La Hna. Agatha Chikelue, en el centro de la fila superior, posa con los participantes en el Programa de Becas de la Fundación Cardenal Onaiyekan para la Paz en su graduación de junio en Abuja, Nigeria. (Foto: cortesía Stephen Udama)
Cuando era pequeña, Agatha Chikelue enfermó gravemente. Sus padres la llevaron a hospitales cercanos a su casa, en el sudeste de Nigeria, pero los médicos no pudieron ofrecerle un diagnóstico ni una cura. Sus padres temían que su hija muriera.
El padre de Agatha informó de la situación a su hermano, practicante de la religión tradicional. El tío de Agatha consultó a los dioses y se enteró de que la niña era una diosa del río reencarnada y, a menos que se realizara un ritual para separarla de su anterior encarnación, nunca se casaría ni tendría una vida normal, si es que sobrevivía a su enfermedad.
La madre de Agatha, católica devota, se opuso rotundamente al ritual. Con el tiempo, Agatha se recuperó. Y cuando una llamada a la vida religiosa resolvió la indecisión de la adolescente sobre si ir a la universidad o casarse con uno de sus pretendientes, la profecía de su tío sobre el destino de Agatha resultó ser acertada.
La Hna. Agatha Chikelue, de 48 años, forma parte de las Hijas de María Madre de Misericordia, una orden autóctona de hermanas católicas fundada en el sudeste de Nigeria, el centro de la fe católica del país. También es una de las organizadoras más respetadas de programas de resolución de conflictos y diálogo interreligioso en una nación muy fracturada de más de 200 millones de habitantes, donde los traumas generacionales, la mala gestión pública y la corrupción generalizada amplifican las tensiones étnicas y religiosas, especialmente entre el norte del país, predominantemente musulmán, y el sur, cristiano.
Chikelue, fundadora de la Oficina de Enlace de la Arquidiócesis de Abuja, es actualmente directora ejecutiva de la Fundación Cardenal Onaiyekan para la Paz, que apoya programas para construir y fortalecer procesos de paz en Nigeria y África en general. Chikelue conversó con Global Sisters Report (GSR) sobre su historia personal, la naturaleza de su vocación espiritual y las influencias y experiencias que le han permitido desarrollar sus habilidades como activista y perseguir su pasión por la construcción de la paz.
La Hna. Agatha Chikelue, de las Hijas de María Madre de Misericordia, es la directora ejecutiva de la Fundación Cardenal Onaiyekan para la Paz, y una de las 4 mujeres que tienen cargos de elevada responsabilidad en la arquidiócesis de Abuja. (Foto: cortesía Agatha Chikelue)
GSR: ¿Qué significa ser Hija de María Madre de Misericordia?
Chikelue: Que María sea madre de misericordia significa que su hijo Jesús es un Señor misericordioso. Y si es así, tenemos que dar testimonio de esta misericordia que define la divinidad de Dios, que define los atributos de María. Debemos vivir la misericordia de Dios. Debemos dar testimonio de ella en cualquier lugar en el que nos encontremos. Debemos convertirnos en la personificación de la misericordia. Cuando la gente nos vea, verá la misericordia de Dios en nosotros. Verán el amor de Dios en nosotros. Verán esa caridad que hizo que Cristo viniera y muriera por nosotros.
Estamos formadas de tal manera que, además de ir a la capilla para rezar, además de ir a la iglesia para rezar, intentamos comunicarnos con Dios incluso en nuestros lugares de trabajo, en el proceso de nuestro trabajo.
Es una vida de oración, de testimonio de la misericordia de Dios. Para alguien como yo, esto se traduce en el tipo de vida que quiero llevar. Mi forma de pensar, mi comportamiento, mi apostolado... Intento en la medida de lo posible aportar estos atributos a mi congregación.
¿Cuándo empezó a considerar la posibilidad de vivir una vida consagrada?
De joven no se me pasaba por la cabeza hacerme religiosa. Mi sueño era estudiar en una institución superior y quería ser abogada. Deseaba casarme con un hombre respetable que cuidara de mí, de mis hermanos y de mis padres. Es la gran familia africana: quería casarme con alguien que supiera que vengo de una familia y que no abandonaré a mi familia. Así que estaba construyendo un hermoso castillo para mí.
Cuando estaba en la escuela secundaria, lo que ustedes llaman instituto, alrededor de mi tercer año tuve un sueño. Me veía vistiendo el hábito de las hermanas y estaba en medio de ellas. Por la mañana, pensé: "¡Dios me libre! Me niego a esto. No lo quiero. No quiero ser hermana". Me lo quité de la cabeza y continué mis estudios.
Cuando terminé la escuela, ya me estaban llegando los pretendientes. En África hay gente muy tonta que quiere casarse con niñas de 14, 15, 16 años. Yo tenía 16 años y empezaron a llegarme pretendientes. Pero mis padres querían que asistiera a una institución superior antes de casarme, así que se negaron.
Por mucho que intentaba alejar ese sueño, una vocecita silenciosa me decía: "¿Sabes, hija?, este no es tu lugar. No encontrarás la alegría donde vas". Cuando tuve que matricularme en la universidad, no pude tomar la decisión.
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¿Cómo reaccionaron sus padres ante su indecisión?
Cuando llegué a este punto de indecisión después de la escuela secundaria (en el que se suponía que o me casaba o me iba a una institución superior), mi padre recordó lo que su hermano mayor le había dicho de mí cuando yo era todavía una niña y eso le hizo tener serios problemas con mi madre. Mi padre le recordó la enfermedad de mi infancia y le dijo: "¿Has visto lo que dijo mi hermano hace años? Te lo advertí, te lo dije y te negaste. ¿Has visto lo que ha pasado? Ahora, Agatha está en edad de casarse, pero no quiere casarse ni ir a una institución superior. No sabe qué hacer con su vida". ¡Y esa era exactamente mi situación en aquel momento!
¿Qué le impulsó a optar finalmente por la vida consagrada?
Pasaba junto a unos niños que jugaban al fútbol en la calle. Uno me gritó: "Perdona, perdona, perdona, tita". Me volví, y este niño pequeño de unos 7 u 8 años sonreía y daba patadas a su balón y se acercó a mí. Y me dijo: "Oh, tita, lo único que quiero decirte es que es mejor que dejes de correr, que dejes de correr, que vayas y respondas a esa llamada. Mejor deja de correr y solo ve y responde a esa llamada". Y sonrió y volvió corriendo a seguir jugando al fútbol con los demás.
Así que recé y le dije: "Dios, sabes que esto no es lo que quiero. Y lo hago porque ahora estoy convencida de que me llamas y de que tienes un propósito para mí allí. Te lo ruego, por favor, no me decepciones. No permitas que me arrepienta de haber escuchado esta llamada".
Así fue como abracé mi vida religiosa. Y les digo la verdad evangélica ante Dios y ante los hombres: desde que me hice religiosa, nunca he tenido nada de lo que arrepentirme por ser religiosa. Eso no significa que todo me haya ido sobre ruedas, pero siempre encuentro algo que me sigue animando, algo que me hace seguir adelante, algo que me dice: "Para eso estás aquí, para hacerlo bien".
El cardenal John Olorunfemi Onaiyekan de Abuja, Nigeria (fotografía de 2017), consideró importante la participación de mujeres, como la Hna. Agatha Chikeluem, en los asuntos de la Iglesia. (Foto: CNS/Paul Haring)
¿Cómo acabó trabajando en la arquidiócesis de Abuja con el cardenal John Onaiyekan, una de las figuras religiosas más respetadas de Nigeria?
Estudié en la Universidad de Abuja. El cardenal (entonces arzobispo) venía de vez en cuando a una misa de confirmación o a una visita pastoral. Una de las veces que me reuní con él, me preguntó: "Hermana, ¿qué curso está haciendo?". Le contesté: "Administración pública". Me dijo: "¡Vaya, es fantástico! ¿Sabe qué? He pensado abrir una oficina [la Oficina de Enlace de la arquidiócesis], pero no he conseguido a nadie que reúna las condiciones para el puesto. Creo que voy a hablar con su superiora y ver si puede enviarle después de sus estudios para que venga a montar esta oficina para nosotros".
Seis meses antes de terminar mis estudios, escribió a mi superiora y, con ese título de administración pública, me destinaron a trabajar en la Oficina de Enlace de la Arquidiócesis de Abuja. La oficina trabaja con gobiernos estatales, nacionales y extranjeros, organizaciones de desarrollo humano y ONG. Estudiamos sus programas para ver cómo la diócesis puede asociarse con ellos y cómo la gente puede beneficiarse de sus programas.
La Hna. Agatha Chikelue, a la izquierda, directora ejecutiva de la Fundación Cardenal Onaiyekan para la Paz en Abuja (Nigeria), junto a mujeres musulmanas tras romper el ayuno en la mezquita de Al-Habbiyah en abril de 2021. (Foto: CNS/Reuters/Afolabi Sotunde)
Tuvo que aprender mucho. Creció en una zona del país predominantemente católica e igbo [ pueblo igbo] que quiso secesionarse durante la guerra civil de Nigeria (1967-1970), y aún hay tensiones entre algunos cristianos igbo del sureste y grupos étnicos/religiosos de otras partes del país, especialmente musulmanes del norte. El Gobierno nigeriano cometió atrocidades contra la población de la región secesionista del país, como bombardeos indiscriminados y [sometimiento a] hambrunas masivas. ¿Cómo influyó en su infancia y en su trabajo actual?
Aprendí mucho sobre la marcha. De niña no fui consciente de los efectos de la guerra civil nigeriana, pero oía a mis padres contar historias. Oía historias de familias que fueron masacradas por la explosión de una bomba o que murieron de hambre. Estas historias crearon división y odio entre los igbos y los norteños, especialmente entre los cristianos del este y los musulmanes del norte.
En mi nuevo trabajo tenía que reunirme con personas en las que no confiaba y que estaban al otro lado de las divisiones en Nigeria. A veces me sentía irritada y no me interesaba escucharlos ni interactuar con ellos. Pero como esto forma parte de mi trabajo, no quería desobedecer al cardenal.
Con el tiempo, empecé a prestar atención a lo que decían y vi que hablaban con toda sinceridad. Me di cuenta de que nuestros miedos son también sus miedos. Sus preocupaciones son también las nuestras. Y nosotros estamos intentando ver cómo podemos salir de todo esto. Ellos también intentan ver cómo podemos vivir en paz. Pensé: "Vaya, en realidad tenemos mucho en común, lo que significa que podemos aportar ideas juntos, debatir y dialogar por la paz". Ese fue el comienzo de mi interés por el diálogo interreligioso. Cada día me doy cuenta de que las cosas no son como yo pensaba. Lo llamaré un tipo de educación que ni siquiera las personas con doctorados pueden tener.
A veces estamos tan cerrados en nuestro pensamiento. No podemos abrir las ventanas y las puertas como la Iglesia nos ha dicho que hagamos. Abramos las ventanas y abramos las puertas. Que entre aire fresco.
El cardenal Onaiyekan se jubiló a finales de 2019 y asumió el cargo de cardenal emérito. ¿Qué ha aprendido de él que pueda trasladar a su propia labor?
Es imposible estar con el cardenal Onaiyekan y no aprender mucho. De hecho, los sacerdotes que han estado con él le dirán que lo que han aprendido en la mesa del cardenal es mucho más que lo que han aprendido en los seminarios y en las instituciones superiores. Yo he aprendido mucho de él, y me he convertido en mejor cristiana conociendo al cardenal.
En la arquidiócesis de Abuja verá a mujeres, tanto laicas como religiosas, ocupando cargos. En otras diócesis de Nigeria, solo hay hombres o sacerdotes y muy pocas religiosas. Pero aquí, la Oficina de Justicia, Desarrollo y Paz está dirigida por una laica. La Oficina de Educación está dirigida por una laica. La Oficina de Salud la dirige una religiosa. Su fundación la dirijo yo. El cardenal cree que hay que dar una oportunidad a las mujeres porque ellas también tienen algo que ofrecer.
Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 19 de julio de 2022.