
(Foto: Unsplash/Guillaume Flandre)
La vida consagrada nace como una llamada profética a una vivencia más radicalmente evangélica. Emerge en un momento histórico en que la Iglesia se había institucionalizado demasiado, perdiendo así mucha de la fuerza profética que la originó.
Como todo grupo cristiano cuando se institucionaliza, corre el peligro también de perder fuerza profética. Durante esta Cuaresma, en un momento geopolítico tan convulso, deseo reflexionar sobre la siguiente pregunta:
¿Cómo viven nuestras comunidades y congregaciones su llamada al profetismo?
Un tema a revisar desde la mirada profética, es la reacción de una comunidad religiosa ante movimientos internos, que deben ser discernidos, de algunos miembros. Por ejemplo: alguna alternativa al modo en cómo se ejerce el liderazgo en la comunidad, a cómo se invierte el dinero o a cómo se realizan los ministerios.
Algo se me removió por dentro hace unos días al leer la interpretación que una religiosa hacía de personas que habían dejado su comunidad —en su caso, un grupo de hermanas— para iniciar otro grupo con el mismo carisma, pero desde otro ángulo. Parece asumirse la premisa de que quien se queda es fiel y quien se marcha es infiel. O según sugiere la hermana, quienes dejan la comunidad son como la cizaña que había estado creciendo junto a la buena semilla de los que se quedan.
Pido disculpas si no interpreto bien la expresión. En cualquier caso, me ha movido a orar y a reflexionar sobre mi propia experiencia y la de muchísimas hermanas a lo largo de la historia y en el presente.
Desde una distancia objetiva de años, conociendo de cerca diferentes comunidades, deduzco que se corre el peligro de que la institución sea más fuerte que la profecía. Tal vez este llamado profético se cobije en los pliegues de algunas de las propuestas e intuiciones sobre la comunidad y su orientación que algunas de las hermanas puedan expresar.
"Los motivos para que una persona se plantee una exclaustración, un cambio de comunidad o una salida, pueden ser innumerables. Solo Dios conoce el corazón humano, y sus intenciones": Hna. Magda Bennásar
Es un hecho que muchas personas, al no ser escuchadas y mostrar cierto inconformismo con algún aspecto interno, pueden ser consideradas rebeldes. Otra manera de minimizar sus aportaciones es sugerir que la persona o el grupo está pasando por un tiempo difícil, poniendo así el acento en un posible desequilibrio en lugar de escuchar atentamente en un sano discernimiento.
Ante esta dura realidad, la persona o el grupo pueden decidir formar otra rama o simplemente dejar la comunidad para, con más paz y libertad, discernir la confusión que les genera el rechazo y el cuestionamiento al que son sometidas.
A lo largo de la historia de las comunidades religiosas hemos visto como la ramificación de grupos se ha considerado una riqueza para la diversificación de un mismo carisma. Se puede dar el caso de que, en el afán de cuidar la fidelidad al carisma, se termine asfixiando a personas que sean menos exactas o literales en su manera de vivirlo. Tal vez sean más creativas, menos atadas a la norma o simplemente necesiten más espacio para vivir la llamada sin caminos de una sola dirección.
Conozco a muchas mujeres íntegras que dejaron un molde que las constreñía, pero no dejaron de ser fieles a la llamada.
Los motivos para que una persona se plantee una exclaustración, un cambio de comunidad o una salida, pueden ser innumerables. Solo Dios conoce el corazón humano, y sus intenciones.
Yo he tenido esa experiencia, y es agridulce. Es dulce porque experimentas la liberación de energías que se habían convertido en tóxicas. Es agria porque te sientes mirada con recelo por las personas con las que has convivido y compartido muchos años.
La pregunta de fondo es:
¿Estamos dispuestas a acoger al Espíritu cuando se acerca a través de personas que aportan aire nuevo, aunque su presencia no siempre sea bien recibida?
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Cuando sus iniciativas no son acogidas, algunas personas o pequeños grupos se marchan para abrir caminos. Muchas de ellas desarrollan nuevas interpretaciones e intuiciones que en el pasado se fraguaron en alguien como carisma y que, en su esencia, es infinito en su capacidad de crear y recrear nuevos estilos de vida para el mundo de hoy.
Puede haber muchos motivos personales para dejar una congregación, esto es indiscutible. El problema radica en cómo se gestiona esta situación dentro de la comunidad que supuestamente acompaña a la persona. ¿O tal vez solo la acompañó un tramo de la travesía, mientras estaba de acuerdo con lo establecido?
¿Cómo gestionamos la crítica a la comunidad cuando alguien señala aspectos que no facilitan la vida comunitaria, la apertura al futuro o el desarrollo pleno de algunas personas?
Varias personas me dijeron durante mi discernimiento que la comunidad me ensombrecía, pero que yo tenía mucho que dar. Me dijeron que el Espíritu intentaba, a través de ese dolor, abrir nuevos cauces y dar a luz nuevas interpretaciones del mismo carisma.
En aquel momento, yo estaba en un proceso de duelo, sintiendo el deber de conciencia de dejar la comunidad en la que encontré el 'amor' y la vida. Me era difícil vislumbrar el alcance de las palabras de esas personas que, con objetividad y un respeto infinito, opinaban sobre mi vocación y mi vida. Fueron la voz de Dios.
La 'cizaña' venía de quienes, desde dentro, me desautorizaban. Ellos y ellas sabrán si por fidelidad o por miedo.
El camino de quienes atraviesan este proceso es duro; el desierto que se abre por delante es inmenso, pero van acompañadas por una voz, una presencia y una nueva comunidad que encuentran espontáneamente en el camino.
Como vemos en este tiempo de Cuaresma, el mismo Jesús fue empujado por el Espíritu al desierto a discernir voces y propuestas que intentaban redireccionarle hacia un mesianismo eficaz política y socialmente. Y ahí, solo, en diálogo con su Abba, vio los pasos a dar y dejó emerger al profeta en él.
Voy comprendiendo que la madurez en la vida consagrada se adquiere paso a paso, sin grandes manifestaciones, pero sin lugar a dudas, con una escucha atenta, constante y fiel a la Palabra.
Cada planta necesita su maceta para desplegarse. Y, hay personas que tienen el don de preparar maceteros para que diferentes plantas crezcan dentro del variado jardín de la vida consagrada.
Por eso agradezco a la religiosa que, después del Concilio Vaticano II, donde participó como oyente, tuvo la osadía de ser fiel a su conciencia. Movida por las directrices de los padres conciliares para la reforma de la vida consagrada, lanzó un proyecto de comunidad junto con otras hermanas en Estados Unidos.
Ese proyecto iba dirigido a aquellas mujeres que ya no podían seguir en su congregación y que no se sentían convocadas a participar del interminable proceso de aggiornamento o "puesta al día" de la vida consagrada.
Lilliana Kopp se preguntaba: "¿A dónde van?". Y, desde esa experiencia de pérdida y duelo, un grupo de hermanas de diferentes congregaciones propuso un camino abierto, amplio, ecuménico y en igualdad.
Fueron cientos las que se unieron. Muchas ya fallecieron, pero otras seguimos aquí, tratando de escuchar la voz del Espíritu y apoyando a cada hermana para que desarrolle al máximo sus talentos.
Un aspecto de mi comunidad, Sisters For Christian Community, que me conmueve es su apertura a hermanas en transición que no tienen claro el siguiente paso, pero que, mientras tanto, pueden ser acompañadas por una comunidad.
También esa generosidad puede ser profética.
¡Feliz Cuaresma hermanas!