Visita a la montaña de Cristo Rey, en Nuevo México, para llevar agua los migrantes que cruzan esta peligrosa frontera natural hacia Estados Unidos. (Foto: cortesía Hna. Leticia Gutiérrez Valderrama)
Nota de la editora: La serie Acogiendo al Extranjero de Global Sisters Report examina más de cerca a las religiosas que trabajan con inmigrantes o migrantes. Las entregas presentan a hermanas y organizaciones que colaboran en red para servir mejor a quienes cruzan las fronteras; además, exploran las tendencias migratorias mundiales y han abordado el tema de la inmigración de cara a las pasadas elecciones presidenciales de Estados Unidos.
Hace dos meses llegué a la diócesis de El Paso, Texas, en Estados Unidos (EE. UU.). Sin embargo, como Misioneras de San Carlos Borromeo Scalabrinianas, estamos aquí desde abril de este año, a través de la hermana Elisete Signor y de la hermana Roschell, quien "duró un mes acompañando la nueva misión". Así se inició nuestra presencia scalabriniana junto a nuestros hermanos y hermanas que migran por esta frontera.
Estamos aquí para asumir el nuevo ministerio que la diócesis abrió este año pastoral: el Migrant Hospitality Ministry (MHM), donde actualmente soy directora ejecutiva.
Inicio con este contexto para explicar ese escenario donde profundizamos la presencia del pueblo que migra y del 'Dios que camina con su pueblo'. El escenario incluye dos lugares por donde cruzan de manera irregular nuestros hermanos y hermanas en movilidad humana: la montaña de Cristo Rey y el desierto de Santa Teresa, en las Cruces, Nuevo México (EE. UU.). Ambas zonas colindan con Ciudad Juárez, en México.
Quienes cruzan de manera irregular a los EE. UU. nunca quieren hacerlo de este modo. Lo hacen porque las políticas migratorias y la gestión de migración reduce cada vez con mayor firmeza las posibilidades de migrar de forma regular por lugares seguros y en puertos de entrada oficiales, no solo en esta frontera del mundo, sino también de manera vertical y circunferencial como por ejemplo en la Unión Europea.
"Ir a la montaña y al desierto tiene una causa: más de 170 hermanos y hermanas han fallecido en esta zona fronteriza": Hna. Leticia Gutiérrez, directora del Ministerio de Hospitalidad para Migrantes de diócesis de El Paso, EE. UU.
Ir a la montaña y al desierto a través del MHM en comunión con el Hope Border Institute y algunas parroquias de nuestra diócesis, tiene una causa: las muertes de más de 170 hermanos y hermanas que han fallecido en esta zona fronteriza. Por eso, Hope Border inició la misión 'Gotas de Agua' para evitar que más personas mueran en el patio de nuestra diócesis, en nuestra casa.
Las personas han muerto a causa de las altas temperaturas de esta región y ante el abandono por parte de los traficantes de personas que no esperan a quienes se han lastimado, se deshidratan, se desorientan o no pueden seguir avanzando. Simplemente son abandonadas a su suerte y mueren si nadie las encuentra.
Llevar agua tres veces por semana se ha convertido en una respuesta de una 'Iglesia en salida' que quiere caminar junto a su pueblo. Buscamos salir a su encuentro, preservar la vida de quienes se ven forzados a cruzar estas rutas peligrosas. Además de dejar agua, también buscamos a personas lastimadas, abandonadas o posiblemente ya fallecidas.
En un lugar donde todo habla de vida, de historias, de personas concretas, de necropolítica y una vida amurallada, nosotros buscamos estar cercanos y caminar ahí con ellos y ellas. Eso y más es lo que representa el desierto y la montaña: lugares teológicos donde Dios se revela, se manifiesta, se aproxima y nos recuerda que estamos en lugares sagrados.
Así lo intuí desde el primer día que hice el recorrido en la montaña de Cristo Rey. Mientras más caminábamos fui encontrando mochilas, bolsas de mujer, ropa, cinturones, pasaportes o cédulas de identidad. Comprendí que no era basura, sino objetos de personas con historias, con muchos acontecimientos vividos desde sus países de origen o lugar de residencia.
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A mi mente llegaron otras fronteras del mundo que he tenido la oportunidad de visitar, de caminar; pero, sobre todo, me hizo recordar la ruta selvática del Darién. Ese lugar fronterizo entre Panamá y Colombia, desde hace una década se ha vuelto una ruta importante para las personas que escapan del hambre, de la guerra, y de las cuestiones políticas y sociales que les hacen huir de manera continental o extracontinental.
Esas fronteras que me son tan cercanas y familiares, fueron evocadas en el primer momento que me encontré con artículos personales tanto en la montaña como en el desierto. Me preguntaba, ¿quién era?, ¿de dónde vendría?, ¿cruzaría el Darién?, ¿cómo fue su camino en México?, ¿la secuestrarían?, ¿pagaron algún rescate por ella?, ¿cómo está física y psicológicamente?
Muchas preguntas sin respuestas; simplemente empatizaba con esa persona que me revelaban al pueblo migrante violentado y que, a su vez, es profeta de nuestro tiempo, denunciando las injusticias de este sistema económico, político y social. El pueblo migrante continúa siendo la víctima de esta gestión y gobernanza de las migraciones selectivas de los Gobiernos del norte global.
Sin embargo, su presencia también es esperanzadora, cuando despierta en nosotros la indignación ante la violencia y las violaciones a sus derechos humanos. Nos recuerdan que al ser violentados es nuestra propia humanidad la que se ultraja, y ya no queremos que se siga violentando.
Por eso, aquí en El Paso y en muchas regiones del mundo nos empeñamos en humanizar su tránsito, defender sus derechos humanos e incidir para que cambien estas políticas inhumanas. Con gestos de acogida, hospitalidad y humanidad, como llevar agua a la montaña y al desierto, generamos una acción revolucionaria de humanidad y humanización, contraponiéndonos a quienes amurallan, trafican y cosifican.