A la memoria de un mensajero de Jesús y compañero de camino

A group of young people sits around a campfire

"Like other boys and girls [in the 1970s], I enthusiastically joined a youth group that went on missions to Huitel (a town in the state of Hidalgo), always guided and accompanied by Luis," said Sr. Lucía Herrerías. (Pixabay/Pexels)

por Lucía Aurora Herrerías Guerra

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Yo tenía quince años, y la mente y el corazón llenos de sueños. Aquel joven hermano marista nos hablaba de Jesús como un amigo cercano y nos compartía sus conversaciones informales con Él; nos presentó a un Jesús que comprendía nuestras rebeldías, compartía nuestros ideales y los hacía más grandes y más altos.

En las convivencias que organizaba para nosotros, adolescentes de los años 70, aprendí a construir relaciones profundas con los chicos, dialogando con ellos sobre temas importantes; compartíamos nuestras opiniones sobre el amor, la vida, la política, las cuestiones sociales; íbamos adquiriendo elementos de análisis y herramientas de crítica del mundo en que vivíamos.

El equipo que apoyaba a Luis Salguero en esas convivencias estaba formado por chicos adolescentes, que asumían, de la manera más natura,l encargos y responsabilidades. Allí nos sabíamos protagonistas de la historia.

"Luis Salguero nos trataba de tal manera que nos hacía crecer en responsabilidad y en confianza en nosotros mismos como personas capaces de emprender proyectos y hacer algo bueno en este mundo": Hna. Lucía Herrerías

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Como otros chicos y chicas, me uní con entusiasmo a un grupo juvenil que iba de misiones a  Huitel (un pueblo del estado de Hidalgo), siempre guiados y acompañados por Luis. Él tenía confianza en nosotros, nos infundía seguridad y crecíamos en responsabilidad y sensibilidad hacia las personas reales y concretas que necesitaban nuestra ayuda. Nos sabíamos corresponsables en ese equipo, no solamente ayudantes.

Poco tiempo después, Luis dejó la congregación, pero continuó colaborando con la escuela y acompañándonos en el grupo de misión. En una ocasión, estábamos todos a punto de subir al autobús que nos llevaría a Huitel para el fin de semana, con nuestros papás esperando a vernos partir.

De pronto, llegó Luis muy apenado diciendo que por causas de fuerza mayor no podría irse con nosotros en ese momento.  Explicó a nuestros padres que él nos alcanzaría al día siguiente, y que tenía plena confianza en nosotros. Mi mamá estuvo a punto de no dejarme ir. Luis se acercó a ella, le habló, volvió a reiterarle que se fiaba de nosotros: ¡un grupo de chicos y chicas de dieciséis y diecisiete años que se iban 'solos' de misiones a un pueblo!

Fue una maravillosa experiencia que marcó para siempre mi vida. Sintiendo el peso y el respaldo de la confianza que Luis depositaba en nosotros, llegamos al pueblo, nos instalamos y nos distribuimos para dormir: los chicos sobre la paja en el granero, y las chicas en un cuarto que ellos se encargaron de despejar de arañas y otros bichos.

Después preparamos la cena entre todos, nos organizamos para el día siguiente, y cuando Luis llegó a mediodía del sábado, estábamos ya todos repartidos en grupos visitando a las familias o ayudando a los pobladores en diferentes tareas.

Personalmente, me sentía feliz de haber respondido a la confianza depositada en mí. Luis Salguero nos trataba de tal manera que nos hacía crecer en responsabilidad y en confianza en nosotros mismos como personas capaces de emprender proyectos y hacer algo bueno en este mundo, sabiendo, como él nos repetía, que ninguno de nosotros era indispensable, pero que todos éramos necesarios. 

Una mañana del pasado mes de febrero me encontré, después de muchos años, con uno de aquellos compañeros de misión. Si fuera hoy, tendríamos miles de fotos de aquellas vivencias: de la preparación de las comidas, de las noches de fogata y guitarra al final de un día de caminatas de casa en casa, bajo el sol. Quizás tendríamos grabadas las conversaciones en las que Luis nos hablaba de sus sueños, de su amistad con Jesús de Nazaret. Nos quedan las imágenes y las palabras grabadas en el corazón.

Después de tantos años, el recuerdo de las convivencias y las misiones de Huitel nos siguen haciendo vibrar. Hemos seguido distintos caminos en la vida, cada uno con nuestros propios altibajos, pero todos reconocemos que no seríamos los mismos sin Luis Salguero. La manera como él nos trataba, nos respetaba, nos impulsaba, ha sido siempre, en mi vida misionera, una inspiración para mi trato con los jóvenes.

Murió todavía joven, de una manera inesperada y trágica, en un accidente de automóvil, ¡pero sigue tan vivo! En esa mañana de febrero, supe que varios de los amigos del grupo de Huitel dieron ya también el paso a la eternidad. Pero me llena de alegría comprobar que Luis Salguero no solamente dejó una bella huella imborrable en mí, sino también en muchos adolescentes inquietos, soñadores y rebeldes que encontraron en él un guía, un amigo, y un mensajero de un Jesús cercano y compañero de camino.