Marcada por las cenizas y una cruz que no elegí

Primer plano de cenizas en la frente de una mujer. (Foto: Unsplash/Ahna Ziegler)

(Foto: Unsplash/Ahna Ziegler)

Traducido por Magda Bennásar

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Dado que la Cuaresma ofrece la oportunidad de confesar los propios pecados, tal vez debería empezar admitiendo que en ocasiones he sido vanidosa con mis cruces.

En la escuela primaria, cuando se repartían las cenizas, algunos de mis compañeras de clase y yo competíamos por ponernos en la fila del sacerdote que era conocido como el que hacía la mejor cruz de ceniza. Lo ideal sería una cruz bien definida, bonita y oscura para que durara todo el día. (Aunque más tarde, en nuestra adolescencia, esto podría verse como una desventaja, y algunos ayudarían a que desapareciera con un furtivo golpe de mano). Pero si el rastro de ceniza bajaba directamente por el puente de la nariz, hasta la punta, no se consideraba vanidad limpiarlo.

Se rumoreaba que el popular sacerdote hacía trampa mojándose los dedos con agua o aceite de oliva, razón por la cual sus cruces eran tan oscuras.

El otro sacerdote no dibujaba buenas cruces. O bien te hacía una línea recta en la frente, o cuando tenía mucha prisa, lo mejor que podías esperar era una mancha amorfa que no se parecía en nada a una cruz. Nuestras amigas de la escuela pública se deleitaban contándonos que teníamos la cara sucia, y nosotras nos deleitábamos dándoles una lección de catecismo.

Avanzando rápidamente unos años, disfruté siendo una de las católicas en las calles del centro de Manhattan, donde parecía que 'todo el mundo' llevaba sus cenizas con orgullo. Taxistas, representantes de las Naciones Unidas, propietarios de carritos de comida... todo el mundo parecía llevar cenizas, fueran católicos o no. De hecho, ni siquiera había que ir a la iglesia. Los sacerdotes y los ministros se alineaban en la acera frente a la iglesia de Santa Inés, cerca de la estación Grand Central, y todos podían pasar a por las cenizas, sin que se les hiciera ninguna pregunta.

¿Mi cálido resplandor al llevar mis cenizas se debía a la piedad o al orgullo? ¿O era simplemente la satisfacción de ser parte del 'grupo' o de formar parte de un fenómeno cultural? ¡Tuve que examinar mis motivaciones cada año que viví en la ciudad de Nueva York!

Cuando se fundó nuestra comunidad religiosa ursulina en 1535, nuestra fundadora, santa Ángela Merici, nos dio un consejo que sus hijas e hijos aún atesoramos: "Que vuestro primer refugio esté a los pies de Jesucristo" (Ángela Merici, Séptimo consejo). Siempre me la imaginé señalando el pie de la cruz.

Ahora, siendo totalmente sincera, de joven nunca fui de las que buscaban cruces. Quizá temía que, como el perro que finalmente atrapó el coche, no sabría qué hacer con ellas. Era más propio de mi débil naturaleza y mi piedad personal rezar con Jesús en el Huerto: "¡Aparta de mí este cáliz!".

Primer plano de textura de aspecto áspero. (Foto: Pixabay/Pexels)

(Foto: Pixabay/Pexels)

Pero, por suerte, al principio de mi vida religiosa aprendí una valiosa lección sobre las cruces.

Como parte de un retiro, participé en un acto penitencial en el que nos invitaron a hacer una cruz con trozos de madera y de cuerda. Elegí un bonito trozo de madera de cedro, con un bonito color y un borde artístico de corteza que acentuaba un lado, y até dos piezas ingeniosamente con un cordel. Satisfecha con mi triunfo artístico, volví a poner mi cruz en la cesta.

Al final del retiro, nos invitaron a elegir una de las cruces de esa cesta para llevarnos a casa. Tenía muchas ganas de reencontrarme con mi bonita cruz. Pero cuando llegué a la cesta, la única que quedaba era, lo has adivinado, no mi cruz, sino una madera tosca, gris, desaliñada y torcida.

Aquella noche me senté a mirar mi fea cruz. Pero cuanto más la miraba, más me daba cuenta de que era la cruz que me 'habían dado', la que debían de haber elegido pensando en mí, y que debía de tener una lección para mí. Después de todo, ¿cuánta gente puede elegir su propia cruz? Todavía medito sobre por qué las cruces que eligen para nosotros son más valiosas que cualquiera que nosotros elegiríamos. ¿Qué me dice la tosca y torcida cruz gris? Uno podría pasarse toda la vida intentando averiguarlo.

Pero sea cual sea la cruz, con ella tendremos a Jesús. Y donde esté Jesús, encontraremos refugio.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 4 de marzo de 2025. 

This story appears in the Lent feature series. View the full series.