(Unsplash/Iva Rajović)
Durante mi participación en el taller para nuevos liderazgos —del 11 al 14 de abril de 2024, en Dallas, Texas, impartido por la Conferencia de Mujeres Religiosas Líderes (LCWR) en Estados Unidos— escuché que los 'no negociables' de la vida religiosa constituyen su corazón.
He escuchado a algunos padres de familia decir a sus hijos: “Cuando te digo no, no es negociable”, como una forma de mantenerse firmes ante el 'no' antes dicho, y así evitar la insistencia de sus hijos. En este sentido, escuchar sobre los 'no negociables' de la vida religiosa me pareció interesante, porque nos dan identidad en lo que somos y hacemos.
El llamado de Dios es uno de los aspectos 'no negociables' de la vida religiosa porque nos pone frente a una experiencia personal de sentirnos amadas, atraídas y animadas por Dios a dar una respuesta. En este llamado comienza nuestra búsqueda vocacional para saber dónde, desde nuestros dones y talentos, podemos servir mejor dando vida a la sociedad.
Casi siempre cuando alguien me pregunta sobre mi llamado a la vida religiosa me resulta difícil responder, porque es una experiencia inexplicable que solo quien la vive la puede entender; sin embargo, el llamado de otras puede verse, puedo verlo, en nuestras hermanas de comunidad: en su alegría, gozo y convicción de sentirse elegidas por Dios a una congregación con una misión y carisma específico.
"La misión [elemento ‘no negociable’] a la que Dios nos sigue llamando es a transformar la sociedad, la Iglesia y lo que nos rodea de manera profética. Debemos cuidar (…) nuestro carisma congregacional": Hna. María Elena Méndez Ochoa
La comunidad es una célula viva donde compartimos el llamado personal de Dios con otras hermanas provenientes de distintos países y con diferentes maneras de ser, pensar y concebir el mundo.
Por eso juntos y desde la diversidad de la comunidad, surgen la creatividad y el aprendizaje mutuo. Es en las diferencias donde crecemos, nos conocemos y se manifiestan nuestras fuerzas y debilidades.
La comunidad no es perfecta ni lo será, esto no quiere decir que no nos esforzamos por ser cada día mejor. Cada una de nosotras es diferente, y a la vez semejante en muchas cosas. Es en la comunidad donde soñamos, planeamos, dialogamos, discernimos, decidimos y perdonamos; también, donde crecemos, corremos riesgos y asumimos retos para el bien de otros dentro y fuera de ella.
La misión y el ministerio son otros 'no negociables' de la vida religiosa. No se puede entender el llamado vocacional ni la comunidad sin la misión. Cada congregación religiosa tiene una misión plasmada en su carisma con el cual somos llamadas a hacer presente el Reino de Dios desde la inspiración original de nuestros fundadores, adaptándonos a los "contextos donde nos encontramos" (Dirección Capitular 2023-2029 de las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo).
La misión a la que Dios nos sigue llamando es a transformar la sociedad, la Iglesia y lo que nos rodea de manera profética. Para ello, debemos cuidar proféticamente nuestro llamado personal, comunitario y la vivencia de nuestro carisma congregacional desde los ministerios que realizamos.
La oración, la espiritualidad y el discernimiento son fundamentales en la vida religiosa. No podemos vivir el llamado personal, la experiencia de la comunidad o el ministerio congregacional, si no oramos, discernimos y vivimos nuestra espiritualidad. De lo contrario, estaremos bombardeadas y consumidas por las tendencias sociales, políticas, económicas, eclesiales, mediáticas, etc., las cuales nos irán vaciando. Al contrario, debemos estar atentas a que Jesús llene nuestras tinajas de vino nuevo, como en las bodas de Caná, cuando le dijo a los sirvientes: «"Llenen de agua esos recipientes". Y los llenaron hasta el borde» (Jn 2, 1-12). Nos toca a cada una —de manera personal, comunitaria y apostólica— ser 'buen vino' en las realidades de guerra, pobreza o injusticia que requieren transformación y que están a nuestro alcance.
Los votos de castidad, pobreza y obediencia son otros 'no negociables' de la vida religiosa. La castidad se vive desde el amor a Dios y a los demás; la obediencia, desde la libertad; y la pobreza, desde la opción de vivir con lo necesario para nuestra vida y nuestro ministerio. Estos tres votos se consideran a través de la lente del carisma congregacional. Ninguno de ellos está desconectado del llamado vocacional, de la comunidad y de la misión, ni de la oración, la espiritualidad y el discernimiento.
Cada comunidad religiosa tiene tradiciones, costumbres, valores, historias, modos de ser y de estar en el mundo que pueden ser negociables. Sin embargo, los elementos 'no negociables' constituyen la razón de ser de la vida religiosa.
Por esta razón, el papa Francisco, refiriéndose a la vida religiosa, dice, “La vida consagrada vale más que todas las riquezas del mundo, es un regalo de Dios, es un don de amor que hemos recibido". Y hoy, la vida religiosa sigue siendo valiosa en nuestro mundo.
En 2024 celebro 34 años de haber dicho 'sí' al llamado a la vida religiosa, y hoy sigo afirmando que la vocación a la vida consagrada es un don, un regalo de amor de Dios para el mundo. Por eso le digo a todas las jóvenes: "Si Dios las llama a la vida consagrada, no duden en decirle 'sí', porque en algún lugar del mundo hay alguién que está esperando su respuesta generosa".