(Foto: María E. Méndez O.)
A pocos días de su fallecimiento el 22 de octubre de 2024, recuerdo el verano de 2014, cuando cursaba mi maestría en Boston College, en Massachusetts, Estados Unidos, y una de mis grandes alegrías fue saber que tendría como profesor al padre Gustavo Gutiérrez. Conocía entonces muy poco sobre él y la teología de la liberación, de la cual escuchaba cosas negativas, casi prohibidas, que habían llegado hasta el Vaticano. Ya en clase, comprendí que uno de esos malentendidos era la idea de que la teología de la liberación enfrentaba a los pobres contra los ricos, algo que jamás escuché decir al padre Gustavo. Al contrario, la teología de la liberación, inspirada en el Evangelio, busca liberar al ser humano de sus propias opresiones —dispuestas como círculos concéntricos— para transformar las estructuras sociales, políticas, económicas y religiosas.
Estar en su clase fue un privilegio. Ver a Gustavo, un hombre de baja estatura, notablemente enfermo, pero alegre, sabio y libre, me hizo admirarlo y verlo como un gigante en la fe y en la acción en favor de los desfavorecidos. Descubrí que sus dolorosas experiencias, que a veces lo marginaron de la Iglesia, lo hicieron fuerte y digno de admiración. Cuando hablaba de sus vivencias con los pobres, sus ojos se iluminaban; sus palabras eran elocuentes y convincentes, aunque contrastaban con la imagen de una sociedad consumista en Estados Unidos y con la pobreza causada por la mala distribución de recursos en Centroamérica, lo cual nos cuestionaba como estudiantes.
En la clase lo acompañaba James B. Nickoloff, quien impartiría la clase cuando el padre Gustavo se cansara, ya que el curso era intensivo y de dos semanas. Sin embargo, el padre Gustavo raramente le cedía el turno; una vez que comenzaba a hablar, se extendía sin pausa. Recuerdo que daba la clase sentado, y un día dijo: “Me voy a poner de pie, porque siento que sentado las ideas no me fluyen de la misma manera”. En efecto, al hacerlo se veía su energía, entusiasmo, convicción y amor por los pobres.
"Ver a Gustavo [Gutiérrez], un hombre de baja estatura, notablemente enfermo, pero alegre, sabio y libre, me hizo admirarlo y verlo como un gigante en la fe y en la acción en favor de los desfavorecidos": Hna. María Elena Méndez Ochoa
En su clase pude ver su capacidad de perdón, su sencillez y humildad. Fue una figura influyente en la Iglesia y en la sociedad, un elemento de transformación, no de masas sino uno a uno, en comunidades y en el tejido estructural de la sociedad. Sin duda, fue un "defensor incansable de la opción preferencial por los pobres" ante la justicia social y eclesial.
Como bien ha dicho Silvia Cáceres Frisancho, directora y coordinadora del área de reflexión teológica del Instituto Bartolomé de las Casas: "Su muerte es una gran pérdida para la Iglesia latinoamericana, caribeña y universal. Gustavo nos deja su gran legado: una teología nacida de la vida misma, desde la opción preferencial por los pobres y una herencia que nos invita a seguir comprometidos con los excluidos de nuestras sociedades". Gustavo Gutiérrez fue y seguirá siendo un profeta de nuestro tiempo.