Transformación en la fe a la luz de la nueva historia

(Pixabay/Sergio Hernandez)

Hace poco más de diez años recibí un regalo que había anhelado varias veces pero que pensaba que era un sueño imposible, hasta que se hizo realidad. Varias veces había visitado la página web de las dominicas de An Tairseach en Wicklow, Irlanda, y había leído sobre su sabático de diez semanas acerca de la 'Nueva Historia'. Me parecía un auténtico privilegio el poder participar en una experiencia así, y gracias a su generosidad y a una beca pude ser parte del grupo en marzo de 2014.

Para entrar en la 'Nueva Historia' hay que estar dispuesta a dejar que los moldes antiguos, esos que parecen inamovibles, se rompan para dar paso a moldes nuevos. Dos meses y medio es tiempo suficiente para 'dejarse moldear'; lo único que se requiere es una actitud abierta.

¿Cuáles son esos moldes nuevos? ¿Tienen algo que ver con lo que nos dice Jesús en el Evangelio: “El vino nuevo se echa en odres nuevos”?

La 'Nueva Historia' no es solo una apertura a lo que los nuevos descubrimientos científicos nos develan; aceptarla, supone romper con muchos de los valores que hemos cultivado como los mejores en los últimos doscientos años. Esos valores están basados en un antropocentrismo del que nos quedan todavía secuelas muy importantes.

 "No se amolden al mundo este, sino vayan transformándose con la nueva mentalidad, para que sean capaces de distinguir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, conveniente y acabado". (Rm 12, 2)

"Entender que 'el Cristo' es el proyecto de Dios y que estamos llamados a participar de esa filiación en Él nos llena de gozo y también de responsabilidad. Es mucho más que la salvación al final de nuestras vidas": Hna. Carmen Notario

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"La conversión de mente y de corazón puede ser una esperanza real de un cambio radical para nuestra Tierra. No la miremos como si estuviéramos fuera de ella; esa mirada es una mirada de superioridad. Somos tierra, somos barro, somos criaturas al igual que todas las demás criaturas": Hna. Carmen Notario. (Collage: Carmen Notario)

"La conversión de mente y de corazón puede ser una esperanza real de un cambio radical para nuestra Tierra. No la miremos como si estuviéramos fuera de ella; esa mirada es una mirada de superioridad. Somos tierra, somos barro, somos criaturas al igual que todas las demás criaturas": Hna. Carmen Notario. (Collage: Carmen Notario)

La nueva mentalidad para Pablo es la mentalidad de Jesús. Para nosotros, cristianos, lo nuevo es volver a nuestros orígenes, al Evangelio. Llevamos veinte siglos en los que hemos vivido según una teología que ha descartado otras visiones que podrían transformar no solo nuestros pensamientos sino también nuestros valores y, por tanto, nuestros comportamientos.

Se nos ha enseñado que nuestras creencias son absolutas y permanentes. Algunas cosas periféricas pueden cambiar, pero nuestra teología hasta ahora ha estado centrada en la separación, la redención individual y la expiación sustitutiva: cuando Jesucristo murió, sufrió en sustitución de la humanidad caída.

Parece que todo el propósito de la creación fue que Jesús muriera en la cruz para salvarnos de nuestros pecados. Su mensaje, su vida, su persona parecen tener un único propósito.

Sin embargo, otros teólogos y teólogas nos muestran otra manera de entender a Jesús.

Ilia Delio nos dice en su ensayo, Return to the Garden [Regreso al Edén]: "Creamos nuestras reglas y rituales, nuestra historia espiritual, de manera que refleja la teología basada en la idea de que Jesús vino a salvarnos, no a liberarnos".

En el mismo ensayo, Delio cita al beato John Dun Scotus, un teólogo franciscano que afirma: “La encarnación del Hijo de Dios es la verdadera razón de la creación. ¡Pensar que Dios habría renunciado a ello si Adán no hubiera pecado sería muy poco razonable! Por lo tanto, afirmo que la caída no fue la causa de la predestinación de Cristo, y si nadie hubiera caído ni el ángel ni el hombre en esta hipótesis Cristo de igual manera habría sido predestinado".

Entender que 'el Cristo' es el proyecto de Dios y que estamos llamados a participar de esa filiación en Él nos llena de gozo y también de responsabilidad. Es mucho más que la salvación al final de nuestras vidas (de forma particular).

Es la humanidad, la creación entera, según algunas traducciones, la que espera que se revele lo que es ser hijos de Dios. Esta misma humanidad abriga una esperanza: alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios. (Rm 8, 19-21)

Si ponemos énfasis en nuestra relación personal con Dios (para lograr nuestra salvación) de igual manera que en nuestra relación con los demás y con todo lo creado, estamos errando la perspectiva. Jesús nos enseña que lo primero es crear relaciones con toda la creación y solo así podremos decir que estamos en relación con Dios.

No somos seres aparte de la creación; somos la creación en evolución, y por eso nuestro papel es crucial para entendernos a nosotros mismos, relacionarnos, cuidar y respetar todo lo que nos rodea. Somos parte de la VIDA, con mayúsculas, y las acciones son imprescindibles, al igual que el sabernos situar ante ese misterio mucho más grande de lo que nos imaginamos y que merece todo nuestro respeto (y mirada atenta).

Un cambio de perspectiva así transforma nuestra cosmovisión. Esta nueva visión cambió mi perspectiva de vida, de sentido, de propósito. Encajó mucho mejor en mí que toda la vieja escuela, porque entendí que tenía mucha más lógica. Cerró ciclos que no estaban cerrados y me mantiene despierta, porque nada está acabado, sino en constante evolución.

Nuestra identidad no nos la dan unas creencias inamovibles en un mundo cambiante que nos cuestiona. Es la reflexión, la oración, el diálogo abierto los que nos ayudan a entender que lo importante no son las certezas, sino seguir la conciencia que vamos formando a la luz del Evangelio y de las personas que nos hablan con su vida de la bondad y la gratuidad de Dios.

Seguimos, como continúa el capítulo 8 de la carta a los Romanos, en ese proceso de parto en el que está tan presente la vida como la muerte. Toda la Creación sufre las consecuencias no de un primer pecado, sino de un no querer entender que todo es parte de la VIDA y que con nuestras acciones, y a veces omisiones, no la dejamos avanzar.

Estamos celebrando el noveno aniversario de la encíclica Laudato Si del papa Francisco. Al fin, después de tantos años, parece que su mensaje llega a muchísimas diócesis del mundo y se abren delegaciones de ecología.

Todo lo que podamos hacer en favor de la vida tiene un valor incalculable, pero no nos quedemos solo en ello. Nosotros somos los primeros que necesitamos una conversión radical, porque nos hemos creído portadores de la única verdad y en nombre de nuestra religión hemos destruido en lugar de construir.

La conversión de mente y de corazón, el tomarnos en serio el mensaje de Jesús de decrecer de 'abajarnos', de servir, puede ser una esperanza real de un cambio radical para nuestra Tierra.

No la miremos como si estuviéramos fuera de ella; esa mirada es una mirada de superioridad. Somos tierra, somos barro, somos criaturas al igual que todas las demás criaturas. Estamos unidos, entrelazados, dependemos unos de otros, como diría Thomas Berry. Por otro lado, somos únicos; no hay nadie idéntico a nosotros y esa singularidad es importante. El propósito de todo y de todos es la comunión.

Hay mucho trabajo por hacer, mucho por cambiar. No tengamos miedo. Somos eslabones de una cadena en un momento histórico definitivo en el que no bastan pequeños remiendos; está en juego la 'vida'.