
Cristo y la mujer adúltera, óleo sobre tabla de Pieter Brueghel el Viejo, 1565. (Foto: Wikimedia Commons/obra de dominio público)
Nota de la editora: Global Sisters Report en español presenta Al partir el pan, una serie de reflexiones dominicales que nos adentran al camino de Emaús.

«Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio de todos dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno", le dijo Jesús. "Vete, no peques más en adelante"» (Juan 8, 1-11).
Nos encontramos con este texto de Juan que casi siempre, al comentarlo, se pone el énfasis en el adulterio y la misericordia frente a los que son sorprendidos en tal situación y, sin embargo, no es este el mensaje más importante del pasaje.
Cabe anotar, antes de seguir comentando, que solo está acusada la mujer y es legítimo preguntarse, ¿qué pasó con el varón que estaba con ella? Los dos tuvieron que ser sorprendidos en el adulterio; pero, como es común en las sociedades patriarcales del tiempo de Jesús y aún en las nuestras, estos pecados sexuales se consideran graves en las mujeres y ni se cuestionan en los varones.
Es urgente seguir trabajando por quitar ese estereotipo femenino que hizo a las mujeres causa del pecado del mundo, por la seducción que erróneamente se interpretó como causada por ella desde el libro de Génesis.
"Como es común en las sociedades patriarcales del tiempo de Jesús y aún en las nuestras, estos pecados se consideran graves en las mujeres y ni se cuestionan en los varones": teóloga Consuelo Vélez sobre el pasaje de la mujer adúltera
Pero volvamos al texto. En este caso es muy importante el contexto. Son los escribas y fariseos los que están probando a Jesús, los que buscan hacerlo caer para que el pueblo, que ya le sigue, deje de hacerlo. La pregunta que le hacen es sobre la Ley de Moisés, que manda apedrear a quien sea sorprendido en adulterio. Si Jesús dice que la ley no se aplica en ese caso, estaría atentando contra una de las instituciones sagradas de Israel; y si manifiesta su aprobación, no tendría más remedio que ponerla en práctica.
Sin embargo, Jesús sabe interpelar a los presentes con una afirmación que rompe con la respuesta que se espera de él. Primero se pone a escribir en el suelo, como dejando pasar el tiempo para no caer en la trampa, y después, ante la insistencia, dice que 'quien esté libre de pecado, tire la primera piedra'. Esta frase, 'tirar la primera piedraq, aparece en el libro del Deuteronomio (13, 10), aludiendo a la costumbre judía de que el acusador tira la primera piedra a quien considera idólatra y después lo hace todo el pueblo. De esa manera si el acusador no tuviera razón, la sangre del apedreado caerá sobre él y no sobre todo el pueblo. Pues bien, con esa afirmación Jesús logra superar la pregunta hecha por los escribas y fariseos porque, uno a uno, se van retirando al escuchar la respuesta de Jesús.
La escena concluye con el diálogo de Jesús con aquella mujer —otra actitud sorprendente en Jesús, porque no debía ser bien visto que un judío hablara con una mujer pecadora, como tampoco con una samaritana (Jn 4, 9)— haciéndole caer en cuenta de que nadie la acusa y, por tanto, puede comenzar de nuevo, puede restituir su vida.
Con este pasaje, en el último domingo de Cuaresma, se nos abren las puertas a lo que celebraremos en la Semana Mayor: el Dios del amor incondicional, de la salvación y no de la condenación, se hará presente en la resurrección de Jesús como respuesta a su fidelidad, aunque esta le haya llevada a la crucifixión. La muerte será vencida por la vida; la fidelidad confirmada por el amor infinito de nuestro Dios.