Cuando un tren detiene el ritmo de tu vida

"Podemos también ver pasar el tren como un desafío o  una oportunidad  para detenernos sin desalentarnos en el camino": Hna. María Elena Méndez Ochoa. (Foto: Unsplash)

"Podemos también ver pasar el tren como un desafío o  una oportunidad  para detenernos sin desalentarnos en el camino": Hna. María Elena Méndez Ochoa. (Foto: Unsplash)

por María Elena Méndez Ochoa

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Un tren puede interrumpir nuestra vida de manera repentina, ya sea en la realidad o alegóricamente, sin siquiera advertirlo. Podemos enojarnos, desesperarnos o disfrutarlo; todo depende de la actitud que tomemos ante lo inesperado. Eso es lo me ocurrió un día mientras manejaba deprisa para encontrarme con unos amigos: el tren se atravesó y detuvo mi carrera por un momento.

Mientras esperaba a que el tren pasara, mis sentidos se agudizaron: escuché el silbido de la corneta, observé el movimiento, sentí el cimbrar de la tierra ante la velocidad, aseguré con mis manos el volante y olí el hierro viejo de los rieles al hacer contacto con los vagones. Hacer alto era inevitable; ganarle a esa máquina ponía en riesgo mi vida. Frente a mí observé a un conductor que desesperado abandonó la fila para tomar otro camino.

De regreso, se me atravesó el tren de nuevo. Me dije: "¡Que el tren se atraviese en mi camino una vez es una coincidencia, pero dos veces el mismo día es casi imposible!". Me pregunte qué quería enseñarme esta experiencia sobre la ansiedad y la prisa en mi vida. Aunque debo admitir que esta vez lo disfruté. Vi el movimiento con paz, conté los vagones y admiré el grafiti, las palabras, los colores y la velocidad; todo me parecía fascinante. 

"En la vida tenemos muchas opciones, y libertad para elegir. A veces hacemos uso de la desesperación en vez de elegir disfrutar del espectáculo": Hna. María Elena Méndez Ochoa

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Vivimos vidas aceleradas, con  horarios ajustados, agendas saturadas y preocupaciones ante el futuro que nos generan ansiedad. Es como si alguien o algo nos obligara a correr desenfrenadamente, a competir unos con otros y con el mundo, cuando lo importante es solo llegar, no quién llega primero. Ejemplos de estas carreras son los aeropuertos, las carreteras mientras conducimos, las tiendas cuando compramos y nuestras propias vidas.

Estas prisas aceleradas elevan los niveles de ansiedad, depresión, soledad e impaciencia y nos impiden disfrutar del momento presente de manera consciente. En Proverbios (16, 32) leemos: "Más vale ser paciente que valiente; más vale el dominio propio que conquistar ciudades".

En nuestra vida personal y religiosa practicar la paciencia es una manera de recordarnos que debemos parar y respirar profundo para estar saludable física, mental y emocionalmente presentes cada día. Aprender a estar presentes ante Dios, las personas que nos rodean y ante mí misma, me hace consciente de que soy parte del universo.

En la vida tenemos muchas opciones, y libertad para elegir. A veces hacemos uso de la desesperación en vez de elegir disfrutar del espectáculo. Podemos también ver pasar el tren como un desafío o  una oportunidad  para detenernos sin desalentarnos en el camino.

Como persona y mujer religiosa que vive en comunidad no soy inmune a la ansiedad cuando se trata de nuestro activismo que nos deshumaniza. Practicar 'la presencia en lo que somos y hacemos'  integra nuestro ser profundo, nos permite disfrutar lo que la vida nos presente, aunque el tren nos detenga de ida y vuelta.

Cuando paramos de manera consciente suceden transformaciones. Eso le ocurrió a Jesús mientras viajaba cansado de Judea a Galilea. Al detenerse en Samaria, tuvo un maravilloso encuentro transformador con la mujer samaritana. Ambos estuvieron presentes uno para el otro a través de la conversación, la escucha y la presencia, aunque tuvieron que sentarse bajo el sol radiante de la tarde (Juan 4, 3ss).

La mayoría de nosotros vive  con prisas, ansiedades, inseguridades y preocupaciones que desestabilizan nuestro presente y futuro. Parar, respirar profundo y estar presentes ante la situación que estamos viviendo nos da conciencia de que nuestro ser es más importante que nuestro hacer. Vivamos con paz, a paso lento, estando presentes para Dios, para los demás, y para nosotros mismos, y dejemos que el universo nos hable a través de eventos sencillos como el cruce de un tren.