Misa dominical en la parroquia Bom Pastor, Maputo, Mozambique, 27 de octubre de 2024. (Foto: Dolorosa Walilo, SSPS)
El Himno nacional de la República Democrática de Mozambique expresa con mucha firmeza y convicción: "…Mozambique, nuestra tierra gloriosa".
Antes de llegar a esta parte del continente africano, cuando buscaba destinos para la misión, investigué sobre este país en internet y me sorprendió descubrir que se encuentra entre los 10 países más pobres de este continente.
Llegué el 26 de octubre de 2024, a pocos días de la elección del nuevo presidente. Las elecciones fueron el 9 de octubre y los resultados se oficializaron el 23 de diciembre. La disputa se dio entre los dos partidos más votados por el pueblo.
Este país es joven en su caminar hacia la independencia como una nación libre. Por muchos años fue colonia de Portugal, hasta que con firmeza, determinación y convicción dijo: "¡Basta, somos capaces de llevar adelante esta patria con amor y valentía!".
Desde que llegué noto mucha tristeza en los ojos de las personas con las que me cruzo. Con algunas he tenido la oportunidad de hablar, y ellas expresan el dolor que actualmente experimentan como nación. Dicen sentirse esclavos, no de los extranjeros, sino de algunos que están en el poder.
Las necesidades básicas, como alimentación, salud y educación, son casi imposibles de cubrir, ya que el salario es inferior al mínimo necesario para vivir.
"El Dios de Jesús está gestando vida en cada persona herida que clama paz y justicia para esta tierra gloriosa (Mozambique), llena de riqueza humana y material": Hna. Carolina Lizárraga
A lo largo de este tiempo he presenciado manifestaciones. Esto trajo no solo pérdidas materiales (como la ruptura de semáforos, autos quemados, plazas destruidas, etc.), sino también muertes de personas anónimas que se expresaban para pedir honestidad y justicia; algunas eran conocidas y otras nada tenían que ver con tales manifestaciones.
Me impactó la noticia de un niño de 10 años que estaba jugando en el patio de su casa y fue alcanzado por dos balas que le arrebataron la vida. Estos son casos que vemos a través de los medios de comunicación, pero tal vez haya muchos más de lo que se muestra.
Al ver, escuchar y vivir en esta situación de conflicto y violencia, me surgen algunas preguntas:
¿En qué corazón de un ser humano cabe que el dolor de otra persona le sea indiferente?
¿Cómo puede una persona, teniendo cubiertas mucho más que las necesidades básicas, querer seguir acumulando más dinero y poder a costa de aquellos pobres que nada tienen?
¿Cuál es el amor y el respeto que dicen tener por una nación aquellos que son hijos de ella y, a su vez, la oprimen y la asfixian con mentiras y corrupción?
¿Existe entre aquellos poderosos un mínimo de piedad y de dolor por aquellas personas que buscan qué comer en los contenedores de basura y por aquellos que hacen mil malabares para obtener un pedazo de pan?
En lo profundo de mi alma está la convicción de que el Dios en quien yo creo está sosteniendo la vida de cada mozambiqueño y mozambiqueña, y la de aquellos que somos extranjeros viviendo en este país. El Dios de Jesús está gestando vida en cada persona herida que clama paz y justicia para esta tierra gloriosa, llena de riqueza humana y material.
Es el mismo Dios que hace siglos se encarnó en el seno de una mujer joven y valiente para caminar paso a paso con la humanidad y dar por ella uno de sus dones más preciosos: ser hijos por medio de Él.
En mi oración diaria, clamo, con amor y un poco de dolor, por paz para esta nación y para cada persona con quien me cruzo; y vuelvo a descubrir que el Dios en quien yo creo es capaz, a través de mí, de sacar sonrisas a más de una persona que camina con el semblante triste.
Desde que llegué experimento que, más allá del miedo, el dolor y la desesperanza que esta nación está viviendo, Dios se ha encarnado en la humanidad herida y vulnerable, está presente en medio del pueblo que clama paz y justicia para esta "tierra gloriosa", como tan bien lo expresa el Himno nacional de Mozambique.