Migrantes guatemaltecos deportados de EE. UU. bajo la administración del presidente Donald Trump llegan a la Base Aérea La Aurora en Ciudad de Guatemala el 27 de enero de 2025, en un vuelo procedente de EE. UU. Una nueva encuesta de la Facultad de Derecho de Marquette publicada el 2 de abril reveló que la percepción pública de las políticas de la administración Trump es mixta, ya que solo el 42 % de los ciudadanos estadounidenses mayores de edad afirma que el país va en la dirección correcta. (Foto: OSV News/Reuters/Cristina Chiquín)
A unos meses del inicio del Año Jubilar de la Esperanza, resuena en nuestro corazón la frase del papa Francisco: "La esperanza no defrauda" (Rom 5, 5). Sin embargo, en Estados Unidos la esperanza se ve desafiada por el miedo y la incertidumbre que muchos de nuestros hermanos migrantes enfrentan ante las deportaciones masivas.
El 10 de febrero de 2025, una luz de esperanza emergió con la carta que el papa Francisco envió a los obispos de Estados Unidos, invitándolos a reflexionar desde la esperanza y la solidaridad, actitudes que podemos brindar a nuestros hermanos migrantes ante las leyes deshumanizantes a las que son expuestos.
Una frase clave del mensaje del Papa se refiere a "la dignidad infinita y trascendente de toda persona humana" (n.º 1). Esta afirmación resuena fuertemente ante la deshumanización que sufren las personas migrantes, ahora agravada por las deportaciones masivas que han puesto en peligro la integridad de familias enteras, frustrado sueños y anhelos.
En respuesta, el arzobispo Timothy P. Broglio, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de EE. UU. (USCCB), y el obispo Mark J. Seitz, de El Paso, presidente de su Comité de Migración, reafirmaron que "la Iglesia católica está comprometida a defender la santidad de cada vida humana y la dignidad dada por Dios a cada persona, independientemente de su nacionalidad o estatus migratorio". Nuestra tarea, como comunidad de fe, es ayudar en todo lo posible para que los migrantes comprendan sus derechos y busquen asesoría legal.
También los obispos de Texas alzaron la voz el 25 de enero con este mensaje: "Como pastores no podemos tolerar la injusticia y enfatizamos que el interés nacional no justifica políticas con consecuencias contrarias a la ley moral".
"En Estados Unidos la esperanza se ve desafiada por el miedo y la incertidumbre que muchos de nuestros hermanos migrantes enfrentan ante las deportaciones masivas": Hna. María Laura Torres
En el punto tres de la carta, el papa Francisco nos recuerda "que estamos llamados a mirar la legitimidad de las normas y de las políticas públicas a la luz de la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales, no viceversa". Esto lo ilustra citando el pasaje del Evangelio de Marcos 2, 27: "El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado". Hoy, en cambio, el ser humano ha pasado a un segundo plano, cuando se le criminaliza o se le niegan sus derechos.
Jesús de Nazaret, al anunciar el Reino, al curar y acoger a los más vulnerables, nos enseña que nuestra misión es dignificar a cada persona. Por eso, ante esta realidad, no podemos cansarnos de salir al encuentro con una conciencia bien formada, capaz de discernir la realidad, cuestionar las injusticias y oponerse a todo aquello que amenaza la vida y la dignidad.
Toda ley que atente contra la dignidad humana y el bien común debe ser eliminada. Considero que la situación en torno a la migración y a las deportaciones masivas es una luz roja para detenernos y reflexionar sobre cómo trato y dignifico a mi hermano.
El libro del Génesis nos confronta con una pregunta incómoda que Yahveh hizo a Caín: "¿Dónde está tu hermano Abel?" (Gn 4, 9). La pregunta sigue vigente porque ante Dios somos responsables unos de otros. La compasión nos hace tocar el dolor ajeno, nos hermana y nos impulsa a construir un mundo más humano.
Por eso me alegra la reciente declaración conjunta de los obispos tex-mex (de la frontera Texas-México), fruto de su reunión del 26 al 28 de febrero en San Antonio, Texas. En ella, resumen cinco principios fundamentales:
1. La Iglesia busca alianzas con Gobiernos y pueblos para acoger, proteger, promover e integrar a los vulnerables.
2. Es responsabilidad de todos proteger el bien común y los derechos de todos.
3. Ante un sistema migratorio roto, urge una reforma.
4. Debemos ser testigos del Evangelio desde la caridad y la compasión.
5. La parábola del buen samaritano debe inspirar nuestra acción.
La carta del Papa nos anima a construir "una fraternidad abierta a todos, sin excepción (n.º 6). Este Jubileo 2025 nos llama a ponernos en movimiento: "Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida". La peregrinación a pie nos ayuda a redescubrir el valor del silencio, el esfuerzo y lo esencial.
El éxodo de la Sagrada Familia es también el de miles de migrantes de hoy. Llegan a tierras desconocidas con esperanza, pero se enfrentan a políticas que dañan y son poco tolerantes. Y, sin embargo, la esperanza abre horizontes nuevos. Como dice la hermana Nurya Martínez-Gayol, Esclava del Sagrado Corazón de Jesús: "La esperanza es una dimensión que nos constituye como seres humanos. Somos en tanto que somos capaces de proyectarnos hacia adelante, de anticiparnos, de adentrarnos en el futuro y de atraerlo a nuestro presente".
Comparto estas líneas desde San Antonio, Texas [Estados Unidos], un lugar profundamente marcado por la realidad migratoria y las deportaciones. Aquí he podido escuchar, acompañar y constatar la angustia que viven muchas familias, especialmente tras el cierre del Centro de Recursos para Migrantes por falta de fondos federales.
Hace unos días, escuché con tristeza la historia de una joven madre detenida en su lugar de trabajo y deportada a Nuevo Laredo, sin poder despedirse de su hijo de once meses. Fue tratada con indignidad, expuesta a los grupos delictivos del área, como tantas otras personas deportadas recientemente. No les permiten ni recoger sus pertenencias. Son tratadas como objetos.
Ante estos relatos constato la importancia de la invitación del papa Francisco de "vivir en solidaridad y fraternidad, a construir puentes que nos acerquen cada vez más, a evitar muros de ignominia, y a aprender a dar la vida como Jesucristo la ofrendó, para la salvación de todos" (n.º 9).
Estas actitudes nos han de seguir acompañando para poder apoyar iniciativas, semejantes a las del buen samaritano, donde el ser Iglesia se constata por el testimonio solidario y la esperanza puesta en que la vida puede ir mejor si estamos dispuestos a sumar para vivir en un mundo más humano.
Que nuestras acciones reflejen esa esperanza activa, capaz de transformar la realidad. No esperemos que cambien las políticas para actuar: cambiemos lo que está en nuestras manos. Que nuestras obras hablen de un Reino de Dios en camino, donde la bondad y el bien común prevalezcan.