Cuando la tristeza me envuelva, no tardes Señor

Vistas desde San Lorenzo del Escorial, Madrid, España. (Foto: Carmen Notario)

Vistas desde San Lorenzo del Escorial, Madrid, España. (Foto: Carmen Notario)

Quisiera contar una experiencia que, aunque muy personal, puede hacer que algunas personas se reconozcan, al menos en parte, en ella. Espero que pueda irradiar algo de luz cuando el camino de seguimiento se vuelve oscuro y angosto, y parece que no hay luz para poderlo iluminar.

En algunos momentos de la vida todas experimentamos paradas fuertes porque no habíamos notado que se nos escapaba un hilito de vida de manera casi imperceptible. Quizá un llamado suave tocaba a nuestra puerta, pero lo pasamos por alto.

A menudo estamos tan ocupadas, distraídas en mil cosas, que nos olvidamos de nosotras mismas. Creemos que la opción correcta es entregarnos a los demás y olvidar nuestras propias necesidades.

Y un día, así, muy sutilmente, se nos muere la ilusión.  Perdemos la fuerza y el coraje para seguir adelante. Incluso entra el sinsentido y la aparente ausencia de Dios, que distorsiona todo.

La tristeza nos consume. Nos invade un bucle de dudas y desánimo. Nos preguntamos: ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo llegamos hasta aquí? En mi caso, esta sensación llegó como un grito interior que no podía ignorar más: "No puedo más vivir en esta cárcel sin sentido". Me decía que todo esto era un momento de crisis, algo pasajero, pero la realidad era más profunda. Mi experiencia de Dios, construida durante años, parecía tambalearse, y la certeza de su amor se escondía detrás de un miedo que amenazaba con apoderarse de mí.

"Como Elías, he buscado a Dios en manifestaciones claras, en señales que confirmen su presencia. Pero en este tiempo de oscuridad descubrí que su aliento suave está ahí, en lo escondido, donde yo misma me encontraba": Hna. Carmen Notario

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En medio de toda esa oscuridad, había un atisbo de claridad. Yo confío en el Dios de la vida que me dice: "No tengas miedo. Yo estoy contigo y te acompaño siempre, sea la circunstancia que sea". 

La misión que tenemos, como religiosas, es ayudar a descubrir la presencia divina en todas las circunstancias de la vida. Esto requiere una búsqueda constante. Cuando buscamos para nosotras mismas, también acompañamos a otros en su camino.

Es preciso también, en los momentos de bajón, dejarnos acompañar tanto por nuestras comunidades como por el mensaje de Dios en las Escrituras. Una muy buena amiga y hermana me recomendó leer el pasaje del encuentro del profeta Elías con Dios en el monte Horeb. Un encuentro que se presenta como huida de una situación prácticamente insoportable (1Reyes 19)

Elías creía haber hecho la voluntad de Dios y por ello "se llenó de miedo y huyó para salvar su vida" de quienes le perseguían. Se adentró por el desierto y solo deseaba morir. "Se tumbó y se quedó dormido". Pero entonces un ángel le toca y le dice: "Levántate y come, pues te queda todavía un largo camino". (4-6)

Elías se levanta, come y bebe, y emprende un camino de encuentro con Dios. Al llegar al monte Horeb escucha que el Señor va a pasar. Sin embargo, Dios no se manifiesta en el viento fuerte ni en el terremoto ni en el fuego. Es en el ligero susurro donde Elías reconoce su presencia. Se cubre el rostro y, saliendo de la gruta, se queda de pie para esperarlo.

En ese camino se da el encuentro, porque la vida no es solo sufrir y luchar, sino sobre todo experimentar otra vez al Dios que nos devuelve la vida.

Cuando nos cansamos de luchar, de intentar mantener una fidelidad, también nos deseamos la muerte que se refleja muchas veces en ese quedarnos dormidos.

Como Elías, he buscado a Dios en manifestaciones claras, en señales que confirmen su presencia. Pero en este tiempo de oscuridad descubrí que su aliento suave está ahí, en lo escondido, donde yo misma me encontraba.

Muchas veces queremos encontrar a Dios en manifestaciones claras, que se pueden sentir, como el viento fuerte e impetuoso, pero Dios no está allí. También buscamos experiencias que nos confirmen que Dios mueve hasta la tierra que pisamos, pero Dios no está allí. También buscamos en el fuego, el calor, el sentir, la luz, e incluso hasta en la destrucción de todo lo que quizá nos había servido hasta ahora. Sin embargo, Dios no se manifiesta en ninguno de esos fenómenos violentos. 

Y cuando ya nos hemos cansado de luchar y caemos en ese deseo de 'quedarnos dormidos', como Elías, Dios nos toca suavemente y nos dice: "Levántate y come". Por fin, llega un ligero susurro… 

Quizás no percibes su voz, y sin embargo su suave aliento te refresca, te consuela, porque está ahí, en tu misma oscuridad, esperando contigo. 

Ahí también me encuentro yo ahora.

Al igual que Elías, quisiera en ese gesto de cubrirme el rostro reconocer tu presencia con todo mi ser, Señor, y salir a esperarte de pie a la entrada de la gruta.

No tardes Señor.