Abrirle espacio a Dios

Miembros de las Siervas de San José se reúnen para una reunión de zona en Bogotá, Colombia. (Foto: cortesía Siervas de San José Colombia)

Miembros de las Siervas de San José se reúnen para una reunión de zona en Bogotá, Colombia. (Foto: cortesía Siervas de San José Colombia)

por Daylenis Lara Rodríguez

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Dentro del camino formativo para la vida religiosa se encuentra la etapa del noviciado, una experiencia que he podido realizar, casi en su totalidad, en Colombia. Durante este tiempo, se ha fortalecido en mí el profundo deseo de encontrarme con el Dios de la vida, el Dios-amor que me habita. He aprendido a vivir de manera más libre, con menos ataduras, y más consciente de mi camino.

Paso a paso he descubierto su amor en muchas personas hermosas con las que he compartido el camino en momentos, acontecimientos, la creación y en medio de las realidades, incluso las más duras. Este encuentro con Él me ha impulsado a encontrarme con otros y otras, a desear 'dar gratis lo que gratis he recibido', a ponerme al servicio y ofrecer lo mejor de mí. Ha crecido en mí el deseo de acoger, escuchar y compartir las herramientas que he recibido, haciendo presente el reino de vida, misericordia y perdón al que Jesús nos invita.

En este tiempo, he aprendido a vivir de manera sencilla, compartiendo la vida con otras hermanas, con sus alegrías y dificultades. Descubro a Dios en lo cotidiano, en el trabajo y en la entrega diaria. Desarrollar una sensibilidad especial hacia las mujeres y sus procesos de sanación, libertad, crecimiento y empoderamiento ha sido clave para buscar una vida más digna, una 'vida en abundancia' para todos y todas.

"De todos los espacios en los que he colaborado, el más significativo ha sido el proyecto Tú Importas Mujer, un lugar de crecimiento personal y dignificación para las mujeres": Hna. Daylenis Lara Rodríguez sobre su camino como novicia

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Este tiempo me ha permitido reconocer en mis hermanas el espíritu de nuestros fundadores: la resiliencia, fidelidad y valentía de santa Bonifacia, así como la sensibilidad y mirada atenta del padre Butiñá hacia la realidad, especialmente hacia el mundo de los trabajadores pobres y las mujeres. Me he identificado con ellos y he avivado el deseo de seguir conociéndolos y descubriendo cómo vivieron Nazaret, ese espacio de encuentro con Jesús que ora y trabaja en el silencio de lo cotidiano.

Ha sido un tiempo de mucha vida y crecimiento interior. He dado pasos importantes para abrazar mi historia, soltar cargas y ganar en libertad. He aprendido a mirarme a mí misma y a los demás con más amor y misericordia, a cuidar mi cuerpo, escucharme, respetar mis propios ritmos y, desde ahí, respetar los ritmos de los demás. Aunque ha sido difícil, he aprendido a poner límites y a ocupar mi lugar. 

He descubierto que la comunidad es un don y una tarea que se construye con el aporte y disposición de todas. Ha sido un camino muy bonito al  abrirme a las otras y sentir que ellas también me han hecho un lugar en su corazón. Aprendí que es mejor preguntar que suponer, y que abrir espacio al diálogo construye relaciones más sanas. Hablar desde lo que siento y escuchar a las demás ha sido clave para caminar juntas.

Este tiempo me ha permitido saborear lo cotidiano, profundizar en mi relación con Jesús de Nazaret, y sintonizar más con su humanidad. Lo he descubierto cercano, amigo, compañero de camino, pobre entre los pobres, vecino, trabajador; un hombre sencillo y coherente que vivía a profundidad lo pequeño.

Desde el principio de mi proceso, he descubierto el trabajo como un espacio de crecimiento y dignificación y lugar de encuentro con Dios y con los demás. En este tiempo, especialmente, me he identificado con los trabajadores más humildes, ofreciendo mi trabajo por quienes carecen de empleo y por quienes realizan tareas poco valoradas y mal remuneradas. En particular, tengo en mente a las familias que sobreviven gracias al reciclaje.

El Centro de Estudios de la CRC (Conferencia de Religiosos de Colombia) y las materias cursadas han ampliado mi mirada, ayudándome a ahondar y madurar en mi fe. Junto con la comunidad, ha sido un espacio para valorar la diversidad y vivir las diferencias culturales como una riqueza.

Agradezco mucho haber trabajado con niños y adolescentes en la catequesis parroquial, un espacio de aprendizaje mutuo. Los talleres de crecimiento personal, valores y trabajo corporal, junto con el grupo de danza litúrgica, me han ayudado a integrar herramientas y ponerlas al servicio de los demás. Compartir música en el grupo de guitarra, tanto con adolescentes como con adultos, ha sido un regalo que me permitió explorar la música como don.

De todos los espacios en los que he colaborado, el más significativo ha sido el proyecto Tú Importas Mujer, un lugar de crecimiento personal y dignificación para las mujeres. Este proyecto ha sido un aprendizaje mutuo, lleno de valiosas experiencias.

Al reflexionar sobre esta experiencia, siento la invitación de seguir abriendo espacio a Dios, acogiendo lo que ya me regala, y preparándome para lo nuevo, para la vida, para más nombres y para seguir diciendo 'sí' a este final que es también un nuevo comienzo: la experiencia apostólica y la preparación para mis votos temporales que realizaré en La Habana, un paso más en mi camino de consagración.

Que sus oraciones me fortalezcan para vivir con fidelidad y alegría este tiempo, creciendo en confianza, entrega y amor a Dios y a los demás.