Ecos de sufrimiento por agresión sexual en África

Miembros de la Asociación de Hermandades de Kenia, procedentes de 47 condados del país, visitaron recientemente el Ministerio de Género y Servicios Sociales para emitir una declaración contra la violencia de género en el país. (Foto: Víctor Emoja)

Miembros de la Asociación de Hermandades de Kenia, procedentes de 47 condados del país, visitaron recientemente el Ministerio de Género y Servicios Sociales para emitir una declaración contra la violencia de género en el país. (Foto: Víctor Emoja)

Regina Nthenya Ndambuki

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Traducido por Magda Bennásar

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Nota de la editora: Esta historia contiene descripciones sobre agresiones sexuales.

Reflexionar profundamente sobre el tema de la agresión sexual hace que mi corazón se hunda de dolor porque rara vez, o nunca, se toma en serio en la mayoría de los países africanos. El recuerdo de mi propia experiencia al acompañar a una mujer que la había sufrido aumenta el dolor que siento. 

La mujer de la que hablo fue víctima de abusos por parte de un primo hace más de 40 años, y durante todo este tiempo ha vivido una vida de confusión y miedo. La amenazaron para que guardara silencio, y se volvió retraída y abrumada por sentimientos de impotencia y falta de sentido. Nadie le inspiraba confianza. A veces, algo le hacía revivir la experiencia, lo cual la desequilibraba mentalmente. Recibió tratamiento para el trastorno de estrés postraumático, pero nunca se recuperó del todo. Sin embargo, continúa con la psicoterapia, que le está ayudando a recomponer poco a poco su vida.  

Esta es solo una de las historias de cientos de mujeres que han sufrido agresiones sexuales; por desgracia, una forma de trauma demasiado común en todos los países del mundo. Según la ONU Mujeres, en todo el mundo casi una una de cada tres mujeres mayores de 15 años ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja, violencia sexual a manos de otra persona, o ambas, al menos una vez en su vida.

Además, el 26 % de las mujeres de 15 años o más han sufrido violencia por parte de su pareja, y de las que han mantenido una relación, casi el 24 % de las adolescentes ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja o marido, según ONU Mujeres.

En Kenia, los incidentes aumentaron tras las elecciones de 2007-2008, perpetrados por hombres de las aldeas y por agentes del orden y la policía enviados para detener la violencia. Las supervivientes explicaron cómo hombres uniformados participaban en las violaciones e introducían armas en sus partes íntimas. Los participantes en conflictos armados también se convirtieron en perpetradores. Aunque esto puede estar contextualizado por el hecho de que los grupos de milicianos pueden vestirse con atuendos policiales y cometer estos delitos, algunas temían denunciar e identificar a sus agresores por miedo a ser incriminadas. 

Las agresiones sexuales son un subproducto de la desigualdad de género, la cultura y las creencias y prácticas tradicionales en las que las mujeres son vistas como objetos para ser utilizados o controlados. Algunas de estas prácticas son los matrimonios precoces forzados, a menudo por motivos económicos, y el hecho de que las niñas sean marcadas y obligadas a casarse incluso al nacer, a la mutilación genital femenina y al feminicidio. Todo ello se da en Kenia. Puedo decir que, afortunadamente, en este momento no se encuentra entre los países donde las mujeres son asesinadas tras ser violadas. Las prácticas culturales han contribuido a la violencia de género en África. La Asociación de Sororidades de Kenia (AOSK) ya ha creado una oficina de género y desempeña un papel para poner fin a esta cultura y comportamiento inhumanos.  

El audaz discurso de la Hna. Pasilisa Namikoye cuando las hermanas visitaron la Oficina de Género y Acción Afirmativa del Gobierno de Kenia. (Video: Asociación de Sororidades de Kenia, AOSK)

En nuestra cultura africana nunca se habla públicamente de cuestiones sexuales, sean positivas o negativas. Algunas de las prácticas son públicamente conocidas, como la mutilación genital femenina o las celebraciones de la menstruación o la iniciación masculina, donde algunas tribus permiten a sus jóvenes mantener relaciones sexuales, e incluso pueden violar a las niñas recién iniciadas menores de 12 años. Como la violación no se toma en serio, en las comunidades negocian la violación y aceptan una reparación en forma de animales o dinero, y el varón queda limpio del mal acto mientras que a la niña se le abandona a su dolor en silencio. A estas niñas se les prohíbe hablar de ello y pueden ser estigmatizadas en la comunidad si comparten sus historias. Aunque Kenia tiene leyes que establecen claramente los procedimientos que deben seguirse tras un incidente, estos no conceden una verdadera privacidad que defienda la dignidad de la víctima de abusos. Incluso el lenguaje utilizado por el sistema judicial degrada a las mujeres, reduciéndolas a meros "casos" de violación. Las mujeres denuncian que este lenguaje las hace sentir como si no existieran. 

Además del miedo y el trauma de las vistas judiciales públicas, hay otros obstáculos que impiden a las mujeres denunciar las agresiones sexuales. Para mí, como mujer africana, incluso considerar la posibilidad de presentarme voluntariamente ante un tribunal compuesto tanto por mujeres como por hombres, acusando a alguien de violarme es inimaginable. La idea de tener todos esos ojos mirándome fijamente me aterroriza. La vergüenza, el miedo a ser malinterpretada, el estigma y tener que contar la historia una y otra vez sería traumatizante.

Una de las barreras más importantes tiene que ver con las relaciones familiares. Muchos abusos sexuales son perpetrados por familiares y personas conocidas y de confianza de la familia. Por lo tanto, el secretismo y evitar la vergüenza suele ser lo más importante y aumentan el miedo a no ser creído aunque se denuncie.

Otro obstáculo son las barreras legales. Las muestras necesarias para demostrar una agresión deben obtenerse en un plazo de 24 horas, y muchos agresores, conocedores de esta norma, manipulan las pruebas obligando a las mujeres a bañarse para que se destruyan todas las pruebas. Incluso llegar a un hospital para realizar las pruebas puede ser imposible debido al limitado acceso al transporte. A esto hay que añadir que recibir atención médica puede ser prohibitivo debido al coste, a menos que la persona agredida tenga un seguro nacional de salud. Además, los profesionales sanitarios no suelen estar bien formados sobre la gravedad de una situación así y se abstienen de denunciar el incidente. Al tomar muestras, otros ignoran detalles importantes, lo que significa que no pueden utilizarse en las vistas judiciales.

Por último, llevar un incidente de agresión a una vista judicial requiere abogados cuyos honorarios son caros y, por tanto, prohibitivos para las mujeres, que son pobres y a menudo el sostén de sus familias.  

Aunque en muchas regiones del país existan oficinas de género organizadas para ayudar a las agredidas, la admisión en estas para recibir asistencia exige que la persona narre su historia en la recepción de una sala de espera pública. Todas estas barreras llevan a menudo a las familias a recurrir a soluciones tradicionales, que se basan en negociaciones entre las familias de los agresores y las agredidas. Se puede exigir al agresor que "pague daños y perjuicios", pero el dinero va a parar a la familia de la maltratada y no ayuda a la víctima. No parece haber mucha comprensión sobre el impacto de la agresión sexual a quien la sufre y se siente abandonada emocionalmente.  

Cuando un acontecimiento tan traumático no recibe respuesta por parte de la comunidad, el trauma se convierte en algo así como la propiedad personal de la agredida y empieza a ocupar una parte demasiado importante de la vida de la persona. El hecho de que se mantenga en privado conduce normalmente al TEPT (trastorno del estrés post traumático) y persiste incluso en la edad adulta. Las mujeres informan de que la vida se vuelve incolora e incluso cuando mantienen relaciones sexuales con sus maridos, la experiencia no es agradable. La agresión sexual mata la vida y, por desgracia, este daño no es sentido con la misma intensidad por los familiares para que se pueda hacer justicia de verdad. 

Los agresores sexuales han sido a menudo víctimas de abusos ellos mismos, otro hecho del que a menudo no se dan cuenta o que no es aceptado por las familias o las comunidades. A medida que he ido trabajando con mujeres que han sufrido abusos, me he ido dando cuenta de que todos debemos invertir más en librar al mundo de las agresiones sexuales, tomando conciencia de su perjuicio no solo para las personas, sino también para la sociedad. Todos los sectores del Gobierno, las fuerzas del orden y las comunidades, que están dominados principalmente por hombres, necesitan reconocer y estar dispuestos a reclamar su responsabilidad de proteger la dignidad de todas las personas. Como ya se ha señalado, los profesionales de la salud también necesitan formación específica sobre cómo apoyar a las víctimas de agresiones sexuales y proteger su dignidad. 

Nuestras Iglesias y todos nosotros juntos necesitamos examinar nuestras creencias y prácticas culturales que permiten la agresión sexual y erosionan nuestras responsabilidades cristianas de cuidar a todas las personas como hermanas y hermanos.  

Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 31 de julio de 2024.