Por una vida religiosa femenina más protagonista

Comentario al Evangelio de la fiesta de la Presentación del Señor

La Presentación en el Templo, pintura de Luis de Morales, 1562. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)

La Presentación en el Templo, pintura de Luis de Morales, 1562. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)

Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

«Y, cuando llegó el día de su purificación, de acuerdo con la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentárselo al Señor, como manda la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor; además ofrecieron el sacrificio que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones. Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo. Le había comunicado el Espíritu Santo que no moriría sin antes haber visto al Mesías del Señor. Conducido, por el mismo Espíritu, se dirigió al templo. Cuando los padres introducían al niño Jesús para cumplir con él lo mandado en la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu palabra, puedes dejar que tu sirviente muera en paz porque mis ojos han visto tu salvación, que has dispuesto ante todos los pueblos como luz para iluminar a los paganos y como gloria de tu pueblo Israel". El padre y la madre estaban admirados de lo que decía acerca del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, la madre: "Mira, este niño está colocado de modo que todos en Israel o caigan o se levanten; será signo de contradicción y así se manifestarán claramente los pensamientos de todos. En cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón". Estaba allí la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad avanzada, casada en su juventud había vivido con su marido siete años, desde entonces había permanecido viuda y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo noche y día con oraciones y ayunos. Se presentó en aquel momento dando gracias a Dios y hablando del niño a cuantos esperaban la liberación de Jerusalén. Cumplidos todos los preceptos de la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y el favor de Dios lo acompañaba» (Lucas 2, 22-40).

Este domingo coincide con la fiesta de la Presentación del Señor al templo, día en que también se celebra la Virgen de la Candelaria y la Jornada Mundial de la Vida consagrada que instituyó Juan Pablo II en 1997.

En el Evangelio de hoy se nos presenta a la familia de Jesús cumpliendo con las prescripciones de su tiempo y cómo, en ese devenir histórico, Jesús va creciendo y llenándose de sabiduría. Pero lo más importante del relato está en que no son los sacerdotes del templo los que van a decir algo de Jesús, sino dos personajes externos al templo, un hombre y una mujer, como acostumbra, muchas veces, el evangelista Lucas en sus relatos.

"La vida religiosa femenina también puede levantar mucho más la palabra. Nadie niega de su servicio generoso, pero es un servicio que no siempre es valorado ni reconocido para ocupar puestos de decisión": teóloga Consuelo Vélez

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El primer personaje, el anciano Simeón, se refiere a Jesús como "luz del mundo", reconociéndolo como la salvación que ha llegado en ese pequeño niño. Pero, al mismo tiempo, Simeón dice que será signo de contradicción y esa realidad afectará a todos los que se disponen a reconocerlo como luz del mundo. De ahí que le diga a María que "una espada le atravesará el alma". Conviene aclarar que María encarna el discipulado al que todos los cristianos estamos llamados y, por tanto, esas palabras también se aplican a todos nosotros y no solo al sufrimiento callado y resignado que se ha adjudicado a las mujeres, comenzando con la Virgen María. La salvación que trae Jesús ilumina la realidad para ayudarnos a discernir los signos del Reino y ponerlos en práctica, asumiendo el rechazo y resistencia que estos producen.

Este texto puede ayudar a una reflexión para la vida consagrada que ha de ser la testigo de Jesús como luz del mundo, sin temor a vivir la contradicción que despertaría si hay coherencia y fidelidad a los valores del Reino. Toda renovación que se piense para la vida religiosa ha de ir en fidelidad a la propuesta de Jesús, con valentía y audacia.

La segunda parte del texto se refiere a la profetisa Ana, la cual vale la pena destacar mucho más de lo que dice el texto. Si el evangelista Lucas pone en boca a Simeón palabras explicitas sobre Jesús, de Ana solo dice que "daba gracias a Dios y hablaba del niño". Precisamente esto se tiene que destacar más: es verdaderamente una profetisa que levanta su palabra y habla de Jesús a todos los que están allí. 

Aún falta que las mujeres tomen más la palabra y ocupen lugares donde esa palabra sea respetada, aceptada y valorada. La vida religiosa femenina también puede levantar mucho más la palabra. Nadie niega de su servicio generoso, pero es un servicio que no siempre es valorado ni reconocido para ocupar puestos de decisión, donde la palabra explícita sea indispensable. El papa Francisco ha nombrado a varias religiosas en puestos de responsabilidad en la curia vaticana. Falta que eso sea la práctica normal en la Iglesia, mostrando el lugar que siempre ha debido ocupar la vida religiosa femenina.

Que a la luz de estos relatos que nos trae el Evangelio de hoy, nuestro discipulado se fortalezca y el compromiso con una vida religiosa más significativa para los tiempos actuales se haga realidad.