Imagen de Nuestra Señora del Rosario esculpida en barro por Raul Reynoso en la prisión de Jujuy, Argentina, exhibe las características de las mujeres aborígenes de este pueblo que viven en la Puna argentina. (Foto: cortesía Pamela Luna)
¿Qué significa encontrar un hogar espiritual en medio de la incertidumbre? En mi pequeña comunidad en el norte de Argentina, María se ha convertido en un faro de esperanza en los momentos más oscuros. Cuando la jornada se vuelve abrumadora, miro a María, la mujer pequeña y fuerte que con su 'sí', cambió la historia. Ella, capaz de guardar todo en su corazón, me inspira y me anima a seguir. Mi camino no ha sido fácil, pero María ha sido siempre mi fiel compañera.
Llegué aquí como hermana de la congregación Nuestra Señora del Rosario de Buenos Aires, con 10 años de consagración y muy feliz por el camino recorrido. He servido como misionera, animadora de comunidad, maestra de postulantes, representante legal de colegios y consejera general. La Virgen del Rosario, mi 'madre' desde la raíz, fue quien me formó. En uno de los colegios de las hermanas nació mi vocación y abracé los pilares de la espiritualidad: Cristo como centro, María del Rosario como madre y un amor preferencial hacia los más pobres.
En enero de 2012, llegamos a esta misión con el sol abrasante y el calor constante. Los niños fueron los primeros en recibirnos con sonrisas. La pobreza en este lugar era evidente, pero la esperanza renacía, libre y pequeñita, en cada rincón. No imaginaba entonces el impacto que esta misión tendría en mi vida consagrada. Con el tiempo, las experiencias y los desafíos fueron moldeando mi corazón y preparándome para un nuevo llamado que no podía ignorar: dejarlo todo y empezar de nuevo. En este proceso de discernimiento, María estuvo a mi lado, dándome fuerza. El rosario y el evangelio de los pobres fueron mi escudo en cada paso.
"La esperanza no es pasiva; es activa, como el salto confiado de un niño hacia los brazos de su madre. María vivió esa esperanza, y su ejemplo me impulsa a seguir, celebrando lo que hay y confiando en lo que vendrá": Hna. Elsa Porcario
En 2017 inicié un nuevo camino de consagración, pasando de la Hermanas del Rosario a la Fraternidad de Servidoras de los más Pobres. Esta pequeña comunidad, marcada por la austeridad, la sencillez y el servicio a los más excluidos, nació del deseo de escuchar los clamores de la gente. Experimenté en carne propia la fuerza redentora de perder para ganar. Anclé mi vida consagrada aquí y quemé mi barca en un salto de fe. Este camino me ha hecho abrazarme a lo desconocido, a la incertidumbre y la falta de reconocimiento. En el regazo de María encontré consuelo y fortaleza en noches oscuras, y a través de ella recibí el impulso para responder al nuevo llamado de Dios para mi vida.
Al igual que muchos, he atravesado momentos de miedo, incertidumbre, soledad y desánimo. Sin embargo, al mirar a María veo a una mujer que atravesó todo lo que Dios dispuso en su camino sin desfallecer. Cuando me siento en la oscuridad, regreso a ella y encuentro la esperanza que me impulsa a seguir. Su 'sí' me anima a decir 'sí' cada día, amando sin saber lo que vendrá, confiando en la fuerza de la oscuridad que gesta.
María me inspira y sostiene. Su pequeñez y su vida cotidiana reflejan el inmenso poder de Dios. Me enseña a transformar lo humilde en un terreno fecundo para la esperanza. Al mirarla, aprendo a vivir en el amor, a confiar y esperar, incluso cuando todo parece adverso.
Recuerdo un día, mientras trabajaba con las hermanas en un proyecto para celebrar el Día de las Infancias en una comunidad wichí, donde realizamos nuestro servicio pastoral. La idea era encontrar un padrino que pudiera regalarle un juguete a cada niño, además de brindarles juegos y un refrigerio. En ese momento, me acerqué a María en una imagen que nos acompaña: María pequeñita, hecha de barro, morena, con los rasgos de las mujeres del lugar, con el niñito en brazos y un rosario diminuto entre sus manitas. 'Nuestra Madrecita', moldeada por manos de hombres privados de libertad, soñada especialmente para ser patrona y compañera de camino de nuestra pequeña comunidad. La contemplé en su humildad, recordándome confiar, creer y esperar lo imposible. Con asombro, vi cómo la gente comenzó a llegar, cada gesto de amor y solidaridad hizo posible el milagro: un padrino, un juguete, un amigo y más de 150 sonrisas que iluminaron ese día. Desde entonces, podemos repetir este gesto cada año, y más personas se animan a compartir.
Recuperar la esperanza en las temporadas donde siento que me faltan fuerzas es esencial para seguir adelante. Mi corazón se llena de desconcierto e impaciencia cuando los tiempos y ritmos de Dios no coinciden con los míos. Me pregunto si mis pasos son los que Dios realmente espera, si esta propuesta esconde la novedad que marca la diferencia. Y entonces vuelvo a María, la mujer que con su 'sí' no solo abrazó una misión divina, sino que también aceptó la fragilidad humana. Ella me recuerda que el amor y la fe me indicarán el camino, y que Dios no busca perfección en mí, sino un corazón dispuesto a ser transformado.
El ejemplo de María al vivir la esperanza me desafía constantemente como consagrada. A pesar de la oscuridad, confiaba en las promesas de Dios y nunca dudó de que Dios cumpliría su palabra. Guardando en su corazón cada detalle de lo vivido, se ha convertido en mi maestra, enseñándome que todo, incluso lo incomprensible, forma parte del plan de Dios. Cada experiencia en mi vida es como una pieza de un rompecabezas que, en el tiempo de Dios, encontrará su lugar. La esperanza de María enciende la mía. Su espera activa, llena de fe y amor, me invita a creer que vale la pena esperar contra toda esperanza.
En este camino, he aprendido que la esperanza no es pasiva; es activa, como el salto confiado de un niño hacia los brazos de su madre. María vivió esa esperanza, y su ejemplo me impulsa a seguir adelante, celebrando lo que hay y confiando en lo que vendrá.
Te invito a mirar a María en tu vida cotidiana, a dejarla acompañarte en cada desafío y caminar a tu lado para enseñarte a confiar. Al igual que ella, confía, mantén una memoria agradecida y cree que toda historia tiene un final feliz en las manos de Dios. En medio de las pruebas, María nos recuerda que el amor sostiene la espera y que cada acción realizada con fe puede convertirse en un signo del reino de Dios.