Instituciones eclesiales de servicio, no de poder

Comentario al Evangelio del domingo XXIX del Tiempo Ordinario

Llamada de los hijos de Zebedeo, pintura de Marco Basaiti, 1515. (Foto: Wikimedia Commons)

Llamada de los hijos de Zebedeo, pintura de Marco Basaiti, 1515. (Foto: Wikimedia Commons)

«Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: "Maestro, queremos nos concedas lo que te pidamos". Él les dijo: "¿Qué quieren que les conceda?". Ellos le respondieron: "Concédenos que nos sentemos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda". Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo voy a beber o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?". Ellos le dijeron: "Sí, podemos". Jesús les dijo: "La copa que yo voy a beber sí la beberán y también serán bautizados en el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado". Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: "Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos"». (Mc 10, 35-45)

Marcos nos sigue ofreciendo pautas para entender el seguimiento, el discipulado. El domingo pasado, con el pasaje del hombre rico, decíamos que el seguimiento exige mucho más que una vida honesta como la tienen tantas personas en la sociedad y en la Iglesia. Hoy el diálogo entre Jesús y sus discípulos nos puede ayudar a seguir profundizando en qué consiste el seguimiento de Jesús.

En este relato, dos de los suyos, Santiago y Juan, le hacen una petición: concederles sentarse a su derecha y a su izquierda cuando estén en la gloria. Con seguridad, Jesús constata que, incluso los suyos, no acaban de entender su mensaje. Por eso les dice que no saben lo que piden. Y vuelve a explicarles en qué consiste el seguimiento que les propone: beber la copa que él va a beber, recibir su mismo bautismo. En otras palabras, correr su misma suerte, estar disponibles para asumir las consecuencias del anuncio del reino de Dios. Los discípulos le responden que ellos sí están dispuestos a recorrer sus pasos con las consecuencias que traigan. Y, una vez más, Jesús les dice que pasarán por su misma persecución, pero no depende de su decisión colocarlos en un determinado lugar porque la comunidad de Jesús tiene otra comprensión del poder y del honor.

"Convendría que el Evangelio de hoy nos interpele sobre el ejercicio del poder que vivimos en la cotidianidad eclesial y comprendamos al Jesús que, en verdad, se hizo servidor de todos": teóloga Consuelo Vélez

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El texto continúa diciendo que los otros apóstoles se molestan por la pregunta de Santiago y Juan. En ese contexto, Jesús aprovecha para hablarle a todos los discípulos y explicarles de manera más clara lo que ha de ser la comunidad de seguidores. En ella, el servicio es el único distintivo, el ponerse de último es el mayor honor, el reconocer que todo lo que hizo Jesús es lo que ellos deben hacer.

Este Evangelio interpela también hoy nuestra manera de proceder en las organizaciones eclesiales. Casi todas ellas están estructuradas de manera piramidal y ocupar los puestos de decisión o de autoridad es un honor que se celebra. Además, muchas veces la autoridad puede disponer de todo a su voluntad y actúa sin consultar a los implicados. Sin duda, se busca ocupar los primeros puestos, aunque, en las conversaciones cotidianas, muchos digan que no quieren ser elegidos para alguna responsabilidad directiva.

Cuesta dejar los cargos y se coleccionan títulos honoríficos para exhibirlos en el momento oportuno, ascendiendo en la escala de poder. Esa lógica no solo la tienen las autoridades. También la tienen los que las eligen y lo muestran al tratar a las autoridades con pleitesía y sumisión o al elegirlas indefinidamente, como si no pudieran confiar en otros miembros de la comunidad. Por todo esto, es difícil poner en práctica otra manera de organización que permita las decisiones comunitarias, garantizando la igualdad fundamental y la participación de todos en la toma de las decisiones.

Convendría que el Evangelio de hoy nos interpele sobre el ejercicio del poder que vivimos en la cotidianidad eclesial y comprendamos al Jesús que, en verdad, se hizo servidor de todos. ¿Seremos capaces de testimoniar comunidades eclesiales donde el servicio sea el distintivo? Ojalá que lo consigamos porque la comunidad eclesial ha de dar testimonio de Jesús, sin ello, no dará los frutos esperados, aunque su organización sea destacada y sus representantes se sientan satisfechos ocupando los primeros puestos.