
El Buen Samaritano, óleo de Jacobo Bassano, entre 1562 y 1563. (Foto: Wikimedia Commons/dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

«A ustedes que me escuchan yo les digo: amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian; bendigan a los que los maldicen, recen por los que los injurian. Al que te golpee en una mejilla, ofrécele la otra; al que te quite el manto no le niegues la túnica. Da a todo al que te pide, al que te quite algo no se lo reclames. Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a sus amigos. Si hacen el bien a los que les hacen el bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores lo hacen. Si prestan algo a los que les pueden retribuir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan para recobrar otro tanto. Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados. Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados. Perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida generosa, apretada, sacudida y rebosante. Porque con la medida que ustedes midan serán medidos» (Lucas 6, 27-38).
El domingo pasado comentábamos el texto de las bienaventuranzas, considerado el programa del Reino de Dios anunciado por Jesús. El Evangelio de hoy continúa profundizando esas actitudes que han de caracterizar a los seguidores de Jesús y tienen como fundamento el cómo es Dios: "Sean compasivos como el Padre de ustedes es compasivo".
"Porque se experimenta ese amor de Dios Padre/Madre que supera toda expectativa, surge la actitud de responder con ese mismo amor a todos los semejantes": teóloga Consuelo Vélez
Precisamente, porque nuestro Dios desborda en 'misericordia y compasión', los hijos e hijas de este Dios están llamados a vivir el amor con la gratuidad y la generosidad que el amor de Dios conlleva. Por lo tanto, no hay que entender este texto como asumir una actitud de resignación, de perdedor o de dejarse violentar por los otros. A primera vista podría entenderse así ya que literalmente dice que al que te golpee en una mejilla, le ofrezcas la otra, o al que te quite el manto le des también la túnica. El sentido de esos ejemplos es la generosidad que se pide a los cristianos, creyendo firmemente que el mal se vence a fuerza de bien.
En efecto, hacer el bien a aquellos que te aman y que amas es bastante fácil. Pero lo difícil es amar a los que no te aman, hacer el bien a aquellos que te han hecho mal, dar más de lo pedido a aquellos que te lo niegan todo. Por eso, la pregunta que hace Jesús a los suyos: ¿qué mérito tienen si hacen lo que hacen todos?, nos interpela profundamente y nos pide revisar si nuestros criterios son los de la mayoría de la gente que da cuando le conviene, que favorece solo a los suyos o que responde a la lógica de las leyes establecidas, pero sin ir más allá. La vida cristiana está llamada a hacer todo eso, pero también mucho más.
El texto finaliza con los frutos de ese amor al estilo de Dios: "Recibirán una medida generosa, apretada, sacudida, rebosante". Es decir, porque se experimenta ese amor de Dios Padre/Madre que supera toda expectativa, surge la actitud de responder con ese mismo amor a todos los semejantes. El amor cristiano, por tanto, es fruto de experimentar el amor de Dios y compartirlo con alegría y generosidad. Nuestras sociedades están necesitadas de más generosidad, de más compasión, de más misericordia, de más compromiso fraterno/sororal. Las palabras de Jesús en este domingo nos llaman a ser testigos de la lógica del Reino, de la lógica del verdadero amor, ese mismo amor de Dios que nos amó y "hasta el extremo" (Jn 13, 1).