
(Gráfico: Olivia Bardo)
Nota de la editora: Esta historia forma parte de Salir de las sombras: luz contra la violencia de género, la serie de Global Sisters Report y Global sisters Report en español que se enfoca en cómo las hermanas católicas responden a este fenómeno mundial o se ven afectadas por él.

Quiero compartir un tema delicado y doloroso que ocupa mi presente y toca mi consagración: el abuso femenino dentro del ámbito eclesial. Sumo mi voz a esta reflexión junto a la de una hermana consagrada y sobreviviente, quien me ha permitido acompañar de cerca su proceso de sanación.
Ana (*nombre ficticio para proteger su identidad) decidió, después de 20 años, nombrar el dolor que la ha acompañado desde su adolescencia. Ahora, como mujer consagrada, recorre un arduo camino de sanación interior, perdón y aceptación, e incluso reconciliación con su vínculo con Dios, en medio de una denuncia canónica contra el sacerdote que abusó sexualmente de ella durante más de un año mientras comenzaba su camino de descubrimiento vocacional.
La historia de Rut y Noemí en el Antiguo Testamento inspira deseos profundos en muchas hermanas hoy. Ambas enfrentaron aislamiento, duelo, exilio y fragilidad, pero su apoyo mutuo les dio fuerza. Dentro de cada una de ellas había una fortaleza interior que solo puede gestarse en quienes han conocido el dolor y confían en la misericordia de Dios.
Hoy, ante la realidad de tantas situaciones de vulnerabilidad, nos confronta el escandaloso y preocupante problema de los abusos en la Iglesia, incluidos aquellos sufridos por mujeres consagradas. Cuando debatimos sobre 'nuestro lugar' en la Iglesia, solemos pensar en posiciones o estructuras. Pero hoy, más que nunca, cobra relevancia el lugar de acogida y sororidad que necesitan las mujeres al exponer situaciones de abuso y vulnerabilidad dentro de los espacios eclesiales.
"Los procesos eclesiales para sancionar el abuso siguen siendo lentos, pesados y burocráticos. Todavía existen lugares donde (…) son llevados exclusivamente por sacerdotes, sin presencia de laicos ni mujeres": Hna. Adriana Pérez
El papa Francisco ha mostrado una gran preocupación por la raíz del clericalismo que agrava esta problemática. La soledad que experimentan muchas mujeres cuando acuden a denunciar y contar sus experiencias en tribunales o espacios eclesiales es alarmante. Por ello, es invaluable el apoyo de tantas hermanas que escuchan y acompañan con discreción y compromiso a quienes, tras muchos años, deciden sacar a la luz estas experiencias tan dolorosas.
En el Antiguo Testamento, Noemí eligió acompañar a su nuera Rut en su viudez. Sintiendo compasión por su soledad y duelo, asumió como propio el reto de sostenerla y apoyarla, evitando que afrontara sola las dificultades de una mujer viuda en aquella época.
Hoy, muchas mujeres consagradas deben asumir que han sido víctimas y sobrevivientes de algún tipo de abuso. Durante mucho tiempo, muchas tuvieron que aceptar que, por ser mujeres, debían reponerse sin reclamar nada, que tenían que ser fuertes e incluso sentirse culpables. Pero el abuso, en todas sus formas, es antinatural y deshumanizante. Y hoy, muchas mujeres que luchan por la verdad y la justicia primero atravesaron el dolor.
A pesar de vivir en una época de comunicación inmediata, los procesos eclesiales para sancionar el abuso siguen siendo lentos, pesados y burocráticos. Todavía existen lugares donde dichos procesos son llevados exclusivamente por sacerdotes, sin presencia de laicos ni mujeres. En consecuencia, muchas víctimas terminan desestimando su denuncia por el cansancio que ocasionan los trámites y las largas esperas.
Desde hace 17 años, pertenezco a una congregación cuya misión es la caridad redentora, una caridad que se traduce en libertad. El carisma de la Merced nació del clamor de los cautivos que arriesgaban su vida por creer en Jesús. Este carisma alimenta mi deseo de que otras hermanas encuentren un camino de libertad interior, sanación y justicia. Soy testigo de la urgencia de replantear nuevas formas de acompañar a las víctimas, especialmente a las mujeres consagradas que han sufrido abuso. Años después, muchas siguen cargando con las heridas traumáticas que impactan su vida, sus afectos y su consagración.
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A pesar de lo desafiante del camino, la Iglesia está podando maleza y removiendo piedras para abrir paso a la esperanza. "Con ternura y coraje", como reza el lema de la CLAR, muchas hermanas libran batallas silenciosas contra el autoritarismo y la exclusión, promoviendo la humanización, la sanación y el apoyo a quienes lo necesitan.
Aún existen innumerables casos sepultados en el silencio, lo que provoca un grito interior que clama justicia. No podemos permitir que se silencie a una víctima ni que su dolor se minimice con frases como "no es para tanto". El único camino que tiene la Iglesia para erradicar este flagelo es abrirse al diálogo y, si es preciso, a la confrontación.
La Iglesia debe reformar su ejercicio de autoridad para mirar no solo hacia afuera, sino también dentro de sus propias estructuras y de las personas que tiene a su alrededor. El camino es abrir la esperanza con valentía, no con temor ni amenazas. Es denunciar sin miedo a un poder imaginario que, dentro de la Iglesia y muchas de sus instituciones, ha oscurecido la vida de mujeres víctimas de abuso.
En el Antiguo Testamento, Noemí desafió las normas impuestas a las viudas y asumió el duelo ajeno de Rut. Hoy, muchas mujeres, como Ana, claman por respuestas a su dolor y luchan por transformar las estructuras eclesiales. No quieren que lo que ellas pasaron lo sufran otras.
No está lejos el día en que todas las víctimas encuentren justicia dentro de la Iglesia. Tampoco está lejos el abrazo misericordioso de Dios, que sana y restaura. En cada lugar del mundo donde haya una mujer sufriendo, hay otras tantas dispuestas a abrazar, levantar, luchar, defender y patear el tablero de las tradiciones institucionales, sociales y culturales. Hay muchas mujeres dispuestas a limpiar heridas, a interceder para que cada una encuentre un poco de luz en medio de la oscuridad. Y un día, que solo Dios conoce, cada víctima y cada sobreviviente podrá decir como Rut, como Noemí, como Ana:
"Me has consolado y has dado paz a mi corazón".