Un viaje de esperanza en medio de la guerra por el camino de la paz

Los 'bancos peregrinos', ubicados a lo largo del Camino de Santiago, ofrecen a los peregrinos un momento de descanso. La flecha amarilla representa la esperanza y la determinación de continuar. La autora, que vive en Kiev, Ucrania, pasó su retiro anual en peregrinación por Santiago de Compostela. (Foto: cortesía Olga Shapoval)

Los 'bancos peregrinos', ubicados a lo largo del Camino de Santiago, ofrecen a los peregrinos un momento de descanso. La flecha amarilla representa la esperanza y la determinación de continuar. La autora, que vive en Kiev, Ucrania, pasó su retiro anual en peregrinación por Santiago de Compostela. (Foto: cortesía Olga Shapoval)

Traducido por Carmen Notario

Ver perfil del autor

La guerra lo cambia todo. Es imposible adaptarse a ella. Obviamente, uno puede intentar aprender a vivir en un estado de guerra, dejar de tener miedo, aun sabiendo que el próximo misil o dron mortal puede impactar en tu casa o en la de tus seres queridos en cualquier momento. Sin embargo, es imposible aceptarlo. Desde el 24 de febrero de 2022 estamos corriendo un maratón por la supervivencia. Y aunque hace dos años aún había cierta esperanza en nuestros corazones de que esta pesadilla acabaría tarde o temprano, esa creencia ha empezado a debilitarse.

Hablando con otras personas consagradas, me he dado cuenta de que todos compartimos una experiencia común. Con la llegada de la guerra nuestras oraciones han cambiado, al igual que nuestra relación con Dios. Es como si hubiéramos crecido a través de ellas, haciéndonos más maduras y adultas. Lo que antes evocaba sorpresa o emoción, ahora apenas toca nuestros corazones. En cambio, los actos más pequeños de bondad humana, servicio y sacrificio se convierten en pruebas convincentes de que Dios es amor. Nos encontramos menos interesados en escuchar respuestas a preguntas que ya no nos planteamos; por eso elegimos retiros anuales que ofrecen más silencio y concentración, en lugar de sermones y enseñanzas.

Una mochila con la bandera ucraniana y la 'concha del camino' frente a la catedral de Oporto, punto de partida del Camino Portugués del Camino de Santiago. (Foto: cortesía Olga Shapoval)

Una mochila con la bandera ucraniana y la 'concha del camino' frente a la catedral de Oporto, punto de partida del Camino Portugués del Camino de Santiago. (Foto: cortesía Olga Shapoval)

Vivo en un barrio de Kiev que soporta cada noche el mayor número de misiles y drones rusos con explosivos. Todo alrededor de mi casa está constantemente en llamas, con fuertes zumbidos y explosiones. A veces las sirenas antiaéreas no paran en toda la noche. En el mejor de los casos, tienes que esconderte entre las paredes del pasillo o del baño, y en el peor, pasas la noche en el metro. Cuando llegan noticias de muertos y heridos de todas partes, además de la oración de intercesión, no puedes evitar dar gracias a Dios por el don de tu propia vida. Empiezas a apreciar esta vida e incluso a verla de otra manera.

Quizá la experiencia más trágica fue cuando un misil ruso impactó en el hospital infantil Okhmatdyt. El hospital está a solo quinientos metros de mi lugar de trabajo y de camino a casa. Mientras estábamos escondidos en el pasillo, oímos explosiones y los sonidos de la defensa antiaérea, y leímos en nuestros teléfonos que esta vez las víctimas eran niños enfermos que, conectados a goteros y máquinas, esperaban para ser operados.

Uno no puede acostumbrarse a algo así; supera cualquier noción de crueldad humana. Sin embargo, plantea muchas preguntas sobre el sentido de la vida y la muerte, el sufrimiento, el mundo y la fe en Dios. Lo que más me impresionó fue cómo la gente acudía de todas partes para ayudar a retirar los escombros, transportar a los heridos y repartir agua potable y alimentos. Fue una manifestación de amor y solidaridad que habló con más fuerza que cualquier sermón.

"La guerra es el infierno en la tierra, pero pone claramente de relieve la luz frente a la oscuridad": Hna. Olga Shapoval, testigo de guerra entre Rusia y Ucrania, quien encontró esperanza en peregrinación por el Camino de Santiago, España. 

Tweet this

Cuando llegó el momento de mi retiro anual, elegí un método poco convencional de terapia espiritual. Necesitaba recuperarme, reflexionar y pasar tiempo a solas conmigo misma y con Dios. También quería rezar y ofrecer mis pequeños sacrificios al corazón traspasado de Cristo, pidiendo fervientemente que la guerra terminara cuanto antes. Decidí emprender una peregrinación a Santiago de Compostela. Lo planifiqué de modo que cada día pudiera meditar la carta de Santiago del Nuevo Testamento, rezar el rosario y participar en la celebración de la Eucaristía.

No era fácil caminar 30 kilómetros cada día, a veces bajo una intensa lluvia o, por el contrario, con un calor insoportable. Había días en que no me quedaba ropa seca, sentía cada paso y  presionaba mis propias ampollas. Sin embargo, pensaba en nuestros soldados que, arriesgando constantemente sus vidas, defienden mi país. Ellos duermen en búnkeres y mantienen valientemente sus posiciones en el frío, el calor y la lluvia. Recé por los médicos y voluntarios en el frente, quienes bajo el fuego cargan con heridos y fallecidos, proveen atención médica, reparten alimentos y evacuan a mujeres, niños e incluso animales domésticos. En resumen, encarnan plenamente el mandamiento del amor de Jesús. Mis pensamientos estaban con los que han perdido a seres queridos y amigos en esta cruel guerra. Su dolor nunca podrá ser atenuado ni comprendido plenamente.

Durante mi estancia en albergues, las primeras noches me despertaba al menor ruido. Me parecía oír explosiones y necesitaba buscar refugio urgentemente. Y cuando los aviones despegaban del aeropuerto cercano, soñaba con un cielo sobre Ucrania que por fin estaría despejado y en paz, libre de misiles mortales y aviones de combate.

 La autora, que vive en Kiev, Ucrania, pasó su retiro anual en una peregrinación por Santiago de Compostela. Recorrió 30 kilómetros (19 millas) cada día, a veces bajo una intensa lluvia o un calor insoportable. (Foto: cortesía Olga Shapoval)

 La autora, que vive en Kiev, Ucrania, pasó su retiro anual en una peregrinación por Santiago de Compostela. Recorrió 30 kilómetros (19 millas) cada día, a veces bajo una intensa lluvia o un calor insoportable. (Foto: cortesía Olga Shapoval)

Me sentí agradecida cuando peregrinos de distintos países se me acercaron a lo largo del camino para hablar. Vieron la bandera azul y amarilla en mi mochila y quisieron expresar que se acordaban de nuestro dolor. Sus sonrisas amistosas, abrazos cálidos y palabras de apoyo parecían mensajes de Dios: "¡Estoy aquí! Te quiero!". Cada acto de solidaridad era como una oración escuchada. En efecto, hay más bondad que maldad en el mundo, incluso cuando a veces parece que estoy viviendo en lo más profundo del infierno. La guerra es el infierno en la tierra, pero pone claramente de relieve la luz frente a la oscuridad.

Llegué a Santiago cansada pero muy contenta. Según la leyenda, los testigos del martirio de Santiago en Tierra Santa colocaron su cuerpo en una barca, que navegó hasta la localidad de Padrón, en la costa de Galicia, desde donde se trasladaron las reliquias a Santiago de Compostela.

Rezando ante la tumba de Santiago, me encontré pensando que ya no pedía nada. De mi corazón brotaron palabras de gratitud. "Todo buen regalo, todo don acabado viene de arriba, del padre de los astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra" (St 1, 17). Su amor es más fuerte que cualquier sufrimiento y muerte. Y aunque pronto tendré que volver a la dureza de la guerra, me llenó de esperanza saber que Dios iluminaría sin duda su campus stellae (campo de estrellas) sobre Ucrania.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 6 de diciembre de 2024.