Paula Gil Cano, una vida dedicada la caridad

La Hna. Paula Gil Cano, la ahora venerable Madre Paula, fundó a las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción. (Foto: cortesía Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

La Hna. Paula Gil Cano, la ahora venerable Madre Paula, fundó a las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción. (Foto: cortesía Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

por Elizabeth Carranza Sánchez

Ver perfil del autor

Desde mis primeros recuerdos, la presencia de Madre Paula ha sido una constante en mi vida y en la de mi familia. A través de las décadas, he llegado a apreciar profundamente su legado espiritual y su dedicación a Dios y al servicio a los demás.

Tenía casi seis años cuando mi hermana Luz Marina se despidió de la familia para ingresar en la congregación de Hermanas Franciscanas de la Purísima Concepción, fundada por la Madre Paula. Era el año 1949, a un siglo del nacimiento de esta gran mujer. En ese entonces, ni mi hermana ni yo sabíamos lo que significaba un instituto religioso. Ella solo sintió el soplo del Espíritu Santo, que la conducía al seguimiento de Cristo y a consagrar su vida enteramente a Dios.

Trece años más tarde, yo también decidí seguir el llamado. Para entonces, gracias a una revista editada por las Hermanas Franciscanas de la Purísima Concepción —con motivo de los 25 años de haber llegado a Costa Rica las primeras hermanas— yo tenía una vaga noción de lo que hacían ellas en Costa Rica y Centroamérica. Además, pude encontrar en sus páginas unas pinceladas de su biografía.

"Es admirable ver cómo esta mujer [Madre Paula], con pocos estudios pero con un corazón lleno de ternura, se empeñaba en socorrer las necesidades de quienes se acercaban a ella": Hna.  Elizabeth Carranza Sánchez

Tweet this

La Hna. Elizabeth Carranza Sánchez transcribió capítulos manuscritos sobre la venerable Madre Paula para un libro sobre su vida espiritual. (Foto: cortesía Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

La Hna. Elizabeth Carranza Sánchez transcribió capítulos manuscritos sobre la venerable Madre Paula para un libro sobre su vida espiritual. (Foto: cortesía Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

Así que llegué, un 2 de septiembre de 1962, a una casa de la congregación. Entonces, junto a muchas enseñanzas que se nos impartían a las aspirantes en la formación, estaba sin duda la biografía de Madre Paula y la vida de las hermanas que habían heredado su carisma y continuaban extendiendo ese don del Espíritu Santo en el ambiente de un hospital.

Durante mi formación religiosa pasé por etapas importantes y recordé siempre a Madre Paula en fechas clave como su nacimiento y fallecimiento. Visitando Vera, su pueblo natal en España, vi la iglesia donde fue bautizada y la casa en Murcia donde vivió y murió. En Madrid, en la Casa Generalicia San Francisco de Asís, exploré documentos sobre su vida y la expansión de la congregación que fundó. Transcribí capítulos manuscritos de Madre Paula para un libro sobre su vida espiritual, sintiéndome muy cercana a ella durante ese tiempo a través del contacto con sus cartas y documentos.

¡Cuántas enseñanzas recibidas, cuánta experiencia acumulé en esos años en contacto con los documentos referentes a Madre Paula y con las hermanas de fraternidad! Fue un tiempo en que todas trabajamos por incoar el proceso de canonización de nuestra fundadora. 

Mi recuerdo agradecido a sor Vicenta Mateos Calvo por su infatigable trabajo en el proceso de canonización. Trabajar con ella fue un verdadero regalo del Señor. ¡Que Dios la tenga gozando de su reino por su abnegación y empeño en recopilar documentos que enriquecieran el archivo histórico de nuestra congregación! Un día, me contó la gran emoción que sintió cuando, revisando documentos en el archivo del Ayuntamiento de Murcia, se encontró con la carta que Madre Paula envió al alcalde Pascual Abellán, el 2 de septiembre de 1884, en la cual ofrecía sus servicios para asistir a los enfermos contagiados del cólera morbo celio, enfermedad sumamente contagiosa. El alcalde aceptó sus servicios y Madre Paula acudió al lazareto donde atendían a los contagiados. Murieron cuatro hermanas contagiadas. También la Madre se contagió, pero Dios la libró de la muerte.  

La congregación de las Hermanas Franciscanas de la Purísima Concepción, fundada por Madre Paula, ha expandido su labor caritativa a lo largo de Centroamérica, ofreciendo cuidado a ancianos, educación a niños y catequesis en parroquias.

Tweet this

Una vida dedicada la caridad

Hoy día quiero compartir ese encuentro con Madre Paula procurando que otros la conozcan. Su vida fue humilde desde el principio: nació en una familia pobre y su padre abandonó el hogar, lo que obligó a su madre a llevar a su pequeña hija a la institución estatal Casa de Misericordia, en Cartagena, donde vivió hasta los treinta años. Posteriormente salió  para cuidar a niñas huérfanas en Murcia, una provincia ubicada al sur de España. Fue entonces cuando Dios le encomendó no solo el cuidado de las niñas sino también la fundación de una congregación. Para esta obra se había preparado espiritualmente en la Casa de Misericordia.

El 15 de octubre se produjo una gran inundación del río Segura que atraviesa Murcia. Esa catástrofe causó mucha desolación en la ciudad. En consecuencia, muchos niños quedaron huérfanos y fueron acogidos por un grupo de señoras, pero necesitaban a una persona que los cuidara a tiempo completo. Fue entonces cuando acudieron a Cartagena, a la Casa de Misericordia, y la joven Paula, de 30 años, aceptó viajar a Murcia y hacerse cargo del cuidado de las niñas. Muy pronto otras jóvenes se unieron a ella y se consagraron a Dios para ejercer la caridad en el cuidado de las niñas y pocos años después al cuidado de los ancianos en asilos y a enfermos en hospitales. 

En Murcia, con el respaldo de monseñor Mariano Alguacil, el obispo, y la guía espiritual del sacerdote franciscano Francisco Manuel Malo Malo, el instituto de vida religiosa comenzó a tomar forma gradualmente. Al mismo tiempo, el carisma infundido por el Espíritu Santo comenzó a manifestarse tanto en Madre Paula como en las primeras hermanas que se unieron rápidamente a ella en el seguimiento de Cristo y en las tareas apostólicas.

Es admirable ver cómo esta mujer, con pocos estudios pero con un corazón lleno de ternura, se empeñaba en socorrer las necesidades de quienes se acercaban a ella. La movía el amor a Dios y a su Madre Purísima. La actividad no apartaba su mente de la presencia del Altísimo, al cual se dirigía con jaculatorias y oraciones espontáneas. Con ese talante obedeció a la inspiración de Dios y a la guía que le ofrecía la Iglesia. Tenía una mente despierta y práctica en la resolución de los asuntos concernientes a la consolidación del instituto. Por eso se dedicó con tesón a obtener de la Iglesia la aprobación de la congregación de Hermanas Franciscanas de la Purísima Concepción. Tuvo el singular privilegio de obtener el decretum laudis el 26 de marzo de 1900; posteriormente, la aprobación del instituto el 6 de julio de 1901, y finalmente la aprobación de las constituciones, el 14 de septiembre de 1903.

Nuevos horizontes en Centroamérica

A Costa Rica llegaron 11 hermanas procedentes de España el 15 de febrero de 1935 para prestar sus servicios en el Asilo de Ancianos y el Hospital Max Peralta, ambas instituciones en Cartago. Tres años después con los permisos pertinentes se creó el noviciado para formar a las futuras religiosas.

La congregación se expandió con nuevas fundaciones en siete hospitales y cuatro asilos de ancianos. Además, se extendió a los países de Centromérica. Actualmente, la provincia Nuestra Señora de los Ángeles cuenta con catorce casas: 10 en Costa Rica, dos en Cuba, una en Nicaragua y una en Panamá; su ministerio es el cuidado a los ancianos, la educación a los niños y la catequesis en parroquias, teniendo en cuenta que todo servicio de caridad es un medio para llevar a Cristo a la humanidad.

La Iglesia reconoció recientemente que la Madre Paula practicó las virtudes de manera heroica y la declaró venerable el 7 de julio de 2017. La emoción me sobrecoge el corazón al saber que la Iglesia reconoce la humildad y sencillez de una mujer que entregó su vida incondicionalmente a Dios y cuyos esfuerzos, conducidos por los dones del Espíritu Santo, hicieron de ella la fundadora de una congregación extendida hoy en tres continentes. Por eso, después de encontrarme con su vida y reconocer cómo vivió las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, así como  las virtudes cardinales de prudencia, justicia fortaleza y templanza, quiero darla a conocer, encomendarme a su intercesión y esperar con confianza que un día no muy lejano la Iglesia la inscriba en el catálogo de las santas. 

Imágenes del crecimiento de una congregación

  • Las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción han expandido sus ministerios por Centroamérica. En la imagen: sor Beatriz Herrera, sor Yeti Sandoval, sor Inés Fuentes, sor Salvadora Esquivel y sor Melba Rodríguez, de izquierda a derecha, en Alajuela, en la casa Madre Inmaculada en Rivera, Alajuela, Costa Rica. (Foto: cortesía Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

    Las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción han expandido sus ministerios por Centroamérica. En la imagen: sor Beatriz Herrera, sor Yeti Sandoval, sor Inés Fuentes, sor Salvadora Esquivel y sor Melba Rodríguez, de izquierda a derecha, en Alajuela, en la casa Madre Inmaculada en Rivera, Alajuela, Costa Rica. (Foto: cortesía Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

     

  • Sor María Elena Fernández Cordero en la misión educativa en León, Nicaragua. (Foto: cortesía Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

    Sor María Elena Fernández Cordero en la misión educativa en León, Nicaragua. (Foto: cortesía Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

  • Sor Elizabeth Carranza Sánchez y sor Luz Marina Carranza Sánchez, hermanas de sangre, y de comunidad, en la comunidad de hermanas mayores, Casa Madre Inmaculada en Rivera Mateos, Alajuela, Costa Rica. (Foto: Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

    Sor Elizabeth Carranza Sánchez y sor Luz Marina Carranza Sánchez, hermanas de sangre, y de comunidad, en la comunidad de hermanas mayores, Casa Madre Inmaculada en Rivera Mateos, Alajuela, Costa Rica. (Foto: Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

  • La congregación se expandió en Costa Rica con nuevas fundaciones en siete hospitales y cuatro asilos de ancianos. En la gráfica, sor María Elena Fernández Cordero, en el Asilo de la Vejez de Cartago. (Foto: Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)

    La congregación se expandió en Costa Rica con nuevas fundaciones en siete hospitales y cuatro asilos de ancianos. En la gráfica, sor María Elena Fernández Cordero, en el Asilo de la Vejez de Cartago. (Foto: Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción)