Somos reservas de silencio

Foto: Pixabay/Pexels

por Magda Bennásar

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Sé que el título es provocativo. ¿Qué significa que somos reservas de silencio? Quisiera reflexionar contigo, despacio, sin prisa. Si estás ajetreada, déjalo para otro momento. No quiero aumentar la cantidad de palabras que consumimos al día; deseo comunicarme desde otro registro.

Es frecuente que la gente nos pida repetir lo que acabamos de decir porque no lo han escuchado o leído bien, o que demos información que ya está en la presentación, refiriéndome a nuestro ministerio. Nos hacen repetir mucho. Es frecuente la falta de atención y las prisas por terminar algo para pasar a otra cosa. La escucha atenta es un lujo que pocas personas proporcionan.

A veces, la vida nos detiene. Podemos padecer una enfermedad o sufrir una simple torcedura de pie; algo así hace que, de pronto, todo se ralentice y la perspectiva de la vida cambie en un segundo. Ya no puedes ir agitada haciendo cosas o yendo a sitios. De pronto estás sentada o acostada, sola, con tiempo infinito en tus manos.

¿Y entonces qué? En lenguaje agrícola, estos tiempos 'de no hacer nada' se llaman tiempo de barbecho, un período de mínimo uno o dos años en que la tierra se recupera sola si la dejamos descansar. El barbecho es fundamental para evitar el agotamiento del terreno y para que pueda renovarse y equilibrarse. La vida, los nutrientes, todos están deseando apoyar a esa tierra agotada para que vuelva a ser ella misma, con toda su energía y fecundidad.

"La clave para recuperar nuestro humus fecundo, para ser de nuevo yo misma, para saborear la interioridad como nunca antes, ni siquiera en retiros, está en situarme cerca de las grandes reservas de silencio": Hna. Magda Bennásar

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¿Qué necesita la tierra para recuperar su propio ciclo de vida natural, sin químicos ni maquinaria que la hiera, y sin la intervención humana que la apresura? Necesita silencio. Necesita que la dejen tranquila, que la respeten, que le permitan respetarse a sí misma y darse su tiempo.

Algo parecido nos ocurre a las personas que somos conscientes de que necesitamos recuperar la vitalidad interior o seguir dando sentido a un día a día, a veces oscuro o, al menos, difícil de gestionar con serenidad ante los numerosos retos sociales y planetarios.

También es importante para aquellas personas que, tal vez menos conscientes de su necesidad, expresan síntomas de ansiedad, desazón o insatisfacción. El trabajo de "no trabajar", de estar en 'modo barbecho', es difícil, pero no imposible. La clave para recuperar nuestro humus fecundo, la clave para ser de nuevo yo misma, la clave para saborear la interioridad como nunca antes, ni siquiera en retiros, está en situarme cerca de las grandes reservas de silencio.

El barbecho necesita silencio. Yo necesito silencio. Sin esas reservas de silencio prolongado que permeen mi día, es difícil que me entere del Evangelio, del encuentro personal con el amor, del sentido de todo. El Evangelio se predica en campos, montañas y lagos, lugares de intensos silencios; al igual que la tierra en barbecho, necesita silencio para ser fecundo en nuestra vida. Solo la tierra que ha estado en barbecho recibe la semilla de una manera que la fortalece y dignifica.

¿Y qué ocurre con la escucha del Evangelio? El Evangelio necesita tierras en barbecho, tierras de surcos abiertos, de oídos y corazones sencillamente disponibles. Escuchar a la vez el llanto de la tierra y el dolor y el hambre de la humanidad supone ir más allá de las noticias; supone estar cerca de las reservas de silencio, como grandes antenas que nos ofrecen cobertura segura.

El deseo de compartir y ayudar a las personas es muy bueno, pero podemos terminar compartiendo más de nosotras mismas, de nuestras conversaciones pesadas o de nuestros silencios huecos y estériles, si no estamos en silencio. Vivir cerca de reservas de silencio significa empezar y terminar el día envueltas y sumergidas en un baño de silencio que suaviza tensiones, que equilibra nuestra respiración, nuestro aliento vital, que nos devuelve el color a las mejillas porque al fin oxigenamos, respiramos y estamos bien.

Entra en tu silencio. Déjale entrar. Dale permiso para quedarse. Es el mejor compañero de camino.

En la vida de Jesús hay muchas ocasiones en las que se nos indica que se escapaba al monte o al mar y pasaba la noche en silencio. Su noche, sus dudas, sus miedos, no son tan distintos a los nuestros. Jesús lo recoloca todo en el silencio.

Hay lugares que invitan al silencio: decoraciones de nuestras casas que invitan a la sencillez de un silencio vivo y acogedor. Hay muebles que ocupan demasiado espacio, armarios demasiado cargados, despensas con alimentos caducados y almacenados. Todo lo que sobra es ruido y puede romper el equilibrio en el que reside la belleza, la sencilla sabiduría y la fuerza del Evangelio.

El silencio no se improvisa. Es la consecuencia de un vaciamiento consciente y liberador de cosas y actividades que nos ocupan, y como 'okupas' no es buena su presencia; le roban el espacio vital a 'otros amores y ocupaciones'.

Cuando nos acercamos a nuestras reservas de silencio, conectamos rápidamente con lo que es auténtico, con lo que nos construye y nos predispone a recibir la semilla. Una casa en barbecho, una vida en barbecho, todo a la espera del momento de acoger la semilla, que no sabemos cuándo se nos regalará. Este es el gran lujo fruto del silencio que pocos descubren. Esto es ya la antesala del reino.

Con el tiempo, el silencio se convierte en el mejor amigo. Acompaña nuestra noche y también nuestro amanecer; siempre está cuando lo busco, nunca falla en su sabiduría. Siento su presencia que me llama, que me descansa, que me reconduce a mi espacio de barbecho para que, cuando la Ruah lo disponga, pueda dar vida.

En octubre, ya iniciado el otoño, temporada de cosecha pero inicio de primavera y de siembra en otras latitudes, te deseo que en tu apretada agenda pongas 'barbecho' en algunas de las páginas de tu vida.

Desde el silencio, buen principio de otoño y primavera