Las bodas de Caná, óleo de 1672 de Bartolomé Murillo. (Foto: Wikimedia Commons/dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.
«Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea; allí estaba la madre de Jesús. También Jesús y sus discípulos estaban invitados a la boda. Se acabó el vino, y la madre de Jesús le dice: "No tienen vino". Jesús le responde: "¿Qué quieres de mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora". La madre dice a los que servían: "Hagan lo que él les diga". Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, con una capacidad de setenta a cien litros cada una. Jesús les dice: "Llenen de agua las tinajas". Las llenaron hasta el borde. Les dice: "Ahora saquen un poco y llévenle al encargado del banquete para que lo pruebe". Se lo llevaron. Cuando el encargado del banquete probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde procedía, aunque los servidores que habían sacado el agua lo sabían, se dirige al novio y le dice: "Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los convidados están algo bebidos, saca el peor. Tú, en cambio has guardado hasta ahora el vino mejor". En Caná de Galilea hizo Jesús esta primera señal, manifestó su gloria y creyeron en él los discípulos» (Jn 2, 1-11).
Hoy nos encontramos con el conocido texto de las bodas de Caná. Sin embargo, muchas veces se entiende como el primer milagro de Jesús y la participación de María en él, y se nos escapa el entender la lógica del Evangelio de Juan, el cual se mueve en la dinámica de los 'signos' que no se remiten a un milagro, entendido este como el cambio de una realidad material a otra, sino a su carácter de proponerse como hecho frente al cual se pide creer o no creer, entender el signo o pasar de largo frente a él. Desde este horizonte hemos de entender este pasaje. Con este relato comienzan a manifestarse los 'signos' del reino en las realidades de la vida, hasta que llega la segunda parte del Evangelio de Juan en donde el 'signo' es Jesús mismo que se hace servidor de todos —lavatorio de los pies— y se entrega a sí mismo voluntariamente.
"Las bodas son signo del banquete escatológico, de ahí que está boda ya nos sitúa en la perspectiva del Reino de Dios que nos invita a sentarnos a todos en la misma mesa del reino, comenzando por los últimos": teóloga Consuelo Vélez
Otro aspecto interesante de este Evangelio es que en este relato Jesús le dice a María: "No ha llegado mi hora", porque su hora llegará en la segunda parte del Evangelio cuando se dice "sabiendo Jesús que había llegado su hora" (Jn 13, 1). Como podemos ver, el Evangelio de Juan se caracteriza por los signos, de ahí que concluye diciendo: "Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que creyendo tangan vida en su nombre" (Jn 20, 30-31).
Pero volvamos al relato de las bodas de Caná. Las bodas son signo del banquete escatológico, de ahí que está boda ya nos sitúa en la perspectiva del Reino de Dios que nos invita a sentarnos a todos en la misma mesa del reino, comenzando por los últimos. Pues en este contexto de bodas, María actúa no como madre, sino como discípula, llamando así la atención de Jesús sobre la necesidad observada. Jesús le responde con el término "mujer", precisamente porque la relación que se establece entre ellos no es la de una madre que consigue todo de su hijo, sino de la discípula que está comprometida con la realidad.
En ese contexto se produce el signo del vino y no de cualquier manera: las tinajas están llenas hasta el borde y el sabor del vino es mejor que el que habían probado hasta el momento. Estos aspectos son signos del banquete del reino al que estamos llamados: desbordante, gratuito y del mejor vino. El relato termina diciendo que Jesús hizo su primera señal en Caná de Galilea y sus discípulos creyeron en él. Notemos que no dice que todos los invitados creyeron en él, no fue un milagro 'extraordinario' que hubiera dejado a todos los presentes convencidos de los dones mágicos de Jesús. Es un signo que comprenden los que están abiertos al Espíritu, reconociendo en esos signos la presencia del Jesús del reino entre ellos.
Pidamos, entonces, la apertura al Espíritu para entender los signos del Reino allí donde ellos se manifiestan —casi siempre en lo más sencillo, pobre y desapercibido— para creer y vivir nuestro discipulado en fidelidad y coherencia.