La Hna. Tessy Kodiyil, religiosa de la Congregación de la Sagrada Familia, escribe cartas a familiares de víctimas de accidentes en su oficina de Aswas, en Changampuzha Nagar (Kochi), en el estado de Kerala, al sur de la India. (Foto: cortesía de Tessy Kodiyil)
La Hna. Tessy Kodiyil dirige Aswas (“Consuelo”, en hindi), un centro que atiende a las víctimas de accidentes y a sus familias. Esta religiosa de la Congregación de la Sagrada Familia asegura que su misión es llevar amor y esperanza a quienes sufren.
Todo comenzó en 2003 cuando Kodiyil, entonces maestra de escuela, encontró en un periódico la foto de un joven llorando, quien había perdido a siete miembros de su familia en un accidente de tráfico. La foto la llevó a ponerse en contacto con el joven para consolarlo. Según ella, Jesús la empujó a hacerlo.
La fotografía que inspiró a la Hna. Tessy Kodiyil a emprender su misión de escribir cartas en 2003. (Foto: cortesía de Tessy Kodiyil)
La escritora de cartas consoladoras comienza su labor recopilando información sobre las familias de las víctimas de accidentes. Luego busca sus direcciones y números de teléfono para escribirles o llamarles y darles ánimos. Tres hermanas más la ayudan ahora en la misión.
Kodiyil, de 58 años, quien se jubiló de la enseñanza hace dos años, habló con Global Sisters Report (GSR) del peculiar apostolado que lleva a cabo.
GSR: Cuéntenos cómo comenzó todo.
Kodiyil: Debo decir que surgió de forma inesperada. Yo daba clases en el instituto Cardinal de Thrikkakara [un suburbio de Kochi, la capital comercial de Kerala], a unos 2 km de mi convento. El 11 de marzo de 2003, mientras leía Deepika [Lamp, un periódico en lengua malayalam dirigido por la Iglesia católica], me quedé helada al ver una foto en la que ponía: “Noche en vela en Erakkattuvayal y Maradu” [dos lugares de Kochi].
Unos 17 católicos habían muerto en un accidente de autobús. Su parroquia los había llevado en peregrinación a Vailankanni [santuario mariano en el estado vecino de Tamil Nadu]. El accidente ocurrió en el viaje de regreso. En la foto vi a un adolescente, Doney Palliparambill, sollozando junto a sus siete familiares fallecidos. Me pregunté cómo afrontaría la dura realidad. Estaba realmente consternada, pero no sabía cómo actuar. Sentí que debía hacer algo por aquel joven angustiado.
Doney Palliparambill con su esposa. (Foto: cortesía de Tessy Kodiyil)
¿Y qué pasó?
Lo primero que se me ocurrió fue escribirle una carta. Compartí mi plan con mis superiores y me dieron su apoyo. La misión principal de nuestra congregación es el apostolado familiar. Mi nueva propuesta formaría parte de nuestra misión.
Doney, que entonces tenía 18 años, respondió. Solamente él y su hermana mayor, casada y con un hijo, habían sobrevivido. Le construimos una casa con fondos de algunos benefactores. Ahora está casado y asentado, y seguimos en contacto con él.
Así empezó nuestro ministerio de servir a las víctimas de accidentes y a sus familiares. En un libro voy recopilando los recortes de periódico de los accidentes. La gente me llama a menudo al recibir mi carta. Algunos quieren verme, otros piden mis oraciones.
¿Alguna vez imaginó que estaba iniciando una nueva misión?
En absoluto. Recuerdo lo que mi vecino me dijo en una ocasión: “Hermana, no crea que va a ser solo escribir cartas. Se convertirá en toda una institución”.
Aquel día no lo tomé en serio. Sonreí y le dije que lo mío era un pequeño servicio para la gente. Sus palabras se hicieron realidad al cabo de ocho meses, cuando inauguramos Aswas, el 21 de noviembre de 2003, un centro para consolar a las víctimas de accidentes. Para mí fue un día de alegría. Los planes de Dios son inescrutables.
De izquierda a derecha: la Hna. Marietta Pulickal, provincial de la Congregación de la Sagrada Familia cuando comenzó Aswas; la Hna. Therese María, superiora del convento; la Hna. Christeena Parokkaran; y la Hna. Daya Mathew, actual miembro de la comunidad de Aswas. (Foto: cortesía de Tessy Kodiyil)
¿Recuerda algún caso que le haya conmocionado?
Un joven que sonaba desesperado me llamó desde un hospital: “Hermana, necesito verla de inmediato”. Había perdido a su mujer, a su hijo y a los padres de su mujer en un accidente. Estaba sumido en el dolor.
Como yo estaba en la escuela, envié a mis hermanas a reunirse con él inmediatamente. Después del colegio, me acerqué a verlo. Tenía dolores atroces y múltiples heridas. Solo él y su hija habían sobrevivido. Me alegré de poder estar a su lado en ese momento crucial. Mantuvimos el contacto con él durante unos años.
Aquel incidente me convenció de que, para llegar a las personas que sufren, tenemos que salir de nuestra zona de confort. Cuando nos llaman, cuando nos necesitan, tenemos que estar disponibles.
¿Qué importancia tiene hoy este servicio?
Ofrecer consuelo es algo muy necesario en estos momentos para el mundo en el que vivimos. Nunca pensé que mi humilde iniciativa se convertiría en una institución. La gente puede entrar libremente a conocer a las hermanas y buscar consuelo en nuestro centro.
Hasta ahora he escrito más de 5000 cartas. La gente conserva mis cartas. Algunos me han dicho que leen mis cartas cuando tienen algún problema. Venían a Aswas a buscarme con la carta en la mano.
Cuando daba clases, dos de nosotras visitábamos las casas de esas personas los fines de semana cuando la escuela estaba cerrada. Al vernos, decían con sorpresa: “Mira, vienen nuestras hermanas”. Nosotras también nos sentíamos felices al conocerlos. A veces pasábamos todo el día con ellos. Viajamos por todo Kerala visitando a las familias afectadas.
Participantes en un retiro de tres días organizado para familiares de víctimas de accidentes en Aswas, en Changampuzha Nagar (Kochi), Kerala, India. (Foto: cortesía de Tessy Kodiyil)
Algunos venían a nuestro centro para un retiro de tres días. Una pareja que nos visitó había perdido a su hijo de 16 años. No podían contener el dolor. Aunque tienen otro hijo de 12 años, querían poner fin a sus vidas. Fue entonces cuando les llegó mi carta. Me llamaron. Fui a su casa y recé con ellos. Eso les dio valor para enfrentarse a la vida, según me contaron. También empezaron a visitarme.
Anita Mohandas, una viuda hindú, vivía en Muvattupuzha, a unas tres horas de viaje de Aswas. Su marido murió en un accidente, dejándola sola con su hijo pequeño. Estaba completamente destrozada cuando le llegó mi carta. Me dijo que era una gran bendición para ella. Entrar en contacto con Aswas fue para ella un punto de inflexión en su vida. Asegura que encuentra paz y consuelo después de pasar tiempo con nosotros y conocer a otras personas en situaciones similares. Fue alentador oír de ella que Aswas puede dar una nueva oportunidad de vida a personas destrozadas como ella.
¿Pone en contacto a estas personas?
Organizamos regularmente encuentros para personas de otras religiones y retiros para cristianos. Estos encuentros les brindan la oportunidad de conocerse, compartir su dolor y encontrar consuelo en las vidas heridas de los demás. Se alegran de que acojamos a todos, independientemente de su religión o casta. Sin embargo, estos programas se paralizaron en marzo de 2020 a causa del confinamiento por la COVID-19.
¿A qué se dedica además de escribir cartas?
Al aumentar el número de personas, mi comunidad se unió a mi misión. Empezamos a publicar una revista, Aswas, que ahora sirve de medio de comunicación entre nosotros y la gente. Las mujeres de nuestras asociaciones parroquiales nos ayudan con la revista, desde su fase inicial hasta su publicación. Los gastos corren a cargo de los benefactores.
La Hna. Tessy Kodiyil (a la izquierda) y la Hna. Roselin Kachapilly consultan la revista Aswas en el centro Aswas de Changampuzha Nagar, Kerala, India. (Foto: cortesía de Tessy Kodiyil)
Ahora he puesto en marcha un programa de renovación familiar para embarazadas. Les escribo. Es muy importante que recemos por ellas mientras construyen familias. Otro grupo por el que rezamos son las mujeres solteras. No podemos visitarlas, pero nos reunimos con ellas a través de videollamadas. También he creado un grupo para rezar por los sacerdotes.
¿Por qué eligió Aswas como nombre para el centro?
La Hna. Maria Paul [consejera provincial de educación] y yo estuvimos juntas en la escuela durante nueve años. Aprovechábamos la hora del almuerzo para escribir cartas. Un día, mientras las escribía, me vino a la mente este nombre. Jesús cura tus heridas, Jesús toca tu corazón y Jesús cura todas nuestras heridas. En resumen, Jesús nos consuela en todas las situaciones.
Cuéntenos algo sobre usted.
Soy la mayor de tres chicas y dos chicos. Mi padre era empleado ferroviario en Bombay. No era partidario de que entrara en la vida religiosa. Así que entré en el convento y le envié una carta.
Ese mismo año enfermó, volvió a casa para recibir tratamiento y murió. Como tenía 18 años, me correspondía el trabajo en los ferrocarriles en lugar de mi padre. Pero preferí continuar mi formación religiosa. Más tarde, mi hermana menor ocupó el puesto.
Tuve la suerte de que la Hna. Johanna, que había vivido con Santa Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan [la fundadora de la congregación], me diera clases desde los 3 años. Su convento estaba en nuestra parroquia y visitaba nuestra casa con regularidad.
De niña sentía compasión por los que sufrían. Cuando estaba en cuarto [grado], conocí a una mujer enferma de cáncer. Durante la hora del almuerzo íbamos a visitarla. De alguna manera, me convencí entonces de que los que sufren son santos.
Una vez le compré nueces molidas. Al verla comerlos con terrible dolor, me desmayé. Más tarde, cuando visité el convento, las monjas me invitaron a visitar a la mujer. Me quedé encantada. Entonces decidí hacerme hermana para poder visitar a las familias en apuros.
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Pero también era una persona mundana. De adolescente destacaba en danza y canto. Me gustaba llevar vestidos a la moda. Mi madre me animaba a ello.
Fui a la boda de mi prima vestida de gala. Llevé el mismo vestido a la clase de catequesis del domingo siguiente. La hermana que daba la clase dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”. Sentí que mis talentos y mis vestidos elegantes no tenían sentido. Poco a poco, fui renunciando a los vestidos bonitos. Después del 12.º curso, me uní a la congregación.
¿Por qué se unió a esta congregación?
Ya le tenía cariño a Santa Mariam Thresia. Le pedía por la curación de mi padre. Quizá la partida de mi padre, un momento muy triste de mi vida, me ayudó a entrar en el convento. Se me rompió el corazón cuando lo perdí. En el noviciado tuve que hacer terapia para superar mi sentimiento de pérdida. Perder a mi padre a una edad temprana me ayudó a comprender el dolor de otras personas que pierden a sus seres queridos.
La gente decía que entrar en el convento era una vía de escape. Sufrí todo esto y le dije a Jesús que cuidara de mi familia. Y lo hizo.
Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 14 de septiembre de 2021.