La adoración de los Reyes Magos, de Pieter Aertsen, Rijksmuseum. (Foto: Wikimedia Commons, imagen de dominio público SK-C-1458)
«Jesús nació en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes. Sucedió que unos magos de oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Vimos aparecer su estrella y venimos a adorarle". Al oírlo, el rey Herodes comenzó a temblar, y lo mismo que él toda Jerusalén. Entonces, reuniendo a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo, les preguntó en qué lugar debía nacer el Mesías. Le contestaron: "En Belén de Judea, como está escrito por el profeta: 'Tú, Belén, en territorio de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe, el pastor de mi pueblo, Israel'". Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, les preguntó el tiempo exacto en que había aparecido la estrella; después los envió a Belén con el encargo: "Averigüen con precisión lo referente al niño y cuando lo encuentren avísenme, para que yo también vaya a adorarle". Y habiendo escuchado el encargo del rey, se fueron. De pronto, la estrella que se les apareció en oriente avanzó delante de ellos hasta detenerse sobre el lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de una inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con su madre, María, y postrándose le adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron como regalos: oro, incienso y mirra. Después, advertidos por un sueño de que no volvieran a casa de Herodes, regresaron a su tierra por otro camino» (Mateo 2, 1-12).
Mateo no nos relata —como sí lo hace Lucas, al escribir sobre el pesebre, los pastores, los pañales—, sino que nos informa sobre el nacimiento de Jesús y quiere mostrar (epifanía), a través de los personajes nombrados en el texto —Herodes, sumos sacerdotes, letrados del pueblo, magos— el cumplimiento de las Escrituras (recordemos que Mateo escribe a los judíos, y de ahí la insistencia en relacionar los textos del Antiguo Testamento con lo que está aconteciendo con Jesús). El centro del relato es, por tanto, la visita de los magos y no el nacimiento de Jesús.
"[La Epifanía del Señor] nos invita a preguntarnos si reconocemos en el Niño del pesebre al Mesías (…). Puede que sepamos mucho sobre Dios, pero no lo reconozcamos en su lugar al lado de los más necesitados": teóloga Consuelo Vélez
Es importante señalar que aunque popularmente se habla de la fiesta de los reyes, en realidad el texto no habla de reyes sino de 'magos', y esto es importante porque en la Biblia 'magos, adivinos y hechiceros' son considerados 'necios'. Es decir, quienes van a adorar al Niño son unos 'necios', en contraste con los sumos sacerdotes y los letrados del pueblo que conocen las escrituras —ellos le responden a Herodes que el Niño nacerá en Belén como lo había dicho el profeta—. Queda claro, entonces, el contraste entre los que reconocen al Mesías esperado y los que se niegan a aceptarlo. Como lo dirá más adelante Mateo, Dios se revela a los pequeños y se esconde de los sabios y prudentes (Mt 11, 25).
En la Biblia, los magos son los que miran las estrellas y pretenden saber qué sucederá. Por eso es una estrella la que los guía hasta el Niño. Cuando llegan, se llenan de inmensa alegría, le ofrecen oro, incienso y mirra, y adoran al Niño. Tanto los regalos como la actitud de adoración significan que los magos reconocen en el Niño a Dios mismo, porque la adoración solo se hace frente a Dios. Todo esto contrasta con la actitud de Herodes, quien pretende engañar a los magos para acabar con el Niño. Pero los magos son percatados en el sueño (los sueños los utiliza Mateo para hablar de la revelación de Dios) de las intenciones de Herodes y vuelven a su tierra por otro camino.
Esta fiesta, por tanto, nos invita a preguntarnos, una vez más, si reconocemos en el Niño del pesebre al Mesías esperado. Puede que, a semejanza de los letrados del tiempo de Jesús, sepamos mucho sobre Dios, pero no lo reconozcamos en la dinámica de su encarnación, en su lugar al lado de los más necesitados, en la buena noticia de la misericordia inconmensurable de nuestro Dios, muy distinta de ritos, normas, tradicionalismos.
Que la estrella de oriente, o mejor, los signos de nuestro tiempo, nos ayuden a reconocer dónde nace Jesús y en qué circunstancias nos pide que le amemos, le sirvamos, le adoremos.