Brote de higuera. (Foto: Pixabay)
«Mas por estos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo. De la higuera aprendan esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sepan que el verano está cerca. Así también ustedes, cuando vean que sucede esto, sepan que Él está cerca, a las puertas. Yo les aseguro que no parará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre» (Mc 13, 24-32).
El Evangelio de hoy es preciso entenderlo en el contexto del final de la vida de Jesús y del lenguaje apocalíptico utilizado. Precisamente, este lenguaje sirve para expresar los momentos límites, aquellos en los que es indispensable una intervención de Dios mismo porque las condiciones humanas ya no tienen ninguna salida.
La inminente muerte de Jesús es un momento límite porque se esperaba que se entendiera su mensaje, pero no estaba sucediendo así. No solo su mensaje es rechazado, sino que Él mismo será entregado y asesinado. Por eso Jesús quiere mostrarles a los suyos que la tribulación presente no es la última palabra, porque el Hijo del hombre vendrá de nuevo y la plenitud de los tiempos será una realidad. Por supuesto no hay que tomar al pie de la letra las figuras utilizadas en este género literario. Todas están al servicio del mensaje escatológico (sobre los últimos días) que se está comunicando.
"Es urgente comprender el momento presente para descubrir los signos del reino. Solo así la plenitud que esperamos se irá haciendo realidad, siempre en la tensión del final de los tiempos que solo Dios conoce": teóloga Consuelo Vélez
En la segunda parte del Evangelio, el lenguaje y la comparación se hacen mucho más cercanas a la comprensión común. Jesús usa el ejemplo de la higuera, planta que seguramente conoce bien ese pueblo campesino, para mostrarles que de la misma forma en que ellos pueden ver que crecen las hojas y que eso anuncia el verano, también pueden entender el significado de lo que están viviendo y reconocer lo que se va cumpliendo del reino y lo que se realizará plenamente, aunque no sepan cuándo, ni cómo, porque esto solo Dios lo sabe.
Estas palabras, por supuesto, se nos dicen a nosotros como una invitación a interpretar nuestro momento presente en el que tantas dificultades nos hacen dudar de la eficacia del Evangelio y de su pertinencia actual. No son tiempos fáciles para la Iglesia, porque más y más personas se alejan de ella. No son tiempos fáciles para la vida consagrada, porque las vocaciones son escasas. No son tiempos fáciles para las mujeres, porque la institución no abre sus puertas para su participación plena. Así podríamos seguir enumerando otros tiempos difíciles que vivimos hoy. Pero la solución no es solo la confianza total en que Dios tiene la última palabra, sino la necesidad de entender lo que pasa, de interpretar la realidad que vivimos.
Las razones de estos tiempos difíciles no solo están en el secularismo, el materialismo o el individualismo que, de hecho, se dan en la sociedad; también están en las estructuras caducas de la institución eclesial, en la poca creatividad de la vida consagrada para actualizarse y, especialmente, de la vida femenina para incorporar en su formación y organización las nuevas maneras de ser mujer que hacen posible su dignidad y participación plena en los espacios públicos.
En otras palabras, es urgente comprender el momento presente para descubrir los signos del reino y la manera de realizarlos. Solo así la plenitud de los tiempos que esperamos se irá haciendo realidad, siempre en la tensión escatológica del final de los tiempos que solo Dios conoce.