Sus ojos almendrados se llenaron de lágrimas al hablar de clientes que la  secuestraron, golpearon y robaron, otros que se marcharon sin pagar y uno que intentó degollarla. Ella contó la dolorosa muerte de su madre y sus hermanas a una edad temprana.

“Con cinco hijos y yo con solo una educación secundaria, ¿qué iba a hacer?”, arguyó y explicó: “Yo pensé que la vida era de maltrato. ¿Por qué? Porque pues eso es lo que aprendí de mamá, estar sometida, que uno haga todo para servirle a la gente”.  

Pero Manuela ha encontrado una vida diferente y una forma distinta de servir a la gente, gracias a las hermanas de la Casa Madre Antonia, un proyecto que desde hace 152 años acompaña y apoya a las mujeres en situación de prostitución. La Casa Madre Antonia es un proyecto de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor fundada en España en 1870 y que ahora cumple 100 años en México.

Hoy, Manuela recorre esas calles junto a las hermanas, vistiendo el chaleco azul de la casa y ofreciendo una mano y una palabra de aliento a mujeres que en otros tiempos pudieron haber sido sus compañeras. Manuela es una de las historias de éxito de esta iniciativa: además de ayudar en la tarea de abordaje, también produce medicinas naturales en el marco de un proyecto que crearon las hermanas. 

En México, el trabajo de la congregación se basa en La Merced, el mayor distrito de prostitución de Ciudad de México, donde las hermanas estiman que unas 3000 mujeres trabajan en la calle cada día. Durante generaciones, un contingente de hermanas comprometidas ha tendido la mano a estas mujeres, proporcionándoles un espacio seguro donde sanar y construir un futuro diferente, atendiendo regularmente a  450 de ellas.

Las hermanas utilizan el término 'mujeres en situación de prostitución' porque rechazan el de 'trabajadoras del sexo', que consideran que normaliza una situación que no debería normalizarse.

México es uno de los países con mayor índice de tráfico sexual, y aunque por lo general las víctimas de la trata suelen estar cuidadosamente controladas y gestionadas a través de redes de delincuencia organizada, en ocasiones se pide a las hermanas que intervengan en casos de trata, principalmente remitiéndolas al personal policial designado y proporcionándoles apoyo moral.

Una dura misión en un caótico distrito comercial plagado de tiroteos, robos y asaltos, es también un ejercicio de aceptación, ya que sus víctimas tienen muchas más probabilidades de seguir en la calle que de no hacerlo.

Aun así, los éxitos son muchos.

La Hna. Oblata María Rosas, en el centro y frente a una mesa, enseña patrones clásicos de bordado y técnicas de costura a dos mujeres.

La Hna. Oblata María Rosas, en el centro, enseña patrones clásicos de bordado y técnicas de costura a dos mujeres, y crea al mismo tiempo un espacio seguro para hablar de sus vidas. (Foro: GSR/Tracy Barnett)

Un espacio seguro y un sentido de comunidad

Las actividades de las hermanas oblatas son muy variadas: recorren las calles de La Merced para realizar actividades de asistencia directa y organizar diversos talleres de capacitación, terapias psicológicas y curativas, clases de recuperación y formación espiritual.

Parte de la misión consiste en ayudar a las mujeres a valorarse y conocer sus derechos. Otra es proporcionar una educación básica a quienes aún no han alcanzado ese objetivo, y —quizá sobre todo— un espacio seguro y un sentido de comunidad.

En una típica mañana de octubre, las hermanas se levantan temprano para preparar bolsas de pan y otros alimentos básicos para compartir con las mujeres que vendrán ese día.

Luego se dividen en grupos. La Hna. María Rosas les enseña técnicas de costura y bordado, una fuente alternativa de ingresos, mientras convence a las mujeres para que comparta sus frustraciones de la vida en la calle. La Hna. Rosa Aguayo González les enseña las nociones básicas de lectura y escritura a otro grupo.

Mientras tanto, una voluntaria enseña a las mujeres a transformar artículos de desecho y objetos domésticos sencillos en arte, a la vez que la Hna. Manuela Rodríguez se sienta con pequeños grupos alrededor del pozo de los deseos del jardín para facilitar la 'formación espiritual' y la oportunidad de compartir sus propias historias y reflexiones personales.

una mujer llamada Josefina practica su vocabulario en una pizarra, mientras la Hna. Rosa Aguayo, detrás de ella, supervisa, y sus compañeras la observan.

Josefina, que estudia para obtener el certificado de secundaria, practica su vocabulario mientras la Hna. Rosa Aguayo, detrás de ella, y sus compañeras la observan. (Foto: GSR /Tracy Barnett)

“Todo nuestro trabajo tiene un eje transversal que es lo formativo, desde que vamos al encuentro de ellas”, afirma Rodríguez y añade: “Las saludamos con mucho respeto, observando qué pasa, porque sabemos que las que están bajo padrotes, como se dice aquí; o sea, proxenetas, pues es más difícil. En cambio hay algunas que sí se puede entablar un diálogo. No vamos a condenarlas  ni a indagar ni a irrespetar, sino realmente [vamos a] acogerlas, como esas personas muy amadas, muy queridas de Dios, muy respetadas como ciudadanas de primera clase”. 

Rodríguez no deja de asombrarse de la profundidad espiritual de las mujeres. 

“Siempre partimos de lo muy humano y ellas en la medida que vamos conversando, [notamos que] tienen también mucho de Dios —de lo sagrado— en sus vidas”, relató y añadió que para ellas son importantes las diferencias en la forma en que cada mujer expresa lo  'sagrado'.

“Esa parte sagrada es la que muchas veces le da también mucho sentido a toda la formación. De ellas sale tanta riqueza espiritual, tanta experiencia bonita”, expresó.

Las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor brindan esperanza en La Merced, el mayor distrito de prostitución en Ciudad de México. Atienden a 450 mujeres proporcionándoles un espacio seguro para sanar y construir un futuro diferente. #HermanasOblatas #CiudadDeMéxico #prostitución #Esperanza 

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Global Sisters Report habló con una mujer que sigue trabajando en la calle y se hace llamar Maitena, que significa 'la mujer más querida'. Se veía juvenil para tener 46 años, llevaba una flor en el pelo y era guapa y de piel clara, con un aspecto ligeramente frágil.

“Era tan ignorante cuando llegué aquí [al barrio histórico de La Merced, en Ciudad de México] desde mi pueblo”, confesó y agregó: “Yo pensaba que todos eran buenos. (...) Más tarde, descubrí que no era así”. 

Poco después de su llegada a la ciudad se enteró de la existencia de una guardería que las hermanas dirigían en aquel momento y aprovechó para enviar allí a su hija de dos años. Luego, empezó a informarse sobre los demás servicios que ofrecían y poco a poco se fue implicando.

Eso fue hace 14 años, y desde entonces las hermanas han sido un apoyo constante a través de muchas pruebas, incluido un embarazo no planificado.

Una sesión de terapia de Constelaciones Familiares  posibilitó que  Maitena comprendiera que su forma de normalizar los comportamientos disfuncionales provenía de generaciones pasadas, por lo que decidió no transmitir los mismos errores a sus hijos, se propuso lograr que ellos reconocieran sus derechos y decidió ayudarles a que tuviesen un elevado sentido de la autoestima. “Con el tiempo me ha ayudado mucho, porque puedo ver mi historia y entender muchas cosas”, explicó.

Esta es una de las intuiciones más importantes de Maitena tras sus años de trabajo con las hermanas: “Somos ángeles, y a veces no nos damos cuenta... un ángel mensajero que anuncia el soplo de vida con la palabra de Dios. Cada abrazo que doy a alguien debe ser parte de Dios. A veces me equivoco... pero me perdono, y vuelvo con esa luz”.

En un pared amarilla aparece un ventanal en cuya repisa se apoyan 4 libros decorados; la mano de una mujer que recibe clases de decoración toma uno de ellos.

Una de las mujeres toma un libro decorado con materiales básicos: papel de seda arrugado, encaje y pintura, técnica que aprendió en Casa Madre Antonia. (Foto: GSR/Tracy Barnett)

Un cambio de teología

La teología de la congregación, así como su enfoque, han cambiado a lo largo de los años. Mientras que su fundadora hablaba del “pecado de las mujeres extraviadas” e insistía en la importancia del arrepentimiento —de hecho, se refería a las personas a las que atendían como “mujeres arrepentidas”—, hoy en día se hace hincapié en el acompañamiento, la educación y el empoderamiento. 

“Las primeras hermanas también iban con esa actitud de salvarlas, porque eran las pecadoras que estaban allá en el abismo y nosotras éramos las santas que íbamos a sacarlas”, explica Rodríguez, entre risas, y añade: “Pero esa teología respondía a una época. Hoy, es otra teología. Nosotras nos acercamos a ellas con todo el respeto, el amor, la misericordia. Y entrando en su camino juntas, hacemos un camino de liberación”. “Es, realmente, crear un proceso desde donde ellas estén. Creemos que ellas tienen el Evangelio, tienen a Dios en su corazón, tienen la buena nueva; no es que nosotras se la venimos a dar. Les ayudamos a empoderarse y juntas evangelizamos”, prosiguió. 

En los primeros años, se hacía hincapié en la prevención de la prostitución, explica la Hermana Aurea Rendón, y la congregación ofrecía centros de acogida para dar a las jóvenes una alternativa a la calle.

“Nos fuimos dando cuenta, con los años,  de que es muy distinto tener casas, hogares e internados a trabajar directamente con las mujeres en situación de prostitución”, aseveró.

“Con respeto, amor y misericordia”, las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor dignifican a las mujeres de La Merced, el mayor distrito de prostitución de Ciudad de México. Y así lo explica la  Hna. Manuela Rodríguez: “Entrando en su camino juntas, hacemos un camino de liberación”. #HermanasOblatas #CiudadDeMéxico #prostitución #Liberación

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En 1989, cerraron su residencia y abrieron el Centro Madre Antonia en el corazón de La Merced, aunque en el 2022 se trasladaron a una nueva ubicación a 20 minutos de distancia. El trabajo, sin embargo, sigue siendo el mismo: acercamiento directo a las mujeres de la calle.

Las hermanas deben estar en alerta máxima en todo momento, subrayó Rodríguez. “Cuando salimos a la calle, hay que tener todos los ojos puestos en ellas, porque muchas están vigiladas, tanto por [los proxenetas] como por otras personas que las vigilan. Tenemos que ser muy cautelosas, porque [un error] puede acarrear represalias tanto para la persona como para nosotros”, explicó. 

Puertas a conexiones futuras

Una tarde cualquiera, las hermanas Carmen Paz, Rosas y Rodríguez se reunieron con un grupo de voluntarios y miembros del personal, entre ellos Manuela, para lo que ellas llaman 'abordaje', la palabra que utilizan para referirse a la labor que realizan casi todas las tardes en estas calles.

Su base en La Merced es un espacio en La Palmita, una iglesia de 250 años de antigüedad en pleno bullicio. Aquí es donde invitan a las mujeres los martes para una terapia con pétalos de rosa, directamente de la calle, bajo las suaves manos de la terapeuta Luz María Mitre. Es una terapia que conmueve a muchos hasta las lágrimas, dice Mitre, y las charlas íntimas posteriores abren la puerta a  conexiones futuras.

El ambiente era optimista cuando las hermanas se dividieron en parejas. Todas llevaban un chaleco azul con el logotipo del Centro Madre Antonia. Para el 'abordaje' de hoy, habían preparado una dinámica para romper el hielo y ayudar a las mujeres a hablar de sus sentimientos: una 'sopa de letras' o búsqueda de palabras con diferentes emociones ocultas en su interior. 

Al fondo la antigua iglesia La palmita, en donde las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor tienen su base de operaciones; al frente, en la plazoleta, una religiosa y otras perosnas se acercan al templo.

La hermana Oblata Carmen Paz, segunda por la izquierda, acompañada por Mariana Gutiérrez, una miembro del personal, y dos voluntarias, se acercan a La Palmita, una iglesia de 250 años de antigüedad donde tienen su base en La Merced. (Foto: GSR/Tracy Barnett)

Las calles bullían con el comercio: hombres cargados o empujando carretillas llenas de cajas, clientes que llenaban las aceras en busca de ropa, zapatos, aparatos electrónicos... y, más discretamente, sexo. Aunque no parecía peligroso, las cosas pueden cambiar rápidamente, advirtieron las hermanas.

Paz no tardó mucho en hacer su primera conexión; casi no necesitaba chaleco. “¿Dónde has estado?”, le preguntó una mujer con un minivestido ajustado de color vino y delineador brillante de ojos, que se arrugaron en una sonrisa reveladora de su mediana edad. La mujer le tendió un abrazo fraternal y luego le confesó: “Te hemos extrañado”. 

Sus colegas se alinearon a lo largo de la calle, comprobando teléfonos móviles y apoyándose en postes para descansar sus pies del uso de tacones altos. Abarcaban un amplio rango en cuanto a edad y aspecto. Algunas eran jóvenes, aunque las menores que trabajan allí están bajo estricto control, explicaron las hermanas, y no suelen acceder a hablar. Algunos eran mayores, como Sofía, de 80 años; pero, la mayoría de las ancianas trabajan en otra zona y sufren los peores abusos.

A medida que Paz se acercaba, los rostros de las mujeres se iluminaban. Una mujer estaba sentada en una jardinera de cemento, mirándose en un espejo de mano y revisando su maquillaje. “¿Así o más bella?”, bromeó  Paz. 

Victoria era una joven de una gran belleza con un ajustado vestido negro, tacones altos, espesas pestañas y una larga melena oscura adornada con pequeños anillos de plata. Estaba apoyada en un poste junto a un puesto de tacos [típica comida mexicana]. Los puestos de comida pueden ser puntos de vigilancia, ya que muchas mujeres son seguidas atentamente por una red que informa al proxeneta. [Se ha cambiado su nombre para proteger su identidad]. 

Al principio se mostró distante, irónica, cuando Paz le pasó el dibujo de un cuadrado en un pedazo de papel junto con un bolígrafo y le explicó el ejercicio de la 'sopa de letras', destinado a ayudar a las mujeres a verbalizar sus emociones. Victoria escaneó [revisó de arriba abajo con rapidez] la página. 'Alegría' y 'miedo' surgieron de inmediato; ella las encerró en un círculo... y luego se estancó.

“Las palabras pueden ser difíciles de encontrar, igual que las emociones reales”, explicó alentadoramente Paz. “Algunas son obvias. Pero hay otras emociones que se esconden debajo de estas, y vale la pena profundizar en ellas. Las emociones no son buenas ni malas, pero son importantes: nos dan las señales que necesitamos para guiarnos en nuestras vidas”, razonó. 

La hermana Paz sacó el folleto amarillo brillante que habían preparado las hermanas. Victoria estudió atentamente el papel y, una a una, fue descubriendo las palabras: 'Depresión'. 'Euforia'. 'Ceguera'. 'Rabia'.

“Sí, rabia”, murmuró Victoria y añadió: “Como [la que siento] por ese tipo que sigue golpeándome”.

Para desplazarse por La Merced se utilizan todo tipo de vehículos, como esta bicicleta tipo calesa [bicitaxi] diseñada para transportar pasajeros y mercancías.

Para desplazarse por La Merced se utilizan todo tipo de vehículos, como esta bicicleta tipo calesa [bicitaxi] diseñada para transportar pasajeros y mercancías. (Foto: GSR/Tracy Barnett)

Paz escuchó atentamente. “No tienes que aceptar eso”, le aconsejó en voz baja a la joven. Dio la vuelta al folleto amarillo y leyó el texto en voz alta, señalando la imagen de una mujer con la cabeza entre las manos: “¿Quién está para mí, quién me escucha a mí?”.

“No estás sola”, le aseguró a la joven, entregándole una lista de recursos a los que las mujeres pueden pedir ayuda.

Paz invitó a Victoria a la fiesta del Día de los Muertos que se aproximaba y también le propuso que conociera algunas de las muchas ofertas de la Casa Madre Antonia, y luego continuó su camino. En cada parada, ofrecía palabras de aliento y a veces consejos, e invitaba a cada una de ellas a visitar la sede de este proyecto, en donde encontrarían talleres, comida, solidaridad o terapia.

Una mujer comentó  con aire melancólico, al oír hablar de los talleres de costura: “Siempre quise aprender a coser, pero no sé si podré, por culpa de esto”. [Levantó su mano izquierda, lastimada  años atrás con un machete].

“Sí, puedes”, aseveró Paz y prosiguió: “Hay tantas cosas que puedes hacer: coser, medicina natural, arte. Ven y participa. Ya lo verás”. La hermana le dejó una invitación para la próxima celebración y le dio un abrazo. La mujer sonreía al alejarse.

Nota del editor: Esta entrevista, realizada en español, fue publicada originalmente en inglés el 24 de noviembre de 2022, después de haber sido traducida por Helga Leija, hermana benedictina con experiencia y formación académica en traducción. Esta historia se actualizó para alterar el nombre de una de las mujeres para proteger su identidad.