Sinodalidad en América: movilidad humana, diálogo y nuevos escenarios

De izquierda a derecha: Karla Ivonne Pérez Cabrera, del comité asesor de Cuidado de la Creación de la diócesis de San Diego; la profesora emérita de la Universidad de San Diego María Pilar Aquino; la Hna. Liliana Franco Echeverri, de la Compañía de María y presidenta de la CLAR; la Hna. Teresa Maya, de la Caridad del Verbo Encarnado durante la conferencia “Sinodalidad en América: Pueblos en movimiento, diálogo y nuevos contextos”. (Foto: Luis Donaldo González/GSR)

De izquierda a derecha: Karla Ivonne Pérez Cabrera, del comité asesor de Cuidado de la Creación de la diócesis de San Diego; la profesora emérita de la Universidad de San Diego María Pilar Aquino; la Hna. Liliana Franco Echeverri, de la Compañía de María y presidenta de la CLAR; la Hna. Teresa Maya, de la Caridad del Verbo Encarnado durante la conferencia “Sinodalidad en América: Pueblos en movimiento, diálogo y nuevos contextos”. (Foto: Luis Donaldo González/GSR)

por Gloria Liliana Franco Echeverri

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Desde las distintas orillas de América llegaron a la ciudad de San Diego teólogas y teólogos que conscientes de la rigurosidad de su misión pretenden “ayudar al Pueblo de Dios a desarrollar una comprensión de la realidad iluminada por la Revelación y elaborar respuestas adecuadas y un lenguaje apropiado para la misión”.  

"Sinodalidad en América: Movilidad humana, diálogo y nuevos escenarios". Este es el título que la Red Iglesia en América le ha dado al encuentro que se desarrolló, entre el 6 y el 9 de febrero, en las instalaciones del Dillabough Ministry Center de la Universidad de San Diego. En torno al drama de la movilidad humana se reunieron alrededor de 50 teólogas y teólogos de Canadá, Estados Unidos y algunos países de América Latina y el Caribe.

La sinfonía de la diversidad se dio cita en este encuentro en el que resonaron los aportes en distintas lenguas: inglés y español. La diversidad lingüística no fue obstáculo para hacerse eco de un único clamor: el de las víctimas, el de los cientos de migrantes que atraviesan las distintas geografías del planeta y que bañan con su sudor y su sangre los distintos territorios y océanos de nuestro planeta.

Durante todo el encuentro se evidenció la certeza de que la tierra está herida y de que los pobres y la tierra claman, por lo que se hace necesario responder de una manera nueva.

"La reflexión teológica debe tener en cuenta la perspectiva de los pobres, debe partir de un sano arraigo en los contextos, de una tendencia a que la realidad interpele y vertebre": Hna. Liliana Franco

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Los cuatro verbos con los que el papa Francisco acostumbra a situarnos de cara a los desafíos del desarrollo humano integral resonaron y confrontaron nuestras prácticas: acoger, promover, proteger, integrar. Cuatro verbos y una única convicción: la ayuda mutua, las redes solidarias y la disposición a ser y ensancharnos como casa de acogida hacen que se renueve la esperanza en medio del abismo de la incertidumbre que parece envolver nuestra sociedad.

Una pregunta reiterativa se escuchó en la sala donde los teólogos intentaban discernir cuál es su misión en un mundo en el que los flujos migratorios parecen evidenciar el mapa de la convivencia y urgir a la humanidad a nuevos modos relacionales en los que, sin negar la diversidad, sea posible situarse en condición de hermanos.

Se constató que la polarización deteriora la unidad y nos conduce a perder capacidad de impactar la sociedad con respuestas nuevas y más significativas frente a estos desafíos sociales.  Y aunque es verdad que urgen acciones políticas de impacto, y la incidencia política también es responsabilidad de la Iglesia, lo que corresponde en esta coyuntura histórica es intentar nuevas respuestas pastorales.  ¿Cómo ser la Iglesia samaritana, la casa de acogida que los migrantes necesitan? ¿Pueden nuestras iglesias, escuelas, hospitales y todas las obras de la Iglesia ser ese hospital de campaña en el que los más pobres, los migrantes, las víctimas, puedan reparar las fuerzas y reconstruir la vida? ¿Estaremos en capacidad de tender puentes, incluso asumiendo el riesgo de perder privilegios?

La respuesta a estas necesarias preguntas será la justa medida de la capacidad que tengamos de encarnar los valores del Evangelio y de vivir al modo de Jesús.

Los teólogos y teólogas coincidieron en la necesidad de privilegiar la escucha como actitud que vertebra el hoy de la Iglesia; una escucha al modo de Jesús, una escucha para permitir que los ecos de la realidad transformen las respuestas y nos sitúen de manera nueva ante la vida. Para recrear la capacidad que la teología tenga de responder, será necesario escuchar.  Sin escucha no hay fraternidad, sin escucha no hay conversión; sin escucha, la reflexión teológica se puede reducir a retórica descontextualizada.

La realidad de las mujeres también habitó las dinámicas reflexivas de este encuentro de la Iglesia en América. Se reconoció que visibilizarlas es cuestión de justicia. No se trata solo de narrar tantas historias maravillosas de mujeres que con su compromiso edifican la Iglesia y transforman la sociedad; será necesario visibilizar la vida y el impacto de tantos colectivos de mujeres que con sus luchas y su resistencia nos aproximan el Reino y sostienen la esperanza de los más pobres.

La disertación llevó a reconocer que la migración tiene el rostro de la pobreza: obreros, campesinos, mujeres… el rostro de la marginación, de la exclusión que estigmatiza e invisibiliza; el rostro de las caravanas de migrantes, de los cientos de indocumentados que se acorralan víctimas del miedo; el rostro de los niños y los jóvenes a los que se les arrebata el derecho de estar cerca de sus padres, al abrigo de su familia.

Las reflexiones de este encuentro apuntaron a reconocer que la reflexión teológica debe tener en cuenta la perspectiva de los pobres, debe partir de un sano arraigo en los contextos, de una tendencia a que la realidad interpele y vertebre, y una disposición a descubrir el accionar de Dios en los engranajes de la historia. La Iglesia en América está convidada a minimizar las distancias, a ensancharse en el arte de la acogida, de la hospitalidad que dignifica.

Solidaridad es el mejor nombre que se puede dar al deseo de seguir radicalmente a Jesús, en este momento en el que el clamor de los pobres retumba y nos moviliza a salir de nuestras zonas de confort y nos invita a intentar nuevas hermenéuticas, narrativas humanizadoras, y teologías emergentes que ensanchen los paradigmas del reflexionar y del accionar teológico. Encarnar en América el espíritu de la Sinodalidad supondrá recrear los modos relacionales.