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Mi llamado a la vida misionera despierta en mí una profunda gratitud. Cuando comparto con otros mi llamado a la vida religiosa-misionera, les digo que ha sido una respuesta a un triple llamado que siento desde niña, cuando experimenté un amor creciente por la misión y un deseo profundo de que Dios fuera conocido en todo el mundo.
Esta vocación se fue forjando con el tiempo, hasta que un día, con esperanza y algo de temor, abracé la misión de llevar la 'buena noticia' más allá de mis fronteras, hacia una tierra desconocida: Mozambique. Hoy, mi vida como misionera es una mezcla de alegría, desafíos y una fe que me impulsa a ser un signo de la cercanía de Dios para quienes más lo necesitan.
Mi primer llamado se remonta al momento de mi bautismo. En esa ocasión, Dios me llamó a través de mi familia, que eligió para mí la vida de la fe.
El segundo llamado surgió a través de mi participación en la Obra Pontificia de la Infancia y Adolescencia Misionera (IAM). A medida que crecía, mi amor por la misión se fortalecía. Recé, jugué y compartí experiencias con otros niños, todo en torno a la figura de Jesús. Estas actividades me acercaron al tercer llamado, que se centraba en mi deseo de vivir plenamente esa misión a través de la vida religiosa-misionera. En mi interior ardía el anhelo de que Dios, uno y trino, fuera conocido en todos los rincones del mundo.
"Estoy profundamente agradecida por el llamado que he recibido, que me permite ser portadora de la 'buena noticia': Dios, trino y uno, vive en nosotros y nosotros en su vida": Hna. Carolina Lizárraga
El tercer llamado se consolidó durante una misión de verano a los catorce años, donde mi deseo de consagrar mi vida a la misión de Dios se fortaleció. Aunque experimenté confusiones internas, mi anhelo por la misión siempre fue lo primero. A lo largo de mis años de discernimiento, me acompañó la Hna. Dina, SSpS, quien me ayudó a comprender que mi sueño de ser misionera resonaba con el de una de nuestras cofundadoras, quien desde niña deseaba ser misionera en China. Al igual que ellas, yo también anhelaba llevar el amor de Dios a los demás.
En 2010, después de completar mis estudios secundarios, ingresé a la Congregación de las Misioneras Siervas del Espíritu Santo, donde el carisma misionero y la espiritualidad trinitaria se viven de manera auténtica.
Al profesar mis votos perpetuos, me fue encomendada la misión en Mozambique, lo que provocó en mí sentimientos encontrados de alegría y temor. Por un lado, alegría al saberme instrumento de Dios para manifestar, mostrar su cercanía; por otro lado, miedo al tomar conciencia de la distancia geográfica y cultura distinta de la mía. Sin embargo, la esperanza y el amor de Dios guían mi entrega en esta hermosa, aunque desafiante, vida misionera.
Estoy profundamente agradecida por el llamado que he recibido, que me permite ser portadora de la 'buena noticia': Dios, trino y uno, vive en nosotros y nosotros en su vida.
A medida que avanzo en esta vocación, llevo en mi corazón el deseo de ser un reflejo del amor de Dios en el mundo. Con cada paso, reafirmo mi compromiso de vivir y compartir esta misión con entusiasmo y gratitud.