Que 'veamos' nuestra propia realidad para transformarla

Comentario al Evangelio del domingo XXX del Tiempo Ordinario

Jesús curando al ciego, pintura de Gioacchino Assereto, 1640,. (Foto: Wikimedia Commons)

Jesús curando al ciego, pintura de Gioacchino Assereto, 1640,. (Foto: Wikimedia Commons)

«Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: "¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!". Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!". Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Llaman al ciego, diciéndole: "¡Ánimo, levántate! Te llama". Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: "¿Qué quieres que te haga?". El ciego le dijo: "Rabbuni, ¡que vea!". Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". Y al instante recobró la vista y le seguía por el camino».  (Mc 10, 46-52).

Como en todos los Evangelios de curaciones, es necesario centrarnos en lo importante y no en lo secundario. Lo importante es el significado de inclusión que tienen estos relatos porque en esos tiempos, la enfermedad se consideraba castigo de Dios por el pecado de la misma persona o de sus padres y, en ese sentido, era legítimo expulsarlo de la comunidad. Lo secundario es la curación física en sí. Jesús cura para mostrar que el reino de Dios es una llamada a la inclusión de todos, a la liberación de todas las cargas pesadas que una religión de preceptos impone sobre las personas, a una visión de Dios misericordioso que no da castigos, sino que regala su gracia y su salvación.

"Solo viendo se hace posible la liberación. Solo abriendo los ojos de la mente y del corazón nuestro seguimiento podrá ser más auténtico, más coherente con el discipulado que Jesús espera de los suyos": teóloga Consuelo Vélez

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En esta ocasión es el ciego quien reconoce a Jesús e intenta alcanzar su gracia. Pero los que están con Jesús no aceptan fácilmente que otros se acerquen por su cuenta, rompiendo las normas rituales que impone el tener una enfermedad. 

Sin embargo, en el pasaje vemos a un Jesús que, al escuchar los gritos del mendigo ciego, lo manda llamar para escucharlo en su necesidad. No le increpa ni le impone su mensaje. Por el contrario, lo hace un interlocutor al que le pregunta lo que quiere de él. El ciego puede expresar su deseo de ver e, inmediatamente, Jesús se lo concede mostrándole que es su propia fe la que le ha conseguido el milagro y no solamente la acción salvadora de Jesús. 

Esta conversación refleja esa interacción misteriosa entre la gracia divina y la libertad humana, entre el sueño de Dios sobre la humanidad y las necesidades concretas de cada destinatario.

Otros dos detalles pueden ayudarnos a entender este texto. El mendigo ciego inmediatamente arroja el manto y sigue a Jesús por el camino. Mirando este texto en el contexto de los Evangelios de los domingos pasados en los que los discípulos de Jesús no le entienden bien, podemos descubrir en este ciego un discípulo verdadero: deja lo que tiene —el manto— y le sigue por el camino —el camino de Jesús, no su propio camino—.

Finalmente, la pregunta de Jesús al ciego: "¿Qué quieres que haga por ti?" nos puede ayudar a buscar una respuesta en nuestra propia vida de aquello que anhelamos y tal vez no hemos tomado conciencia de ello, de aquello que necesitamos y no sabemos expresarlo o de aquello que nos incomoda y nos cuesta denunciarlo. Todo esto puede reflejar ese "que vea" que el ciego pidió y que, posiblemente, nosotros también necesitamos. 

Cuando vemos la realidad de nuestra propia vida, la realidad en la que vivimos, podemos hacer algo para transformarla. Solo viendo se hace posible la liberación, el encuentro con el Jesús del reino, el seguimiento. Solo abriendo los ojos de la mente y del corazón nuestro seguimiento podrá ser más auténtico, más coherente con el discipulado que Jesús espera de los suyos.