Si viviéramos lo esencial de la vida cristiana

Comentario al Evangelio del domingo XXXI del Tiempo Ordinario

(Foto: Unsplash/Topsphere Media)

«Se acercó uno de los escribas que le había oído y le preguntó: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?". Jesús le contestó: "El primero es: 'Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas'". El segundo es: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. No existe otro mandamiento mayor que estos. Le dijo el escriba: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios". Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: "No estás lejos del Reino de Dios". Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas». (Mc 12, 28b-34)

El Evangelio de hoy es muy breve y se refiere a un tema muy concreto. Presenta la escena de un escriba que se acerca a Jesús para preguntarle cuál es el mandamiento más importante. En esta ocasión, el escriba no pretende entablar una polémica, como normalmente lo hacen los escribas y fariseos en otros pasajes bíblicos, incluso en la versión de este mismo texto en Mateo y Lucas. Por el contrario, le da la razón a Jesús. Esto hace que Jesús alabe su sensatez y afirme que no está lejos del reino de Dios.

El contenido de la conversación entre el escriba y Jesús es lo esencial de la vida cristiana: amar a Dios con toda el alma, toda la mente, todas las fuerzas. Y al prójimo como a sí mismo. No existe otro mandamiento mayor a este. Posiblemente esto lo diría cualquier cristiano al que se le hiciera la misma pregunta, pero, en la práctica, muchas veces se cae en diversos errores.

"Pidamos entender la inseparabilidad del amor a Dios y al hermano y mostremos, con nuestra vida, que el amor a Dios nos compromete verdaderamente con la realidad y que esta nos une a Dios en auténtica oración": teóloga Consuelo Vélez

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Para algunos, amar a Dios con toda el alma, la mente y las fuerzas, los lleva a caer en un intimismo que no tiene nada que ver con la experiencia cristiana. Se encierran en sus devociones, en sus ritos y se llenan de preceptos y costumbres con las que creen cumplir mejor su amor a Dios. Pero en ese afán de centrarse en Dios, se olvidan de los hermanos, no tienen la menor preocupación por ellos.

Para otros, el amor al prójimo les consume todas sus fuerzas y tareas y no les queda tiempo ni condición para mantener la amistad con el Señor, amistad que se teje también en el diálogo personal con él. Aunque su compromiso fraterno es de admirar, se corre el peligro de perder el calor de la "amistad, a solas, con quien sabemos nos ama", como definía la oración santa Teresa de Jesús.

Es importante, entonces, recordar que el mandamiento del amor es uno solo y es inseparable. Como dice la primera carta de Juan: "Si alguno dice que ama a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano" (4, 20-21).

Pidamos en este domingo entender la inseparabilidad del amor a Dios y al hermano y mostremos, con nuestra vida, que el amor a Dios nos compromete verdaderamente con la realidad y que esta nos une a Dios en auténtica oración, aquella que Dios quiere porque vale mucho más que todos los "holocaustos y sacrificios". Haciendo esto, Jesús también podrá decirnos que "no estamos lejos del reino de Dios".