La hermana Scalabriniana María Angélica Tiralle ayuda a una pareja de migrantes a llenar documentos en la Iglesia de Nuestra Señora de La Merced en San José, Costa Rica, el 2 de abril. El carisma de la orden religiosa a la que pertenece la hermana se enfoca en apoyar a migrantes. (Foto: GSR/Rhina Guidos)
La hermana María Angélica Tiralle es una Scalabriniana de Argentina, pero ha vivido en Costa Rica desde 2013, donde ha atendido a diferentes olas migratorias que pasan por el país. Ella trabaja en la oficina de pastoral para el migrante en la arquidiócesis de San José y participa también en grupos de religiosos y religiosas en una comisión para erradicar la trata de personas. Por parte de su orden, cuyo carisma es cuidar del migrante, ha organizado en los alrededores de San José talleres para mujeres migrantes, quienes aprenden costura, cocina o peluquería —formas para poder ganarse la vida mientras se establecen en un nuevo país—.
Pero igual de importante, dice la hermana Tiralle, son las clases de empoderamiento y de espiritualidad que les ayuda en los tiempos difíciles que muchas enfrentan.
Estos días, como directora de la oficina de la pastoral arquidiocesana, ella ayuda con la asesoría migratoria, pero todavía visita algunas comunidades que su orden atendió en el pasado. Encontrar soluciones ante el fenómeno de inmigración en América Latina no es nada fácil, admite. Hay una variedad de poblaciones migrantes: personas que salen huyendo de situaciones sociopolíticas y otras que van huyendo de situaciones económicas y tienen poca educación o destrezas, pero tienen mucha fe, dice.
El panorama de los migrantes ha cambiado drásticamente desde que llegó a Costa Rica, un país que vio pasar en 2022 a más de 215 000 en rumbo a Estados Unidos, un número que puede ser superado en 2023.
La mayoría son venezolanos que llegan a la frontera con Panamá y pasan por la capital de San José, donde ella trabaja, para ir a la frontera con Nicaragua, siguiendo el rumbo al norte. Cuando comenzaron a llegar en grandes números en 2022, muchos se instalaron por una de las calles principales de San José, conocida como el “El bulevar” y pedían dinero para continuar.
“Era impresionante la gente que había”, dijo.
Muchos ponían tiendas de campo en la ciudad para refugiarse de los elementos con sus familias, con sus hijos, abuelos, familias enteras. Miembros de la conferencia de religiosos, de la Comisión de Trata y Pastoral Migratoria organizaron un lugar de acopio donde se les daba el café, información y se les escuchaba lo que habían experimentado al pasar por la selva del Darién.
Para muchos que añoraban entrar a EE. UU., la pandemia cerró esas fronteras con la implementación del Título 42, que no dejaba entrar a personas que buscaban asilo.
“Algunos retornaron [a Venezuela]. Ya no se querían quedar en Costa Rica. Encontré aquí a cinco familias en el bulevar pidiendo monedita [dinero] para volverse a Venezuela”, dijo. “Algunos venezolanos se quedaron. Ya están establecidos, ya están algunos trabajando y algunos de esos son profesionales. Algunos también, no son profesionales, pero sí están ya consiguiendo su trabajito”, agregó.
La hermana Scalabriniana María Angélica Tiralle, con suéter azul a la izquierda, participa en el Domingo de Ramos junto con migrantes de la Iglesia de Nuestra Señora de La Merced en San José, Costa Rica, el 2 de abril. (Foto: GSR/Rhina Guidos)
GSR: ¿Qué le parece a usted [la política de buscar un tercer país de asilo]? ¿Es algo que funciona o que no funciona para alguien que ande buscando refugio?
María Angélica Tiralle: Yo creo que depende de la política de los países. El gobierno tiene que hacerse responsable, no solo la sociedad civil. Tiene que ser una política migratoria integral, porque no se puede brindar solamente una ayuda humanitaria, digamos, alimentos. Tiene que ser integral: tiene que haber un albergue donde estar o darle una vivienda. Hay temas de salud, que es lo principal de la familia cuando viene migrando, el aspecto psicológico; porque también la salud mental entra a todo ese juego. Y también el aspecto, digamos, humano: le vamos a dar una residencia temporal, digamos, para que usted pueda poder ir teniendo su trabajito, o poder sobrevivir.
Pero hay personas que ya vienen de paso y vienen con esa mentalidad del sueño americano (y ahora se está dando también el de Canadá); entonces, a esas personas, yo creo que hay que darle las informaciones [sobre] qué les puede pasar en el camino, porque tiene que ser una migración regulada y segura, también para no entrar en esto de la trata, del tráfico, [de personas].
Aquí, por lo menos, la mayoría de los migrantes dicen: ‘Yo quiero ir a Estados Unidos’. Los que se quedan por acá son los nicaragüenses, salvadoreños, hondureños y algunos guatemaltecos. Pero a las otras nacionalidades que vienen de Sudamérica, de República Dominicana, de Haití, todo ese es su sueño: Estados Unidos. Es la idea que les venden, que allá es mejor. Nosotros aquí, cuando vinieron les dijimos: ‘Mire, no creo que Estados Unidos [sea] un lugar que tiene dólares y dólares. Para tener dólares, usted tiene que trabajar y trabajar, 24 horas, y tiene que matarse trabajando. No es que van y ya le dan a una casa, no es así’. Algunas gentes, por eso decidieron quedarse acá en Costa Rica.
"La mayoría de los migrantes dicen: ‘Yo quiero ir a Estados Unidos’. Los que se quedan por acá [en Costa Rica] son los nicaragüenses, salvadoreños, hondureños y algunos guatemaltecos": Hna. María A. Tiralle #GSRenespañol #HermanasCatólicas
La orden Scalabriniana, ¿cómo ha respondido, cómo les han ayudado?
Nosotros como hermanas Scalabrinianas, lo primero es la integración a la comunidad donde ellos se insertan. Entonces, ¿cómo hacemos? Los cursos son un medio, no un fin… para que ellos no pierdan su identidad, su cultura. Es para integrarlos dentro de su comunidad donde están viviendo. Y al mismo tiempo, trabajar con la población costarricense para no dejar crear la xenofobia o la discriminación entre ellos. Entonces, en el grupito que tenemos, las mujeres llegan y dicen: ‘Hacemos los cursos’, pero a través de estos cursos [es como] las vamos integrando para que hagan parte de la comunidad. La coordinadora que ahora da el curso es una salvadoreña, que ya vive hace años acá. Y hay una nicaragüense, porque la idea de los cursos es que del mismo grupo salgan ellas, que sean ellas mismas las facilitadoras después para los otros cursitos. Ese es el primer paso. Luego, es ver su estatus migratorio; cómo está su estatus migratorio, si está regular, irregular. Entonces, le hacemos talleres de charlas informativas sobre cómo obtener su estatus migratorio. Vamos a las comunidades a dar información.
En la oficina [de la arquidiócesis], yo hago eso. Asesoro, oriento, armamos los expedientes, hacemos las cartas para que cuando ellos vayan a migración [en Costa Rica], ya tengan directamente el expediente armadito.
Pero al mismo tiempo hacemos nuestro trabajo de espiritualidad, de que ellos no pierdan su fe de su país de donde vienen. Entonces, hacemos la fiesta [popular religiosa del país], la fiesta de la cultura, festejamos el día del migrante, festejamos el día de las madres, también celebramos los cumpleaños. Entonces, ahí se va haciendo esa integración y ellos van haciendo parte de esa comunidad.
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La hermana Scalabriniana María Angélica Tiralle y sus hermanas de comunidad apoyan a a los migrantes que pasan por Costa Rica en su trayecto hacia Estados Unidos. (Foto: cortesía de Angélica Tiralle)
¿La comunidad es bien importante?
Claro, es para que ellos también sientan esa acogida. O sea, trabajamos lo que el papa Francisco también dice: Acoger, proteger, promover, integrar.
También les decimos que tienen derechos y deberes. No solo el derecho a pedir; sino que también hay deberes.
¿Cómo ha absorbido usted, como hermana religiosa, escuchar tantas cosas fuertes?
Sí, terrible. He escuchado que pasaron por el Darién; las violaciones de las mujeres. Inclusive [el hombre en] una pareja nos contaba que él tuvo que ver cómo a su esposa la violaban ahí delante de los chicos. Para mí, fue algo impresionante. Yo decía: Cómo es arriesgarse… salir de su país y después tener que pasar por eso. También, [como] unos no tenían dinero [para pagar a los mafiosos que cobraban por el viaje], tenían que ofrecer [sexualmente] a su esposa. También tengo una foto de un muchacho que cruzó el Darién y me contaba del miedo a morir, ver también tanta gente muerta en el camino y que no podía hacer nada; gente que se lastimaba y la tenían que dejar ahí porque no le podían cargar.
Todas esas situaciones, por lo menos a mí, me conmovió mucho y la impotencia que da no poder ayudar… es realmente doloroso. Y si vieran los pies, también cuando llegaban acá, los pies [estaban] todos lastimados, [al igual que] las piernas… terrible, terrible.
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Y espiritualmente, ¿cómo le ayuda su fe en esta situación?
Nosotros tenemos que darle fuerza y esperanza al migrante. Tenemos que ser empáticos, pero mi sentimiento no tiene que afectar al otro, porque ¿cómo voy a ayudar al otro si yo también me afecto. Entonces, por eso digo, nosotros hacemos mucho esto de la oración. La oración es lo que nos mantiene a nosotros firmes para poder ayudar al otro. Mi fe en Dios hace que el otro también vuelva a creer que existe un Dios. Por más que no lo veamos, él [Dios] está presente.
Esto también nos ayuda a nosotros, los que pasamos por esta dificultad, pero también nos ayuda a crecer y a seguir madurando en la fe de las personas. Hay gentes que pasaron por acá, ellos decían: ‘Si no fuera por Dios o si no fuera por nuestra Señora’…algunos con la Biblia aferrada, trayendo con su Biblia. Entonces uno dice: ¡Qué grande es la fe de este pueblo!