Cuando el alma tiene hambre y sed

"La esperanza se hace realidad para calmar el hambre y la sed, tanto personales como de otros, en la medida en que acogemos la vida de Dios a través de lo que ordinariamente vivimos y compartimos día a día": Hna. Carolina Lizárraga. (Foto: Unsplash)

"La esperanza se hace realidad para calmar el hambre y la sed, tanto personales como de otros, en la medida en que acogemos la vida de Dios a través de lo que ordinariamente vivimos y compartimos día a día": Hna. Carolina Lizárraga. (Foto: Unsplash)

por Carolina Lizárraga

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A lo largo de la historia de la humanidad, muchas personas han expresado la necesidad de calmar el hambre y la sed, tanto propias como la de sus seres queridos. Esta necesidad fundamental de la vida se vuelve más evidente en situaciones donde se han agotado las fuerzas, ya sean físicas o espirituales. Por ello Dios vuelve a hacer eco en mi interior y me pregunto: si Él está presente conscientemente en cada persona, ¿será posible que el hambre y la sed de tantos sean saciados?

Actualmente estoy acompañando a un grupo de niños y adolescentes misioneros. Cada sábado por la mañana nos reunimos para jugar, aprender sobre Jesús. La verdadera misión es compartir y rezar con ellos. Algunos chicos directamente expresan que no se sienten amados o comprendidos. A su vez, pelean con sus compañeritos o no se suman a los juegos ni a la oración. Por otro lado, no faltan a los encuentros ya que se sienten 'bien'. Considero que estas realidades compartidas con ellos son una expresión de tratar de calmar el hambre y la sed que tienen de reconocimiento, cariño y amor, buscando directa o indirectamente a Dios en sus vidas.

Hace unos días, uno de ellos me dijo: "Quiero ser bueno, pero me gusta pelear para que me tengan miedo". Lo miré, le sonreí y le dije: "Pero vos estás acá porque sos bueno, sos un misionero de Jesús, por lo tanto, su amigo. En vez de querer que te tengan miedo, es mejor pedirle a Jesús que te ayude a ser buen hijo, hermano y compañero todos los días y así nadie va a querer pelearte". Este nene tiene a sus papás separados, con solo 10 años es el hermano mayor y en la escuela no le va muy bien. Me sonrió y se fue. En el último encuentro me regaló un dibujo con un corazón grande y dentro había siluetas de personas tomadas de la mano; me dijo que se sentía feliz de ser misionero de Jesús, aunque no le salga bien todos días. Me dijo también que cree que Dios lo ama tanto cuando yo le tengo paciencia y trato de hablarle con cariño. Debo confesar que  algunas veces lo regaño, por eso me sorprendió que haya dicho eso. Le agradecí el dibujo y con un abrazo le recordé que Dios está feliz de que él sea un misionero. 

"Creo que la esperanza es un don de Dios dado a todas las personas, que nos mueve a ser fraternos, solidarios, justos, empáticos, amables, alegres, y generosos": Hna. Carolina Lizárraga

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En el Evangelio según san Lucas 10, 25-37 nos encontramos con el interrogante de quién es en realidad el 'prójimo'. Jesús no le da al maestro de la ley una clase fundamentalista, sino que le relata la historia de un hombre herido (cuyo nombre, posición social, religión y estudios, no se especifican). Dos personas pasan cerca del herido, lo ven tirado al borde del camino, casi muerto y siguen de largo, ocupados quizás en cuestiones de 'religión', ya que uno era levita y el otro sacerdote. Por el mismo lugar pasa una tercera persona que es de Samaria; lo ve, se conmueve y se detiene para aliviar el dolor del herido.

Esta historia hace eco en mi corazón ante la necesidad de encontrarme profundamente con Dios, no con imágenes o ideas sobre Él, sino con Él mismo. Para mí, la Eucaristía celebrada en la misa y adorada en oración es uno de los medios principales de encuentro con un Dios cercano y real que se encarna en las realidades de sufrimiento de muchas personas heridas. Cuando el dolor del otro me afecta, me cuestiona, me interpela y puedo salir de mí misma para expresarle cercanía, cariño y compasión, entonces logro palpar la realidad de Dios en mí y en los demás.

A través de mi oración he aprendido que si saciamos nuestra propia hambre y sed de amor, comprensión y sentido, y también ayudamos a nuestro prójimo a encontrar esa plenitud en la presencia de Dios a través de Jesús, comenzamos a ser más conscientes del dolor de los demás y a sentir compasión por ellos. Nuestro mundo necesita pan material para calmar el hambre y agua potable para calmar la sed; sin embargo, más aún necesita saturarse de la presencia viva de Dios. Solo estando en Él, con Él y por Él, podemos convertirnos en signos de esperanza para quienes sufren injusticias y desesperanza, permitiéndoles experimentar una vida con sabor a eternidad.

Creo que la esperanza es un don de Dios dado a todas las personas, que nos mueve a ser fraternos, solidarios, justos, empáticos, amables, alegres, y generosos. Este don se hace realidad cuando nuestras vidas, más allá del dolor, encuentran un sentido de plenitud. Nuestra mirada se abre al horizonte, vislumbrando signos de vida en nosotros mismos y en los demás.

La esperanza se hace realidad para calmar el hambre y la sed, tanto personales como de otros, en la medida en que acogemos la vida de Dios a través de lo que ordinariamente vivimos y compartimos día a día.

Ojalá que su amor nos vuelva capaces de abrir los ojos, los oídos y el corazón ante el dolor de los demás tanto físico como espiritual. Que Él nos regale la gracia de saciar el hambre y la sed de sentido en nuestras vidas y en las de aquellos que son parte de nuestro camino.