El Día de Muertos nos recuerda que el amor no tiene fin

(Foto: Unsplash)

por Blanca Alicia Sánchez Olvera

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Vivimos en un mundo globalizado y digital donde la comunicación virtual ha llegado a todos los rincones de la tierra. En este sentido, podríamos decir que las relaciones interpersonales han pasado a un segundo plano y que preferimos conectarnos a una pantalla en lugar de conectar con el corazón de los demás.

Sin embargo, el ser humano necesita vitalmente relacionarse con otras personas de forma íntima y profunda, pues hemos sido creados para establecer lazos significativos de amor y amistad que trascienden la muerte. Prueba de ello son las innumerables culturas que, en sus tradiciones, reflejan el significado de un amor eterno.

En la cultura mexicana en particular, vemos la manifestación de este anhelo en una de sus fiestas más queridas, el Día de Muertos, que tuvo lugar el pasado 2 de noviembre. La fecha se convierte en un día para honrar y recordar a los seres queridos que han fallecido y que regresan a sus hogares para visitar a sus familiares y amigos que los recuerdan. Es una celebración muy especial que refleja el fascinante anhelo humano de establecer lazos de amor, aun cuando las personas ya han muerto.

En tiempos prehispánicos, los aztecas ya celebraban el Día de Muertos. Posteriormente, con la llegada del catolicismo, esta festividad pasó a celebrarse el 2 de noviembre, en el Día de los Fieles Difuntos.

"La celebración del Día de Muertos me invita a reflexionar sobre los lazos que me unen a quienes ya no están. En cada altar y vela encendida, siento esa conexión con quienes me han precedido y sigo honrando su memoria": Hna. Blanca Alicia

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Figura emblemática del Día de Muertos: la Catrina, símbolo de una persona pobre que intenta aparentar ser rica de forma cómica. Esta representación es una tradición en estas fechas y adorna las calles. (Foto: cortesía Nash)

Figura emblemática del Día de Muertos: la Catrina, símbolo de una persona pobre que intenta aparentar ser rica de forma cómica. Esta representación es una tradición en estas fechas y adorna las calles. (Foto: cortesía Nash)

Yo crecí celebrando el Día de Muertos y aún recuerdo cómo nos reuníamos en familia para elaborar los altares de muertos, que consisten en formar una especie de escalera con varios niveles, y en cada unos de ellos se colocan retratos de los familiares que han fallecido; además, se adornan con figuras hechas de papel picado en colores anaranjado o amarillo.

Actualmente, esta tradición sigue viva, aunque la elaboración de los altares de muertos varía según los estados de México y las costumbres de cada familia. Sin embargo, algo que no puede faltar en un altar de muertos mexicano son las flores de cempasúchil, de color amarillo y naranja, propias de esta época del año y originarias de México. Sus pétalos se esparcen al pie del altar, trazando un camino con una cruz al final que simboliza el camino que guía a los difuntos en su regreso a casa. Las flores de cempasúchil son símbolo del amor sin condiciones y eterno.

También se colocan velas junto a los retratos de familiares y amigos que han fallecido para que la luz ilumine su viaje y los guíe en su retorno a los hogares que visitan. La parte más especial de los altares de muertos son los platillos de comida preparados con alegría y gratitud en honor a los seres queridos. Por supuesto, en los altares no pueden faltar bebidas como café con canela, atole y chocolate, entre otras.

Este noviembre, la celebración del Día de Muertos ha tenido un significado único y especial en mi vida misionera. Tuve la oportunidad de colocar un altar de muertos con mi familia en el estado de Morelos, México. Observé que mientras se servían los platillos en el altar, se mencionaban los nombres de los familiares fallecidos. No pude evitar recordar a personas que han dejado huella en la historia, como Monseñor Romero, Madre Teresa de Calcuta y el padre Marcelo Pérez, quien murió defendiendo los derechos humanos y la dignidad de los pueblos indígenas.

Experimenté una gran familia en el cielo, más allá de los lazos de carne y sangre. ¿Cómo olvidar a quienes han dejado huella en nuestra vida y en la historia? ¿Cómo no recordar a aquellos que han amado con un amor que sabe a eternidad?

"Esta columna está dedicada a todos aquellos que ya no están y que han dejado semillas de amor y esperanza. En especial, recuerdo al padre Marcelo Pérez, asesinado mientras se dirigía a la iglesia de Guadalupe": Hna. Blanca Sánchez Olvera

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Altar de Día de Muertos en la iglesia de San Aparicio, en el convento de Puebla. El altar, colocado por los feligreses, fue fotografiado por un sacerdote misionero el 2 de noviembre. (Foto: Blanca Alicia Sánchez)

Altar de Día de Muertos en la iglesia de San Aparicio, en el convento de Puebla. El altar, colocado por los feligreses, fue fotografiado por un sacerdote misionero el 2 de noviembre. (Foto: Blanca Alicia Sánchez)

Esta columna está dedicada a todos aquellos que ya no están y que han dejado semillas de amor y esperanza. En especial, recuerdo al padre Marcelo Pérez, párroco de la iglesia de Cuxtitali en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, quien fue asesinado el pasado 20 de octubre mientras se dirigía a la iglesia de Guadalupe. El Padre Marcelo, miembro del pueblo indígena tsotsil, fue un gran activista por la paz y denunció los abusos contra estos pueblos indígenas y la violencia causada por el narcotráfico en la región.

El pueblo mexicano llora su ausencia y atesora su amor por los menos privilegiados. Como sacerdote indígena supo adentrarse en el corazón de su pueblo, luchar por sus derechos humanos y consolar su dolor. Su dedicación a los pobres sigue viva en el alma de su pueblo.

Por ello, la celebración de este Día de Muertos ha sido especial para mí. Siento que nuestra vida consagrada y misionera está marcada por el misterio pascual de Cristo, que nos une al dolor y sufrimiento de los pueblos a los que somos enviadas. Allí, en donde vivimos nuestra misión, creamos lazos que nos hermanan de manera tan profunda que ni la muerte los puede romper.

He comprendido el significado de la celebración del Día de Muertos, como se conoce en México, a la luz de la situación actual de mi país. Aunque vivimos en una realidad de violencia y miedo, nada nos ha podido detener. Tanto en Ciudad de México como en Chiapas, hemos salido a las calles para marchar pacíficamente en protesta contra el asesinato del Padre Marcelo. Muchos de nosotros hemos visitado los panteones e iglesias para honrar a todos aquellos que ya no están, expresando nuestra unión en lazos de comunión y pertenencia que no se han extinguido a través de los siglos.

Es cierto que corremos el peligro de poner en el centro de nuestras vidas el bullicio y el consumismo, pero también es cierto que esta celebración de todos los muertos o fieles difuntos nos ayuda a retornar al corazón, al centro de nuestro ser, y a conectar con el corazón de los demás. Esta celebración religiosa y cultural nos saca de nuestra burbuja y nos conecta con quienes hemos amado en vida y muerte, llevándonos a trascender lo material y conectarnos con todos aquellos que hemos amado y ya han dejado este mundo.

El Día de Muertos y la solemnidad de los fieles difuntos es una sola celebración para la cultura mexicana, donde se hacen realidad las palabras del escritor Gabriel Marcel: "Decir te amo equivale a decir: 'Tú no morirás'". Amamos a las personas y las queremos vivas para siempre.

Esta celebración del Día de Muertos me invita a reflexionar sobre los lazos que me unen a quienes ya no están, más allá de la vida. En cada altar y cada vela encendida, siento esa conexión profunda con quienes me han precedido y sigo honrando su memoria.

Quiero aprender a valorar mis palabras, los gestos de amor que comparto y la manera en que me relaciono con las personas a quienes sirvo en mi misión. Siento la necesidad de volver a mi propio corazón una y otra vez, y beber de ese amor eterno que brota de Jesús de Nazaret, quien sembró semillas de paz y amor en el mundo.

El amor tiene un toque de eternidad que da sentido a cada lágrima y a cada gesto. Recordaré siempre a quienes hicieron el bien; ellos son el faro de luz que guía mi camino y me recuerdan que el amor verdadero no tiene fin.