Profundizar en la evolución de la vida religiosa

"La vida religiosa parece estar evolucionando tanto que apenas podemos identificarla con lo que era antes. Pero no pasa nada. No debemos tener miedo ni preocuparnos. (...) El desarrollo evolutivo está en el corazón del plan de nuestro Creador": Hna. Judith Shaeffer. (Foto: Unsplash/Suzanne D. Williams)

"La vida religiosa parece estar evolucionando tanto que apenas podemos identificarla con lo que era antes. Pero no pasa nada. No debemos tener miedo ni preocuparnos. (...) El desarrollo evolutivo está en el corazón del plan de nuestro Creador": Hna. Judith Shaeffer. (Foto: Unsplash/Suzanne D. Williams)

Judith Shaeffer

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Traducido por Magda Bennásar

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Nota de la editora: La serie 'Vida Religiosa en Evolución' explora cómo las hermanas católicas se están adaptando a las realidades de las congregaciones en transición y a las nuevas formas de vida religiosa. Aunque escribimos a menudo sobre estas tendencias, esta serie en particular se enfoca con más detalle en las esperanzas de las hermanas para el futuro.

Ahora que tenemos una comprensión básica de la evolución de la vida religiosa desde lo que Robert Kegan denomina en The Evolving Self una etapa de desarrollo institucional a otra interindividual, podemos examinar más de cerca algunas de nuestras experiencias vocacionales y explorar cómo podríamos inclinarnos hacia los retos de nuestra evolución.

Ya en el noviciado se nos dijo que buscáramos la perfección. También nos decían que la virtud consistía en equilibrar los opuestos en lugar de favorecer una polaridad sobre la otra. La virtud estaba en 'la mitad del camino'.

Sonaba bien, pero no teníamos experiencia en integrar ambos principios. En nuestro fervor inicial por alcanzar la perfección, por ejemplo, puede que ayunáramos en detrimento de nuestra salud. Como resultado, sufrimos daños sociales, cognitivos, emocionales e incluso espirituales.

Afortunadamente, los estudiosos de las Escrituras y los directores espirituales de posnoviciado nos iluminaron diciéndonos que Jesús era notablemente virtuoso, pero no perfecto. Por ejemplo, cuando en el Evangelio de Mateo 15, 25-27 comparó a una mujer cananea con un perro, mostró un pensamiento y un comportamiento prejuiciosos que no eran infrecuentes en su cultura judía del primer siglo.

Así, tuvimos que aceptar el hecho de que vivir nuestros votos y carismas nunca nos liberaría de nuestra humanidad. No nos convertiríamos en paradigmas de virtud. Teníamos que asumir nuestras limitaciones e imperfecciones. La conversión era un proceso continuo, no un resultado. La afirmación del maestro sufí Hafiz de que "en este mundo todo es un movimiento divino" debía situarse en el contexto de un movimiento humano simultáneo y sorprendentemente inferior, sobre todo en el ámbito de la espiritualidad.

"Las hermanas en la etapa interindividual [como parte de su proceso evolutivo] ni se sacrifican totalmente por la comunidad ni permiten que sus comunidades se conviertan en silos de individuos egocéntricos": Hna. Judith Shaeffer

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"[Las religiosas] somos mujeres. Somos significativamente más verbales que los hombres. También, más sensibles al dolor emocional: más empáticas y comprensivas. Deseamos responder con benevolencia a quienes sufren": Hna. Judith Shaeffer. (Foto: Pixabay)

"[Las religiosas] somos mujeres. Somos significativamente más verbales que los hombres. También, más sensibles al dolor emocional: más empáticas y comprensivas. Deseamos responder con benevolencia a quienes sufren": Hna. Judith Shaeffer. (Foto: Pixabay)

También tuvimos que aceptar que, como "los privilegios (por ejemplo, tener autoridad) siempre se disfrutan bajo una nube, los líderes a veces abusarán de su poder". Además, todos los primates —incluidas las religiosas— caen a veces en el egoísmo y la falta de amabilidad al competir por unos recursos escasos. Y porque todas las formas de vida, escribió Frans de Waal en The Age of Empathy: Nature's Lessons for a Kinder Society, "están a favor del juego limpio siempre que [les] ayude". Las hermanas podían esperar que los demás cumplieran sus expectativas, pero tenían que recordar que los demás seguirían prefiriendo su forma de hacer las cosas porque, como añade de Waal, las "principales emociones [que tenemos son] egocéntricas". 

Además, teníamos que aprender nuevas formas de volvernos virtuosas para obtener resultados "lo bastante buenos para el trabajo gubernamental". Rezar y embellecer nuestras habilidades relacionales seguía siendo útil. Pero la teoría socio-psicológica avanzada y la investigación identificaron aspectos adicionales de una vida comunitaria verdaderamente viable. Uno de ellos era que todos los miembros de la comunidad tenían que participar para poder resolver los conflictos comunitarios, empezando por la apertura.

Además, era poco realista pensar que la autorrevelación sincera y honesta era posible sin confianza. Éramos ingenuas si pensábamos que podíamos compartir nuestras percepciones y emociones indiscriminadamente. Solo podíamos hacerlo de forma segura con quienes habíamos experimentado —y seguíamos experimentando— como dignos de confianza. Las hermanas que revelaban información confidencial a terceros, aunque dijeran algo así como: "Esto es solo entre nosotras", no superaban la prueba. No eran merecedoras de nuestra revelación. Tampoco lo éramos nosotros si les traicionábamos. Y, de hecho, pocas de nosotras podríamos afirmar que no lo hicimos.

¿Por qué? Somos mujeres. Somos significativamente más verbales que los hombres, a pesar de la variabilidad dentro de un grupo grande. También somos más sensibles al dolor emocional: más empáticas y más comprensivas. Deseamos responder con benevolencia a quienes sufren. Como dice de Waal en la página 78, somos propensos a hacerlo comunicándonos. Hablamos utilizando el lenguaje, además de 'hablar' mediante el movimiento del cuerpo y el lenguaje corporal, incluido el tono de voz, la inflexión y el volumen.

Para complicar aún más el asunto, promulgamos inconscientemente traumas no tratados: los nuestros y los de nuestros antepasados. Nuestro propio ADN, explica de Waal, nos programa para ello. "Los circuitos neuronales [relacionados con la comunicación]... se reactivan automáticamente". A pesar de intentar no hacerlo, inevitablemente revelamos quiénes somos y qué sentimos por los demás. La evolución se ha encargado de ello. Porque "la evolución rara vez desecha algo", dice de Waal en la página 207, a sabiendas de que puede adaptarse a las circunstancias cambiantes. Las aletas de los peces, por ejemplo, podían convertirse y se convirtieron en los brazos de los roedores.

Pero volvamos a la primacía de la confianza. La franqueza y la diversidad de puntos de vista son elementos insustituibles del consenso, que es fundamental para la resolución de conflictos. Sin embargo, la confianza es aún más fundamental. Y no tenerla o perderla es un gran obstáculo para la formación de comunidades vivificantes. Y no se reconstruye fácilmente, ni siquiera con las mejores intenciones y constantes esfuerzos.

"Nuestros votos y carismas nunca nos liberarían de nuestra humanidad. No nos convertiríamos en paradigmas de virtud. [Las religiosas] tuvimos que asumir nuestras limitaciones [como parte de nuestra evolución]": Hna. Judith Shaeffer

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¿Por qué? Porque, como revela la investigación evolutiva, el cerebro humano —incluso el cerebro animal y el 'cerebro' vegetal— no puede restar. Un cerebro solo puede sumar.

Además, nuestros métodos más recientes basados en pruebas para tratar los recuerdos traumáticos, como la desensibilización y el reprocesamiento por movimientos oculares y la terapia breve orientada a la profundidad, reducen en gran medida —incluso parecen borrar— nuestro dolor psicológico. Pero cuando experimentamos ciertos desencadenantes, los recuerdos traumáticos resurgen. Además, los recuerdos traumáticos pueden heredarse de los antepasados. La evolución es testigo.

Esa es la mala noticia. La buena noticia es que "lo que impulsa la evolución está separado de lo que impulsa el comportamiento", explica de Waal en la página 39. "Somos libres de usar [nuestras tendencias y hábitos]... como queramos", concluye en la página 45.  

Y Dios, de nuevo a través de procesos evolutivos maravillosamente diseñados, nos ha dado rasgos que son ricos y variados. Algunos, como nuestra capacidad para ponernos en el lugar del otro y responder con interés, "se desarrollan en un contexto de competencia" y de nuestra necesidad de sobrevivir como individuos y como grupos. Esto, por supuesto, encaja perfectamente con la sabiduría de adoptar la etapa interindividual del desarrollo, ya que combina estar en relación con ser fieles a nosotros mismos. Es equilibrado.

Así, las hermanas en la etapa interindividual ni se sacrifican totalmente por la comunidad ni permiten que sus comunidades se conviertan en silos de individuos egocéntricos. Definen 'el beneficio mutuo' como algo con lo que pueden vivir, incluso estar de acuerdo.

Reconocen que la resistencia física de una hermana superará su capacidad de participar en la vida comunitaria. Estar enferma cambiará inevitablemente su percepción de sí misma y de los demás. "La misma colina es evaluada como más empinada, solo con mirarla, por una persona cansada que por una bien descansada", añade de Waal en la página 59. La evolución es testigo de ello.

Por último, la vida religiosa parece estar evolucionando tanto que apenas podemos identificarla con lo que era antes. Pero no pasa nada. No debemos tener miedo ni preocuparnos, como dice Jesús en el Evangelio de  Mateo 28, 10. Podemos aceptar su regalo de paz tras la resurrección, sabiendo que el desarrollo evolutivo está en el corazón del plan de nuestro Creador.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 11 de julio de 2024.