El sexto día: una voz, una comunidad

(Unsplash/Chris Anderson)

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por Magda Bennásar

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El sexto día de nuestra vida llega cuando reconocemos que hay algo inacabado en nosotras y en nuestro entorno, en la manera de vivir y convivir. Es entonces cuando se nos invita a 'subir' al monte con algunos miembros de la comunidad, como hizo Jesús con sus discípulos en Mt 17, 1-9.

Subimos y hacemos distancia del ajetreo diario; subimos para tomar perspectiva y acoger la experiencia que se nos ofrece.

El sexto día precede al sábado en el calendario judío. Es la víspera del Sabbath, el día en que se celebra el final de la creación y el descanso celebrativo de Dios por haber completado su obra. El sexto día es el que nos ocupa hoy, y es en ese día que precede al Sabbath cuando ocurre algo en el monte.

Seis días después de que Jesús tratara a Pedro como enemigo del reino (Mt 16, 23), porque no entendía el mesianismo por el que Jesús iba optando, paso a paso, les dice a  sus seguidores que cargar con la cruz no es aceptar lo que nos viene, sino asumir las consecuencias de seguirlo. Luego, Jesús los lleva a un monte alto y apartado, indicando que la experiencia será de gran envergadura en el lugar de encuentro con Dios, y exclusiva, aunque no excluyente, ya que se da en comunidad.

Y en el monte, Jesús les demuestra la realidad y calidad de una vida que supera la muerte. Y lo hace proporcionándoles una experiencia durante la cual aparece una nube, símbolo de la presencia divina, desde la que se oye una voz: "Este es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadlo" (Mt 17, 5). Estas palabras nos evocan la experiencia del bautismo de Jesús. La diferencia fundamental es que en el bautismo es Jesús quien las escucha, y en esta escena las escuchan los discípulos, y a través de ellos todas nosotras.

"El mundo necesita el Evangelio, respuesta a todos los problemas sociales que empiezan y terminan en el ego. (…) Hace falta un encuentro personal y comunitario con Jesús resucitado y con las personas a las que nos envía": Hna. Magda Bennásar

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(Courtesy of Magda Bennásar)

Ante una experiencia importante, sobre la que no tenemos control, siempre reaccionamos con miedo. Este miedo desaparece cuando Jesús nos toca (Mt 17, 7) como tocaba a enfermos y muertos, devolviéndoles salud y vida. El miedo produce la raíz de diferentes enfermedades que Jesús irá sanando a lo largo del camino: la ceguera que dificulta seriamente discernir el camino del discipulado; parálisis, que nos impide movernos en su dirección; y la muerte, causada por la inanición de un alimento auténtico.

En el texto, en el momento en que aparece la voz, la visión se diluye, indicando que la narración es una puesta en escena para resaltar la voz a través de la que se nos revela su identidad: "Este es mi hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadlo".

Por experiencia propia y al observar a muchas personas en retiros y acompañamiento espiritual, puedo afirmar que estas palabras provocan reacciones muy distintas.

La mayoría de nosotros decimos: "Claro, Jesús es el Hijo". Sin embargo, la dificultad comienza precisamente porque en este texto, a diferencia del relato del bautismo donde se nos dice que Jesús escucha estas palabras, aquí es la comunidad creyente y fiel, aún con sus dudas y mediocridades, quien las escucha. Esta comunidad está representada por los tres discípulos que acompañan a Jesús en el monte alto.

Estas palabras nos indican que es a él a quien debemos escuchar, indicando que se ha superado el Antiguo Testamento. Jesús se convierte en el maestro que nos comunica una nueva relación con Dios. Esa nueva relación es filial, personal, cercana y amorosa.

Estas palabras también sugieren que cualquier imagen, experiencia o comunicación de un dios que no encaja en este patrón no es el dios de Jesús.

Jesús les comunica su experiencia más íntima para que al compartirla pudieran participar de ella y hacerla suya. Este dios es tu Dios. Hoy tú eres el hijo y la hija amada a quien hay que escuchar.

El mundo necesita el Evangelio, porque este es la respuesta a todos los problemas sociales que empiezan y terminan en el ego. A la comunidad cristiana le falta 'el primer anuncio', como nos decía un obispo preocupado por alinear su diócesis para que todo empiece de nuevo, renovando las raíces. Hace falta un encuentro personal y comunitario con Jesús resucitado y con las personas a las que nos envía.

La pregunta que surge desde las entrañas es si tenemos algo que decir para realizar ese anuncio. Tal vez la mayoría responderíamos que sí, y me incluyo. Sin embargo, es posible que no sepamos cómo, porque creemos que, al tratarse de una experiencia íntima y personal, no deberíamos compartirla más allá de decir que nos da vida. Además, muchos sienten complejos por no tener formación en teología o estudios serios en Biblia y piensan que no tienen autoridad para hablar.

Como indican muchos y muchas maestras en espiritualidad, estamos debilitados por falta de soledad-silencio y por falta de conexión con la naturaleza.

En el hemisferio norte, este texto nos llega en plenas vacaciones para la mayoría, y creo que es una oportunidad para sacarle el jugo a esas palabras. Se nos invita a subir al monte alto, a buscar un rincón en la naturaleza donde, acompañados por el silencio que nos habla a través del mar, los sonidos del campo o del bosque, nos dejemos acompañar por esa Palabra. Tantas veces decimos que no la entendemos, pero hoy, si queremos, puede darle un vuelco a nuestra vida. "Tú eres mi hija, mi hijo amado. Escuchadle", dice Jesús sobre nuestra vida.

Tal vez pienses que a ti no te escuchan, que los hijos, los alumnos o la Iglesia-institución no va por ahí. Te invito a escucharle primero a él, porque luego sí tendrás algo importante que decir. Tal vez simplemente compartirás que el silencio te da vida, que su Palabra te dignifica, que sientes una fuerza renovada, aunque sigues con el duelo, la enfermedad, la soledad o con miedos paralizantes.

Cuando le escuchamos, poco a poco va desapareciendo el miedo y con él, la ceguera, la parálisis, la mudez y la anemia. Y entonces empieza el descenso. Sí, porque la experiencia se da entre la subida y el descenso. El descenso es volver a la vida cotidiana pero ahora con la experiencia profunda de saberte hija.

Tal vez ahora sí tengas algo que decir. ¡Te escuchamos!

Y así comienza el día séptimo, cuando todo está completo. Tú estás completa, y la comunidad se alegra. Tu entorno cambia y tú tienes más energía porque eso de ir al monte con Jesús y la comunidad abre el apetito y devuelve el color a tus mejillas. Ahora te sientes más capaz de actuar desde dentro, sin cobardía. Ya eres capaz de tomar esa decisión un poco drástica con sabor a Evangelio y de compartir un poco más, y de comprometerte sin compararte…

Habrá día séptimo si asumimos el sexto.

Buen tiempo de descanso. Feliz día séptimo en tu vida.