Las hermanas del Servicio Social Michele Walsh, Carol Pack, Nodelyn Abayan y el padre Joel Henson en la casa de formación en febrero de 2003. (Foto: cortesía Nodelyn Abayan)
Muchas de nosotras hemos experimentado un momento de belleza tan profunda que instintivamente cogemos el móvil para hacer una foto. Anhelamos capturar ese momento fugaz, congelar el tiempo. Personalmente, lo hago a menudo porque quiero seguir saboreando la impresionante experiencia, anhelando quedarme inmersa en esa 'belleza sobrecogedora' para siempre.
Este hábito de fotografiar me recuerda a los tres apóstoles durante la transfiguración: estaban tan cautivados por la escena que sugirieron a Jesús construir tiendas para preservar la maravilla del momento.
Pero la verdad es que todo en la vida pasa, y la naturaleza es siempre fugaz. Sin embargo, esta impermanencia encierra una profunda belleza. Esta realidad queda bellamente plasmada en el concepto japonés de ichigo ichie, que significa "una vez, un encuentro". Arraigado en la comprensión de que cada encuentro y momento compartido es irrepetible, ichigo ichie nos invita a abrazar el presente con todas sus imperfecciones y singularidad. Al fin y al cabo, es el único momento que realmente tenemos.
Este sentimiento conecta profundamente con las palabras de Jesús: "No os preocupéis por el mañana, porque el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene sus propios problemas" (Mt 6, 34). Jesús nos llama a abrazar el don del momento presente: a amarle, servirle y alabarle plenamente en el ahora.
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La semana en que reflexioné sobre esto, falleció mi antigua directora de novicias, la Hna. Carol Pack, del Servicio Social. Coincidió su muerte con el 98 aniversario de la fundación de las Hermanas del Servicio Social en Los Ángeles, un día profundamente significativo para su partida. La Hna. Carol amaba hondamente su vocación como hermana del Servicio Social. Irradiaba el "amor santificador del Espíritu Santo", el corazón de nuestra misión, a través de su abundante alegría y positividad. Cualquiera que la conociera hablaría de su luz y de su sonrisa siempre presente.
Al reflexionar sobre su fallecimiento, me encuentro aferrándome con fuerza al carácter sagrado de los momentos que compartimos. Esos momentos, vívidos y preciosos, nunca podrán revivirse, solo recordarse, celebrarse y transmitirse como bendiciones para los demás.
Nunca olvidaré lo mucho que nos gustaba meditar juntas. Cogimos la casita que había detrás de nuestra casa de formación y la transformamos en una pequeña capilla, una especie de zendo (en japonés, sala de meditación, donde 'zen' significa meditación y 'do', sala o camino). Se convirtió en un espacio sagrado donde, todas las mañanas a las 5:30, nos sentábamos en nuestros cojines en silencio, una al lado de la otra. Aquella pequeña capilla no era solo una habitación; era un santuario, donde nuestros espíritus encontraban quietud, paz y comunión con Dios y entre nosotras.
Cada vez que volvía de mi ministerio, ella siempre estaba allí, esperando con los oídos abiertos y un corazón compasivo. Escuchaba atentamente mis historias de encuentros con pacientes durante mi voluntariado como capellana de hospital. Su presencia me enraizaba y me recordaba la santidad del silencio y de la conexión compartida.
Las hermanas del Servicio Social Nodelyn Abayan y Carol Pack durante la primera profesión de Abayan en 2005. (Foto: cortesía Nodelyn Abayan)
Pero lo que más aprecio es algo aún más profundo: la hermana Carol me enseñó a decir "te quiero". No crecí en una cultura en la que el amor se expresara abiertamente o con palabras. Esa vulnerabilidad me resultaba extraña e incómoda. Sin embargo, con su calidez, paciencia y ejemplo, me enseñó suavemente a abrazar el poder de esas palabras. Nunca me metió prisa ni me hizo sentir inadecuada por mis dudas. Por el contrario, ella encarnaba el amor de tal manera que podía sentir su fuerza transformadora en cada una de sus palabras y gestos. Con el tiempo, me vi capaz de decir esas tres sencillas palabras, no solo a ella sino también a otras personas de mi vida.
Al enseñarme a decir "te quiero", la Hna. Carol me hizo uno de los mayores regalos de mi vida: el valor de expresar amor y gratitud, de reconocer la belleza y la conexión que existen en cada momento fugaz. Incluso ahora, sus lecciones perduran en mi corazón, recordándome amar abiertamente, vivir profundamente y honrar lo sagrado de cada encuentro.
La Hna. Carol, con su sabiduría y su gracia, reveló una profunda verdad: cada encuentro es sagrado, un momento único lleno de posibilidades de transformación. Al igual que Jesús, que bendecía a quienes encontraba con ternura y fuerza sanadora, esperanza y amor, la Hna. Carol encarnaba el ichigo ichie a través de su capacidad para estar plenamente presente y ver lo divino en cada persona.
Su muerte me ha recordado no solo lo valioso que es el tiempo, sino también la responsabilidad de llevar adelante su legado y su amor: bendecir a los demás como ella me bendijo a mí, sabiendo que cada momento es un regalo que nunca volverá a repetirse.
"La Hna. Carol Pack [†], con su sabiduría y su gracia, reveló una profunda verdad: cada encuentro es sagrado, un momento único lleno de posibilidades de transformación": Hna. Nodelyn Abayan
Estoy profundamente agradecida por haber tenido la oportunidad de estar con la Hna. Carol justo una semana antes de que falleciera. Fue un momento sagrado estar con ella en el umbral, entre el aquí y el ahora y el abrazo eterno de su Dios. Ver cuánto había cambiado su cuerpo físico fue difícil, pero su espíritu seguía tan vibrante y fuerte como siempre.
Durante nuestro tiempo juntas compartí con ella cómo había guardado todas las reflexiones y diarios que me había pedido que escribiera durante mi formación. Esos escritos, y las enseñanzas que representan, me han convertido en la hermana del Servicio Social que soy hoy.
La vida de la Hna. Carol sigue siendo una profunda fuente de inspiración para mí. Su alegría inquebrantable y su amor sin límites me desafían a vivir con la misma convicción y gracia. Estoy decidida a continuar su legado irradiando el amor santificador del Espíritu Santo en cada encuentro.
Y lo hago, porque esta es la única vida que tengo, una vida fugaz pero dotada de tantos momentos sagrados. Ichigo ichie —una vez, un encuentro—: aprecia cada momento y haz de cada encuentro un reflejo del amor de Dios.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 13 de septiembre de 2024.