Imagen de un charrán ártico. (Foto: Pixabay Matthias Kost)
Hace unos días encontré unas notas que tomé del periódico La Vanguardia del año 2017. Veo que sigue fascinándome lo que descubro en ellas de maravilloso y a la vez inadvertido por la mayoría de nosotras. Ahora, a las puertas de Navidad, deseo compartir algunas de esas frases para que ampliemos nuestra mirada y vayamos más allá de los humanos, ya que es todo el Universo quien nace y renace continuamente, y el Espíritu de Dios también está en todo ello.
"… el charrán ártico es capaz de recorrer 90 000 km, pasar 273 días lejos de sus colonias y, pese a encontrarse a miles de kilómetros de su hogar, encontrar siempre su camino de vuelta. El ser humano, si pierde de vista su meta, no es capaz de mantener un rumbo estable más de 8 segundos".
"Los inuits, pueblos que habitan las regiones árticas, establecen puntos de referencia en la tierra para orientarse y componen canciones que les permiten recordar el paisaje. Al cantar, la letra les dibuja el camino en la mente".
"Los vencejos no necesitan descansar y pueden pasar hasta 10 meses en el aire, alimentándose de lo que el viento les trae".
"El cascanueces americano esconde semillas en lugares esparcidos a lo largo de unos 260 km² para sobrevivir al invierno. Un solo pájaro puede esconder más de 30 000 semillas en unos 6000 escondites distintos".
"Cada riachuelo tiene un particular buqué de fragancias que produce en el salmón una impronta antes de emigrar al océano y que luego utiliza como señal para identificar su afluente natal…".
No quiero agobiar con más datos. Simplemente te invito a hacer una lectura orante de esta información, de la Palabra de Dios extendida maravillosamente a lo largo y ancho del planeta. En estos días, con todo lo que se publica sobre guerras que en cualquier momento pueden desatar algo más global, tal vez olvidemos lo esencial.
Los seres que he mencionado, y miles más, saben encontrar el camino de vuelta a casa. Estén donde estén, pasen lo que pasen, vivan lo que vivan en el camino. El retorno está asegurado, está grabado dentro de ellos mismos. Utilizan todos sus sentidos para volver a casa. El objetivo no es solo volver, sino vivir de tal manera que jamás olviden cómo volver.
"Te invito a visualizar tu casa, tu tienda y tu camino de vuelta al espacio sagrado, donde el 'amor' es carne de tu carne, donde gestas vida y la das": Hna. Magda Bennásar
Para mí, este Adviento está siendo esa brújula interior que me reorienta hacia casa, hacia ese lugar de kairós, ese espacio-tiempo de Dios.
¿Qué es casa? Más que unas paredes, que pueden o no existir, volver a casa es estar en contacto con tus raíces profundas, más allá de tu apellido y lugar de origen. Son las raíces de Dios mismo en ti. Volver para nutrirlas y cuidarlas, porque en esta casa soy libre, feliz y estoy cómoda en todas las dimensiones de la vida: física, intelectual y espiritualmente.
Volver a casa es saber descubrir las semillitas, las canciones, los vientos, los aromas y los colores que, al percibirlos, sabes que hablan de tu camino, de lo tuyo. Sabes que gracias a todo ello eres quien eres y estás en casa, y sabes cómo volver a ella. Esa casa es tu vida, tu 'vida', y tú la diseñas, construyes, reparas, decoras, y quitas alarmas y cerrojos para convertirla en una 'tienda' de acogida en tu desierto y en el de tantas personas en desiertos inhóspitos.
Tu casa, es tu nido, tu espacio, el lugar donde convocas a los que amas, a los que cuidas, curas y mimas. De la misma manera, este lugar te mima, cuida y cura, estés donde estés.
Te invito a visualizar tu casa, tu tienda y tu camino de vuelta al espacio sagrado, donde el 'amor' es carne de tu carne, donde gestas vida y la das.
Y no olvides las flores que colorean absolutamente todo, ni el aroma del pan en tu horno, ni te olvides de invitar a los que añoras. Tal vez alguno ya no esté. Invítale a tu casa y dile lo que no le dijiste suficientes veces. Esto se llama hospitalidad contigo misma.
Durante estas semanas, muchos y muchas de nosotros estaremos expectantes por vivir una Navidad más real, que penetre en la fibra social con sus canciones de paz y sus largas noches de oscuridad, que nos invitan a estar en casa, que nos 'invitan a invitar', acoger y escuchar.
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Recuerda: nunca se viene abajo nuestra casa, solo cuando dejamos de habitarla.Así nos lo enseñan los místicos. Sabiduría de siglos, sabiduría del planeta que nos descubre desplazados y nos obliga a regresar a casa. Lo hacen también los insectos, las aves, los Inuits o esquimales, quienes encuentran el camino con cantos, semillas, tiempo para estar en familia, para cocinar, para orar y dialogar. Si apagamos todos los aparatos, encontraremos algún momento para simplemente 'estar'.
Y también debemos darnos tiempo, con inteligencia intuitiva, para preguntarnos, si algo me inquieta: "¿No estoy cómoda en casa?". Si no logras encontrar ese hueco, sigue el cosquilleo, síguele el rastro a la tristeza, a la añoranza. Saca lo que te inquieta al sol, a la luz, míralo despacito, a la cara. Ponle nombre y sigue el camino a casa.
En el camino de regreso, recoge las semillas, ábrete a los vientos que te nutren y, como el salmón, recuerda la impronta que te dejó tu riachuelo natal. Acoge ese momento de volver como una bendición. Tú decides el sendero de vuelta.