Hermanas y laicas celebran el día de la Virgen Niña el 8 de septiembre de 2024, compartiendo una misma espiritualidad. (Foto: cortesía Fraternidad Espiritual de la Familia de la Virgen Niña, Montevideo, Uruguay)
El papa Francisco nos recuerda en Gaudete et Exsultate: sobre el llamado a la santidad en el mundo actual que "el Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios…" (n. 6). Sin embargo, muchos piensan que la santidad es algo anacrónico, pasado de moda. La pregunta que tantas personas se hacen, y que a veces me hacen, es: ¿Ser santos hoy es posible? ¿Es algo actual? ¿Es atrayente?
Desde que era adolescente he sentido la atracción de conocer historias de vida de hermanas y hermanos que respondieron a la llamada del Señor, que fueron dóciles a su Espíritu y que se convirtieron en discípulos misioneros de Jesús, apasionados por el Reino. Me fortalece hacer memoria y pasar por el corazón y la oración las dificultades y los misterios de dolor que cada uno de ellos transitó o transita en la entrega cotidiana. Por todos estos 'sí' al amor, me uno a la alegría de tanta santidad en el pueblo de Dios y lo celebro con toda la comunidad de creyentes llamada a la santidad.
Gracias a esta atracción, providencialmente, conocí a santa María Bartolomé Capitanio (1807-1833), fundadora de la congregación a la que el Señor me llamó, las Hermanas de la Virgen Niña. Bartolomea "dispuso solo de veinte años para llegar a ser santa y fundadora. Estuvo en el pensionado de las clarisas de Lóvere, y por un juego sintió revelársele la voluntad de Dios: y se sintió invitada a ser 'santa, gran santa, pronto santa'. Vio que su primer campo de apostolado debía ser la familia; allí también aprendió el misterio de dolor. Luego, se dedicó a la escuela, participó intensamente en la vida de la parroquia, atendió el oratorio y diversas asociaciones juveniles, cuidó a los enfermos y acompañó a las animadoras de otros pueblos. Para estas, como para otras amigas, escribía largas cartas por la noche. Cultivaba amistades. Sentía en ella la claridad y maduración de una idea: 'un instituto totalmente cimentado en la caridad'" (cfr. Cartas de Santa Bartolomea Capitanio, 8 de octubre de 1827).
"Para los laicos, hermanas y hermanos que formamos parte de familias religiosas, la vida de nuestras fundadoras y fundadores es un hermoso testimonio de entrega y fortaleza, y nos muestra que sí es posible ser santos hoy": Hna. Susana Vanni
Santa María Bartolomé Capitanio [1807 - 1833]. (Foto: cortesía archivo Congregación de las Hermanas de la Virgen Niña)
El instituto que soñaba comenzó finalmente el 21 de noviembre de 1832, tras mucha espera y dificultades. El 18 de mayo de 1950 Pío XII la declaró santa junto a Vicenta Gerosa, su primera compañera e intérprete creativa del carisma de fundación.
De Bartolomea aprendo a vivir la santidad en lo cotidiano, como dice Francisco en Gaudete et Exsultate (nn. 6-9): ser uno de esos 'santos de la puerta de al lado' que entregan cada día al Señor los misterios de gozo y dolor. Me identifico con algunos de sus sufrimientos familiares (la muerte de sus hermanos pequeños y la enfermedad de su padre) así como también con algunos de sus gozos, como el sostén y la cercanía de su madre.
Para Bartolomea, tanto las jornadas de retiro o ejercicios espirituales como cada día eran un don de Dios, una oportunidad para renovar la confianza en su presencia providente. La recuerdo en tantos momentos del día, enseñándome a descansar en Él, a escucharlo y a vivir la "bendita caridad con el prójimo que tanto ejercitó Jesús durante todo el transcurso de su vida" (Cartas de Santa Bartolomea Capitanio, 8 de octubre de 1827). Así como animaba a sus amigas, a mí también me llama a la santidad y a renovar mi compromiso de vivir en la presencia de Dios a cada instante.
Cada día es una ocasión para asumir con alegría y entusiasmo el servicio cotidiano que se me confía, en mi caso, colaborar en la administración. Allí descubro también la presencia de Jesús, quien me ayuda a mirar la realidad con nuevos ojos, y me fortalece y me abre el corazón a las muchas necesidades espirituales y materiales de mis hermanos. Aunque quizás no pueda responder personalmente a todas esas necesidades, sé que al tender redes de fraternidad su caridad llega a través de mis hermanas y de aquellos que son dóciles a su invitación. Estoy convencida de que el amor a Jesús nunca va separado de un verdadero amor al hermano.
Me entusiasma también la búsqueda y el gozo de la amistad en la vida de Bartolomea. La contemplo en aquel lejano 1800 disfrutando de la amistad con personas de diversas vocaciones: laicas, sacerdotes y religiosas. Ella me confirma en la certeza de que las amistades profundas, abiertas al bien, tienen siempre como objetivo la santidad. ¡Qué frase tan hermosa escribió a una de sus mejores amigas!: "Ojalá nuestro afecto nos haga llegar a ser santas a las dos" (Cartas de Santa Bartolomea Capitanio, a Mariana Vértova, 22 de abril de 1825).
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Por estas experiencias anteriores acogí con gratitud y gozo la belleza de la Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate: sobre el llamado a la santidad en el mundo actual. En el número 2, el papa Francisco nos dice: "Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió "para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor" (Ef. 1,4)
Creo que para los laicos, hermanas y hermanos que formamos parte de familias religiosas, la vida de nuestras fundadoras y fundadores es un hermoso testimonio de entrega y fortaleza, y nos muestra que sí es posible ser santos hoy, así como lo fue en su época, en su contexto histórico, con sus "riesgos, desafíos y oportunidades", al igual que en este tiempo.
Al igual que santa María Bartolomé, todos estamos llamados a formar comunidad, sin importar nuestra edad, vocación o estado de vida, ya seamos laicos o consagrados. En esa comunidad, la oración, la vida fraterna, la misión, el estilo de vida evangélico y el carisma nos fortalecen para una santidad llena de gozo, para la mayor gloria de Dios y el bien de nuestros hermanos. ¡Qué hermoso tener la certeza que este llamado es para todos los bautizados!