Cartel blanco con la palabra 'juntos' escrita en inglés y con todas sus letras blancas en mayúsculas, sobre sun fondo de salpicaduras de colores. (Foto: Unsplash/Nicole Baster)
En nuestro capítulo provincial [Hermanas Felicianas de Norteamérica] de 2023, nuestra comunidad aprobó por unanimidad unos principios, entre ellos uno intitulado De la alteridad a la reverencia de todos: todas las personas y toda la creación.
Desde el inicio de este proceso, hicimos hincapié en que pese a tratarse de un principio corporativo de la provincia, el objetivo es que cada hermana individualmente tome conciencia de los momentos en los que está menospreciando a otra persona o a la creación, y se detenga antes de actuar de una manera que sería perjudicial para la otra persona o para la creación.
Mi conciencia personal de la 'alteridad' me golpeó con fuerza un día en mi ministerio en 2006, cuando los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 y sus secuelas aún estaban muy frescos en nuestras mentes. Yo trabajaba en un centro ambulatorio de control de la diabetes conectado a un hospital. Cada día, de camino al trabajo y de vuelta, pasaba por delante de la silueta de Nueva York y de la zona en la que se alzaban las Torres Gemelas. Ese día, durante el almuerzo, leí una noticia en el periódico sobre cómo una terrorista suicida en Afganistán que había escondido explosivos bajo su burka, acudió a la celebración de una boda y se suicidó matando también a muchos de los invitados.
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Mi siguiente paciente era nueva. Cuando salí a recibirla, iba vestida de pies a cabeza con su burka y llevaba un hiyab, su vestimenta religiosa como mujer musulmana. Casi podía saborear mi miedo. Recuerdo que pensé que podría hacer estallar el hospital y me vi a menudo alejándome de ella durante nuestra primera cita.
Mientras conducía a casa desde el trabajo ese día, pensé en este incidente y en mi miedo a esta mujer basado únicamente en cómo iba vestida. En un momento dado, golpeé el volante y dije en voz alta: "¡Dios, no quiero ser así!". No quería que alguien me cayera mal o, peor aún, que me diera miedo solo por su aspecto. Sin embargo, mi estómago me decía que mi miedo a esa mujer era real. Sabía que tenía que verla varias veces en las próximas semanas.
Esa noche fui a la capilla y hablé con Dios. Mi miedo era auténtico, y le rogué a Dios que me mostrara qué hacer. Me repetía a mí misma y a Dios: "No quiero ser así". Estuve allí sentada mucho tiempo y, cuando salía de la capilla, pensé: "Maryann, habla con ella".
El día que acudió a su siguiente cita, la pesé y ambas fuimos a mi despacho y nos sentamos. Una vez sentadas, lo primero que le dije fue: "Creo que nunca había conocido a nadie de Palestina". Eso fue todo lo que hizo falta. Con esas palabras, la vi como una persona, igual que yo, hecha por el mismo Dios. Nos sentamos y hablamos de su familia, su hogar y su país.
Maniquíes vestidos con burka frente a una tienda. (Foto: Unsplash/Jude Al Safadi)
A lo largo de varios meses, nos hicimos amigas, y a menudo se pasaba por la oficina cuando estaba por la zona. Hablamos de nuestras familias, de la vida comunitaria como hermanas católicas, de nuestras prácticas religiosas y de nuestra fe en Dios. Este encuentro fue una lección de vida para mí. Incluso hoy, casi 20 años después, pienso en ella y en su familia y rezo en silencio cada vez que oigo noticias sobre Palestina. Esta experiencia me enseñó el poder de la humildad y la empatía para superar la 'alteridad' y fomentar cierta comprensión hacia quienes siento que son diferentes a mí.
Creo que todos podemos pensar en ocasiones en las que hemos temido, nos ha disgustado o hemos 'diferenciado' a otra hermana, a un compañero de trabajo o a otro ser humano basándonos en lo que llevaba o no llevaba puesto, en el color de su piel, en dónde había nacido, en su política, en el tono de su voz, en una discapacidad o en si se movía demasiado rápido o demasiado despacio en la cola de la comida.
La alteridad percibe o presenta a alguien como fundamentalmente diferente: "no es uno de los nuestros". Es tratar a las personas de otro grupo como menos humanas que las del propio grupo o que una persona o grupo se sienta mejor que otra persona o grupo. El proceso de diferenciación puede verse en muchas situaciones distintas. Siempre que resaltamos las diferencias de una persona, corremos el riesgo de tratarla de forma diferente o como 'otra'. Una vez que nos adentramos en el camino de tratar como 'otro' a otra persona o a un grupo, no estamos lejos de hacer o permitir todo tipo de cosas terribles a los demás.
"El miedo, los prejuicios o lo que sea que nos haga deshumanizar a otro impide que veamos a una persona igual que nosotros, hecha a imagen del Creador, y a la vez imposibilita nuestra unión con Dios": Hna. Maryann Agnes Mueller
En mi experiencia con la mujer de Palestina, el miedo a alguien por como vestía limitó su humanidad y la mía propia, basada en mis ideas limitadas, preconcebidas y, hasta entonces, no examinadas. Sé que sería una persona totalmente distinta si hubiera seguido encasillándola y limitando su humanidad y la mía propia.
El miedo, los prejuicios o lo que sea que nos haga deshumanizar a otro —como el color de la piel, la nacionalidad o la discapacidad— impide que veamos a una persona igual que nosotros, hecha a imagen y semejanza del Creador, y a la vez imposibilita nuestra unión con Dios. Con nuestro principio corporativo, incluimos toda la creación, y esperamos que cada uno de nosotras sea consciente de que cada vez que nos ponemos por encima y más allá de quién o qué tenemos delante, nos permitimos dañar el mundo animado e inanimado que nos rodea.
Como afirma en Fratelli tutti el papa Francisco, "existe un problema cuando las dudas y los miedos condicionan nuestro modo de pensar y de actuar hasta el punto de hacernos intolerantes, cerrados y quizás incluso —sin darnos cuenta— racistas. De este modo, el miedo nos priva del deseo y de la capacidad de encontrar al otro" (41).
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 16 de diciembre de 2024.