(Foto: Freepik)
Nota de la editora: La serie Vida Religiosa en Evolución explora cómo las hermanas católicas se están adaptando a las realidades de las congregaciones en transición y a las nuevas formas de vida religiosa. Aunque escribimos a menudo sobre estas tendencias, esta serie en particular se enfoca con más detalle en las esperanzas de las hermanas para el futuro.
El libro del Eclesiastés nos dice que hay un tiempo para cada cosa bajo el cielo.
"Dios ha hecho que cada cosa se adecue a su tiempo, pero ha puesto lo intemporal en sus corazones para que no puedan descubrir, desde el principio hasta el fin, la obra que Dios ha hecho". (Ecl 3, 11)
Creo que 'lo intemporal' que Dios ha puesto en nuestros corazones habla de nuestro anhelo de lo eterno. Es bueno que no conozcamos el principio y el fin porque, a pesar de nuestras mejores certezas, la vida a veces simplemente cambia, a menudo de un día para otro, desbaratando nuestros planes perfectos para el futuro. Sin embargo, 'lo intemporal', el anhelo de lo eterno, o de Dios, Aquel que nos impulsó a dejarlo todo en busca de nuestra perla preciosa, siempre está ahí para guiarnos.
Cuando la vida cambia, o cuando descubrimos que ya no estamos siendo fieles a la llamada de Dios para nuestras vidas, tenemos que tomar la decisión de permanecer en esta realidad nueva y cambiada en la que ya no encajamos, o debemos abrirnos a las posibilidades de una nueva.
En la vida religiosa, las religiosas suelen experimentar cambios repentinos debido a la fusión, reconfiguración o finalización de la comunidad, entre otras razones.
En otras ocasiones, las religiosas sienten una llamada de Dios para pasar de un tipo de comunidad a otro, como de una comunidad apostólica a una de clausura, o viceversa, lo que suele denominarse una 'llamada dentro de otra llamada'.
"Me gustaría que la Iglesia estableciera más directrices oficiales, más vías de ayuda para las personas que se trasladan, se exclaustran o pasan por el proceso de dispensa. El proceso es difícil, confuso y a menudo aterrador": Hna. Helga Leija
La Iglesia ha establecido un proceso de tres años, basado en el derecho canónico, para asegurar que tanto la persona que se traslada como la comunidad receptora puedan determinar si se trata de una combinación adecuada. Este plazo permite a la persona asimilar la historia, el carisma y la misión de la nueva congregación, entre otras cosas. Estas directrices existen por dos razones: establecer una base sólida para el proceso de traslado y evitar una decisión precipitada.
Cuando una hermana se traslada entre institutos, pueden haber muchas consecuencias importantes, tanto legales como canónicas. Para garantizar un traspaso sin problemas, es importante que los dos institutos implicados mantengan conversaciones abiertas, lleguen a acuerdos y documenten las decisiones tomadas, tanto entre los liderazgos como con la hermana que se traspasa. Los diferentes tipos de institutos y sociedades también pueden tener sus propios requisitos y procedimientos específicos para los traslados.
Aunque los traslados entre institutos religiosos están regulados por la Iglesia, el Código de Derecho Canónico es muy limitado en su explicación de lo que es o requiere un traslado de un instituto a otro. Simplemente requiere el acuerdo de los institutos de partida y de destino, y un periodo de prueba de tres años. No se dice nada sobre cómo solicitar un traslado, y no hay información en Internet ni en ningún otro sitio. Las transferencias, como la exclaustración —una separación temporal de un miembro profeso perpetuo de su instituto religioso—, son cosas de las que la gente no habla.
He prestado especial atención a libros y materiales que explican el cambio, la transición, el paso, la adaptación, etc., desde que comencé mi proceso de traspaso —hace poco más de tres años— de mi instituto original —donde me formé como religiosa y profesé los votos— a una nueva comunidad monástica completamente nueva para mí.
Esta búsqueda me llevó a materiales de William Bridges. En su libro Managing Transitions: Making the Most of Change, Bridges explica que cambio no es lo mismo que transición. Describe la transición como un proceso psicológico por el que pasan las personas para aceptar una nueva situación. En otras palabras, el cambio es externo, mientras que la transición es interna. También explica que todas las transiciones constan de un final, de una zona neutra y de un nuevo comienzo.
La etapa que William Bridges describe como el final implica mucho duelo por lo que solía ser. En un proceso de traslado, es posible que la comunidad que la persona abandonó experimente una forma de duelo, quizá al no entender por qué su hermana ha decidido dejarlas por otro instituto religioso. Aunque lo entiendan, sigue habiendo duelo.
La persona que se traslada está respondiendo a la llamada de Dios para su vida. Reconozco que la experiencia del traslado puede variar mucho de una persona a otra. En mi caso concreto, fue un momento extremadamente vulnerable, pues dejé atrás todo y a todas las que habían conformado mi identidad religiosa.
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Nunca había conocido a nadie que se hubiera exclaustrado o trasladado de instituto hasta que Dios me llamó a trasladarme, y entonces me di cuenta de que no hay mucha información disponible.
Persistí en mi búsqueda de acompañamiento y encontré a la Hna. Anne Louise Nadeau, una Hermana de Notre Dame de Namur que dirigía un programa llamado Camino Divergente. Nadeau ofreció, de 1987 a 2007, un taller de 5 días junto con un equipo nacional de cinco hermanas de cinco congregaciones diferentes.
Este programa ayudó a muchas mujeres en el proceso de traslado, así como a sus congregaciones de partida y de acogida. La necesidad del programa disminuyó en 2005, desde entonces Nadeau ha estado ayudando a las hermanas en el proceso de transferencia a nivel personal, entre muchos otros ministerios.
Este año hay un grupo de religiosas en proceso de traslado a comunidades benedictinas. Me llevó mucho tiempo, pero encontré a Nadeau y ahora nos acompaña. De ella aprendí que una hermana transferida vivirá para siempre en una etapa de guión o aprenderá a vivir, como ella misma dijo, "con un pie y un pedazo" de su "corazón en dos mundos separados".
Y siendo la editora que soy, me encanta la imagen: un guion conecta y forma algo nuevo.
Ahora me doy cuenta de lo importante que es el acompañamiento a través de este proceso de intensa escucha a Dios mientras una pasa por el proceso de perder y recrear su camino vocacional, su historia congregacional, etc. Me gustaría que la Iglesia estableciera más directrices oficiales, más vías de ayuda para las personas que se trasladan, se exclaustran o pasan por el proceso de dispensa. El proceso es difícil, confuso y a menudo aterrador.
Es hora de que la Iglesia humanice estos procesos. Es hora de que nosotras, en las congregaciones religiosas, recordemos que estamos tratando con seres humanos, y que necesitamos tener más compasión hacia las mujeres que están pasando por estos procesos. Lo menos que podemos hacer es ayudarles cuando están en su momento más vulnerable.
Yo he tenido la suerte de estar acompañada por una directora espiritual y mentoras maravillosas. Con su ayuda, estoy aprendiendo a vivir como un guion: navegando todavía los dos mundos y empezando a dar forma a uno nuevo. Estoy muy agradecida por su orientación.
El proceso de pasar de una comunidad a otra me ha enseñado a aceptar la vulnerabilidad y a buscar la orientación de los demás. Poco a poco estoy aprendiendo a ser fiel a mí misma y a la llamada de Dios para mi vida. El camino del traslado me ha obligado a aceptar el cambio y a aferrarme a mis convicciones profundas mientras sigo haciendo de este camino de la vida consagrada algo significativo y satisfactorio.