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(Foto: Unsplash/Chris Lawton)
Nota de la editora: La serie Vida Religiosa en Evolución explora cómo las hermanas católicas se están adaptando a las realidades de las congregaciones en transición y a las nuevas formas de vida religiosa. Aunque escribimos a menudo sobre estas tendencias, esta serie en particular se enfoca con más detalle en las esperanzas de las hermanas para el futuro.
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A medida que avanzamos en las etapas finales de la vida, podemos sentirnos invitados a volver la mirada hacia nuestro interior, reflexionando sobre las experiencias, decisiones y profundidades espirituales que nos han moldeado. Este peregrinaje interior no es un camino de aislamiento, sino de descubrimiento, una travesía que nos ofrece valiosos dones psicológicos y espirituales.
En mi columna anterior reflexionamos sobre un regalo inesperado que llega a muchos en la adultez mayor: la invitación a explorar el paisaje interior de nuestra vida. Emprender este peregrinaje ofrece al menos dos beneficios psicológicos. En primer lugar, nos brinda la oportunidad de descubrir dimensiones de nuestra experiencia que han sido ignoradas o negadas, pero que aún influyen en nuestras acciones y actitudes. Al tomar conciencia de ellas, podemos integrarlas en nuestra identidad. El segundo regalo proviene de la revisión natural de la vida que ocurre en esta etapa. Recorrer el 'carril de los recuerdos' nos ayuda a evaluar el valor de nuestra existencia. Si al final podemos decir: "Esta es mi vida, la única que podía haber vivido", habremos completado la última tarea de nuestro ego con éxito. Pero si nuestra evaluación es más negativa, podríamos quedar atrapados en sentimientos de desesperanza, amargura y fracaso.
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Sin embargo, no tenemos que permanecer en ese estado. En medio de esta aparente derrota, encontramos una invitación a llevar todo lo que hemos visto y escuchado ante Jesús para su sanación. Sabemos que Dios espera para sanar y perdonar. Este acto de fe y confianza es una de las lecciones más importantes de nuestro peregrinaje interior.
Ahora reflexionemos sobre los 'dones espirituales' que pueden ser nuestros en este camino interior. Me detendré en dos particularmente significativos: convertirnos en místicos y descubrir nuestro verdadero ser. Para muchos de nosotros, en la adultez mayor nuestra comprensión de los místicos y la mística ha sido influenciada por debates sobre la contemplación infusa y por ciertos comportamientos externos de los místicos. En términos sencillos, un místico es alguien que cree en la aprehensión espiritual de verdades que van más allá de la razón. Un místico busca la unión con Dios a través de la contemplación y la entrega total.
Thomas Merton estaba fascinado con la idea del 'verdadero ser', un tema recurrente en sus escritos, como en New Seeds of Contemplation. Creo que el peregrinaje interior, si lo seguimos fielmente, nos lleva a entender a consciencia que el yo que hemos promovido y protegido durante años no es nuestra verdadera identidad. Nuestra identidad es mucho más profunda y rica de lo que creemos. A veces podemos vislumbrarla, pero nunca podremos vernos completamente como realmente somos. El peregrinaje interior nos pone un espejo ante los ojos, permitiéndonos ver y elegir quién queremos ser a los ojos de Dios. Como decía san Agustín:
Impulsado a reflexionar sobre mí mismo, entré bajo tu guía en lo más íntimo de mi alma. Pude hacerlo porque tú fuiste mi ayuda. Al entrar en mí mismo, vi con los ojos de mi alma algo que estaba más allá de mi alma, más allá de mi espíritu: tu luz inmutable. No era la luz común, perceptible a toda carne, ni era algo simplemente más grande en magnitud, sino de la misma naturaleza; brillaba con más claridad y se difundía por todas partes con intensidad.
El peregrinaje interior nos exige cambiar nuestra manera de pensar y de conocer. Nuestra cultura valora la competencia y el dominio, lo cual es positivo, pero puede nublar nuestra percepción de la realidad. La competencia y el dominio nos llevan a buscar el control sobre aquello que observamos, ya sea un rompecabezas de sudoku, una lista de vocabulario o una receta de cocina. Sin embargo, no toda la realidad puede reducirse a lo que podemos manejar. En nuestros momentos de reflexión, reconocemos que somos un misterio y que estamos rodeados de misterio. Una buena definición de misterio es "algo que puede ser meditado infinitamente sin llegar jamás a una conclusión definitiva; algo que trasciende nuestra comprensión y, al mismo tiempo, nos deleita".
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(Foto: Unsplash/Sekatsky)
"El peregrinaje interior nos pone un espejo ante los ojos, permitiéndonos ver y elegir quién queremos ser a los ojos de Dios": Hna. Jean Flannelly
Como adultos, nuestro modo habitual de conocer —lo que el filósofo francés Gabriel Marcel llamó el "modo de tener"— busca entender y dominar mediante el análisis y la abstracción. Marcel propone otro modo igualmente válido de conocer: el "modo de ser". En este, encontramos a la persona, al objeto y a nosotros mismos como una presencia que se nos revela en sus propios términos, y no en los nuestros. Este "modo de ser" es especialmente necesario en un mundo dominado por la ciencia y la tecnología.
Estos dones —convertirse en místico y descubrir nuestro verdadero ser— son, en realidad, facetas de un mismo regalo. Como san Agustín expresaba en la cita anterior, este peregrinaje interior es impulsado por el Espíritu Santo. Lo mismo ocurre con nosotros. Seguimos la guía del Espíritu al examinar de cerca nuestras acciones y elecciones, planteándonos preguntas como: "¿Por qué elegí hacer eso?". "¿Qué me motivó?". Cuanto más indagamos, más nos damos cuenta de que hay muchas razones detrás de nuestras decisiones: algunas son de índole social o cultural, otras influenciadas por las expectativas del grupo; otras son psicológicas, derivadas de nuestra dinámica personal; y otras son espirituales, reflejo de nuestros deseos más profundos.
Al examinar nuestro comportamiento y nuestras decisiones, hay tres preguntas que nunca debemos perder de vista:
• ¿Es esto quien realmente soy?
• ¿Es esto quien deseo ser?
• ¿Es este el camino al que Dios me está llamando?
Estas reflexiones sobre el 'regalo de la adultez mayor' fueron presentadas en un taller interactivo para hermanas, la mayoría de ellas en esta etapa de la vida. El diálogo y el compartir alcanzaron una profundidad inesperada, pero bienvenida. Espero que cualquier persona o grupo que se involucre con este material y con su propio peregrinaje interior pueda experimentar esa misma riqueza.
Una hermana expresó una preocupación que quizá compartan otras religiosas apostólicas: "¿No estamos mirando demasiado hacia adentro? ¿No deberíamos enfocarnos más en la misión?". Mechthild de Magdeburgo abordó esta cuestión en La luz fluida de la divinidad:
¿Quieres saber cómo puedes aprovechar mejor el favor divino y disfrutarlo como Dios quiere? Su voluntad te lo enseñará si la acoges. Recibe la bondad de Dios externamente (a través de las virtudes) e internamente (mediante tus anhelos). Respétala con humildad. No la sueltes nunca. Sé dócil cuando la vida no salga como esperabas. Dale a la bondad de Dios tiempo y espacio en ti. Eso es todo lo que pide. Entonces, te fundirá tan profundamente en Dios que comprenderás su voluntad: entenderás cuánto tiempo debes buscar sus caricias intensas y sabrás cómo y cuándo actuar con bondad hacia tu prójimo. Cuando hayas logrado esto en lo más íntimo de tu ser, tu alma se cansará en el abrazo de su cuerpo mortal. Y después de cada encuentro gozoso con Dios, tu alma dirá: "Señor, ahora deja mi interior y acompaña mi ser terrenal, para que todas mis acciones brillen en proporción a tu favor. Ayúdame a sufrir con voluntad y a quejarme poco de mis problemas".
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 19 de febrero de 2025.